Sumergirse en Etiopía es una sorpresa constante. Heredera del poderoso imperio aksumita y –según la leyenda– de una dinastía que desciende del rey Salomón y la reina de Saba, la antigua Abisinia reivindica su condición de cuna de la humanidad en la figura de Lucy y de segundo país del mundo en abrazar el cristianismo.
«Todo el mundo tiene en la mente las imágenes de la hambruna de los años 80», afirma el guía etíope en un castellano con cadencia cubana, «pero Etiopía es mucho más que eso. Suele haber sequías cíclicas, porque de repente, a consecuencia de El Niño, cada 7 u 8 años, las lluvias se saltan un par de estaciones». Un país que basa el 90% de su economía en la agricultura y donde un tercio de la población vive con poco más de un dólar al día, una sequía puede ser fatal. Pero, «Etiopía es verde, es montaña, es un país fértil que da dos cosechas de café al año. Esa idea que tienen de nosotros no es nuestro país», afirma dolido en su orgullo patrio Negus. Su nombre, en una demostración de la autoestima que rezuma el país, significa rey en amárico.