Hablar de la Viena imperial es sumergirse en un mundo de ensueño a ritmo de vals. Cierto que la dinastía de los Habsburgo venía de la Edad Media y se mantuvo hasta después de la Primera Guerra Mundial. Pero fue durante el largo reinado del emperador Francisco José (1830-1916) y su esposa Isabel de Baviera, más conocida como Sissí, cuando en Viena adquirió consistencia el imaginario imperial.
El emperador inauguró en 1865 la Ringstrasse, un bulevar que ocupó el anillo de las murallas y que en 2015 celebra el 150 aniversario con actos y exposiciones. En esta vía de 5,3 kilómetros de largo y 56 metros de ancho, zona de paseo de la alta sociedad durante años, se alzan los edificios insignia del esplendor vienés como la Ópera, el Parlamento, el Ayuntamiento y la Universidad, además de salones de la nobleza y el imperial Hofburg. Símbolo de aquella época, este palacio es, junto a los de Schönbrunn y Belvedere, el eje de nuestro recorrido.
El Hofburg fue el corazón del Imperio Austrohúngaro, una especie de ciudad aparte, aunque no prohibida, pues el palacio era como un escaparate para deslumbrar a súbditos y mandatarios. El conjunto, con más de 2.600 estancias, es algo caótico en el plano arquitectónico. Ello se debe a que la corte fue creciendo por aluvión desde el siglo XIII, cuando Rodolfo I, padre de la dinastía, levantó su castillo. Lo hizo sobre las ruinas de la Vindobona romana, ahora desnudas en la plaza Michaeltor, una de las entradas laterales.
Desde la rotonda de la Michaeltor se accede directamente a los Apartamentos Imperiales que ocupaban Francisco José y Sissí. El recorrido por sus aposentos, comedores, salones de gala y salas de audiencia permite revivir cómo era el día a día en la corte vienesa. En un ala lateral forman un museo aparte las estancias de Sissí: el dormitorio de la emperatriz, su baño privado y la sala de gimnasia donde cultivaba su talle de avispa.
Se visitan más cosas en el Hofburg, pero por otros accesos y pagando por separado. Lo más buscado tal vez sea la sección de platería de la corte; el Tesoro donde figuran joyas, coronas, mantos bordados en oro y un Santo Grial; la Burgkapelle, en la que cada domingo se puede escuchar a los Niños Cantores, y la Escuela de Equitación Española, cuyas actuaciones tienen lugar en las antiguas caballerizas.
Poco antes de la Primera Guerra Mundial se terminó el Neue Burg, una ampliación del Hofburg que hoy aloja el museo de Armas, el de Instrumentos Musicales Antiguos, el de Éfeso –con piezas de excavaciones austriacas en aquella ciudad– y la Biblioteca Nacional, cuya Sala Suntuosa es una maravilla barroca. Los salones del Neue Burg suelen acoger bailes de carnaval y de debutantes (presentación de los jóvenes en sociedad), y en los Invernaderos es posible hacer una pausa en un café-restaurante con el sello Gemütlich (grato, confortable).
Fuera del centro, a unos 20 minutos, se llega a Schönbrunn. Eso ahora, en tranvía o con la línea 4 de metro, porque hasta el siglo XIX aquello era el campo. Los Habsburgo tenían allí su residencia de verano, rehecha varias veces hasta que Leopoldo I encargó a Fischer von Erlach, célebre arquitecto del barroco austriaco, que alzara el actual palacio (s. XVII). El artista miraba de reojo a Versalles, pero los Habsburgo buscaban más austeridad, así que el resultado fue más comedido. Hasta el siglo XVIII, cuando la emperatriz María Teresa impuso el toque rococó que reviste las casi 1.500 estancias. Naturalmente, solo se visitan unas pocas.
Si se opta por seguir el Imperial Tour, se recorren cerca de 20 salas en poco más de media hora: son las estancias que ocupaban Sissí y Francisco José. Si se elige el Grand Tour, se ven hasta 40 en poco más de una hora: es la parte más barroca y rococó, atiborrada de estufas, lámparas, dorados, tapices y porcelanas. En la Sala de Espejos se recuerda que allí tocó un renacuajo de seis años llamado Mozart y que cuando acabó, el crío trepó a las rodillas de María Teresa para alcanzar a besarla.
Schönbrunn incluye un museo del mueble, otro infantil, un teatro de marionetas y una panadería que ofrece dulces típicos, como el apfelstrüdel de manzana. Se puede disfrutar también de esta tarta en el café del Museo Imperial de Carrozas, justo enfrente.
Como palacio de verano, uno de los atractivos de Schönbrunn son los jardines, situados a espaldas del edificio. Diseñados al estilo francés y con fuentes monumentales, ascienden hasta la Glorieta, un arco flanqueado por galerías desde las que se divisa el conjunto palatino con Viena al fondo. Incluyen un pequeño zoo inaugurado hace 250 años, el Jardín Botánico, la llamada Casa del Desierto y el Laberinto.
No lejos del centro, nuestra visita continúa en la colina donde se hallan los dos palacios Belvedere. El Superior se sitúa sobre una cima con vistas que justifican el nombre, y el Inferior se alza al final de un parque en cuesta. Y entre ambos, jardines con fuentes, estanques, juegos de agua y esfinges.
Se puede incluir estos palacios en la lista imperial porque fueron idea de Eugenio de Saboya (siglo XVII), personaje fascinante y con tanto poder que era llamado «el emperador en la sombra». El príncipe resultó ser mecenas y coleccionista, y ahora sus palacios contienen reputados museos como el de Arte Medieval, el de Arte Barroco y la Galería Nacional, dedicada a pintores austriacos de los siglos XIX y XX como Gustav Klimt, Egon Schiele y Oskar Kokoschka. Son algunos de los mejores artistas de la época en que fue creada la Ringstrasse de Viena y, este verano, serán protagonistas de una de las exposiciones estrella del 150 aniversario de este bulevar que distinguió a la entonces cuarta ciudad más grande de Europa, tras Londres, París y Berlín.
MÁS INFORMACIÓN
Desde diversas ciudades españolas salen vuelos directos a Viena. La Viena Card ofrece descuentos en la entrada a museos y monumentos, y transportes gratuitos.