Arqueología flâneur

Explorando Chichén Itzá

Una de las ciudades más bellas y emblemáticas de la cultura maya se encuentra en la península de Yucatán mexicana.

Chichén Itzá, al norte de la península de Yucatán, es una de las más extensas y grandiosas ciudades de la antigua civilización maya. Chichén significa “boca del pozo”, en referencia al Cenote Sagrado, e Itzá a quienes la fundaron, los itzaes (un grupo maya originario de Campeche o Tabasco), alrededor del año 435 d.C.

Tras un primer abandono y la decadencia de la civilización maya clásica, alrededor del año 900, la ciudad renació gracias a la llegada de los toltecas, un pueblo guerrero que introdujo el culto al dios Kukulkán. Lo mismo que sucedió entre griegos y romanos ocurrió entre mayas y toltecas: estos últimos habían conquistado Chichén Itzá pero fueron seducidos por la cultura de los vencidos. Gracias a esa fusión Chichén Itzá alcanzó un gran esplendor convirtiéndose en el principal centro de poder en la península yucateca. En el siglo XIII, debido a conflictos militares con otras ciudades de Yucatán, se produjo el segundo abandono sin que el lugar perdiera su carácter de centro de peregrinación. Como reflejo de dos épocas distintas, Chichén Itzá es dos ciudades en una. 

 
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Chichen Itza1

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Un calendario maya en piedra

Solo cruzar el acceso, el visitante queda fascinado por el edificio más importante y espectacular de Chichén Itzá: la pirámide de Kukulkán. Pero es mucho más que el inicio de la visita, es un prodigio arquitectónico que condensa la sabiduría geométrica y astronómica de los mayas. Las cuatro escalinatas suman un total de 365 peldaños igual que los días del año solar o haab. El mes maya o uinal, de 20 días, quedaba representado en cinco almenas (hoy desaparecidas) en los cuatro lados del templo que se alza arriba. Además, las escalinatas, perfectamente orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, están rodeadas por nueve niveles ascendentes, las mismas capas sucesivas que existían en el inframundo maya (Xibalbá). 

Esta imponente pirámide, también llamada El Castillo por los españoles por su aspecto de fortaleza, se construyó en honor al dios Kukulkán, la gran serpiente emplumada que en otras partes de Mesoamérica era conocida como Quetzalcóatl. 

Para conocer esta divinidad solo hay que rodear la pirámide y situarse a los pies de la escalinata principal, la del norte, que se distingue de las otras tres precisamente por dos enormes cabezas de serpiente que descansan en el suelo. Desde aquí y mirando hacia arriba (actualmente no está permitido subir a la cima) se observa un templete cuya puerta principal queda flanqueada por dos columnas con forma de serpiente a modo de pétreos guardianes. Esta figura es de tal importancia que se repite por doquier en toda la ciudad.

 
Chichen Itza2

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Una matrioshka de pirámides y 'efectos especiales'

La pirámide de Kukulkán es también una caja de sorpresas para los arqueólogos. En la década de 1930 se descubrió otra pirámide en el interior, más antigua y pequeña, casi una réplica de la exterior. En 2015, con técnicas de tomografía, se halló algo que ya se sospechaba desde hacía tiempo, la presencia de un cenote bajo sus cimientos. ¡Pero todavía hay más sorpresas! Al año siguiente, con las mismas técnicas, se descubrió una tercera pirámide, construida antes que las anteriores, posiblemente entre los años 550 y 800. Todavía no se ha podido tener acceso a ella. 

Chichén Itzá es el escenario de un fenómeno sorprendente. El dios Kukulkán cobra vida y desciende de forma sinuosa por el lateral de la pirámide que lleva su nombre. Este bello espectáculo, que logra reunir a cientos de personas de todo el mundo, se da dos veces al año: en los equinoccios de primavera (entre el 20 y 21 de mayo) y de otoño (entre el 22 y 23 de septiembre). Se trata de un efecto óptico a través de un estudiado juego de luces y sombras que se produce durante 4 o 5 días en las horas anteriores a la puesta de sol y dura unos 10 minutos. Es obvio que los constructores de la pirámide calcularon la orientación de la estructura para que se produjera este fenómeno, que las élites lo utilizaban con fines persuasivos. Las autoridades reunían al pueblo y les decían que Kukulkán bajaría a la Tierra para hablar con ellos.

 
Chichén Itzá3

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Miles de columnas

A muy poca distancia de la pirámide, llama la atención una gran cantidad de columnas que rodean una plaza cuadrangular de unos 150 m de lado llamado grupo de las Mil Columnas. Esta extraordinaria columnata, antaño con techo y llena de color, acoge uno de los edificios más impresionantes: el templo de los Guerreros. Su nombre se debe a la gran cantidad de relieves que representan a guerreros armados, aunque tampoco faltan alusiones astronómicas al planeta Venus, referencias a los dioses Kukulkán y Chaac (dios de la lluvia), y también a sacrificios, en que personajes devoran corazones humanos.

A este templo, con tres niveles y de grandes dimensiones, no le faltan los pilares serpentiformes de la entrada del templo que corona el edificio ni tampoco las grandes cabezas de serpientes con las fauces bien abiertas en la escalera de acceso. Detalles también presentes en la pirámide de Kukulkán que dan cuenta de la gran importancia de esta divinidad. 

Con la llegada de los toltecas a Chichén Itzá (siglo X) aumentó considerablemente el número de guerreros, por lo que fue necesario construir lugares de reunión de grandes dimensiones. Los elementos como columnas, pilares, la serpiente emplumada y la figura del Chaac Mol son ajenos a la tradición maya clásica y fueron importados por los toltecas e incorporados a edificios como este. 

 
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Tiempo de mercado

Desde el templo de los Guerreros, si se sigue la gran hilera de columnas que rodea la plaza, al final de ésta, se sitúa lo que fue el mercado: un edificio de planta cuadrada con soportales donde se colocaban los puestos de venta. Ahora solo quedan esas columnas que conformaban la plazoleta cuadrangular y poca cosa más. La actividad comercial en Chichén Itzá era de gran importancia y existían distintas categorías según el producto. El rango más alto eran los mercaderes que comerciaban con objetos de lujo como turquesas, jades y plumas de aves exóticas, muy codiciadas por las élites como símbolo de prestigio social. También vendían cacao, tintes naturales, pieles de ocelote, miel, copal, cera de abeja, carey y conchas, que eran productos restringidos a los nobles, guerreros de alta graduación y sacerdotes.

Además del comercio de joyas y productos de lujo, también había intercambios a nivel local de productos básicos procedentes de la agricultura, la pesca o la caza. Era un comercio más próximo y estaba regulado por los funcionarios del Estado. No faltaban tampoco productos como el maíz, el frijol, la calabaza o el chile, sal, hierbas medicinales, herramientas, objetos de cerámica doméstica, material para la construcción, cestería y textiles. También había puestos de comida preparada. Era el lugar más bullicioso y colorido de Chichén Itzá y atraía a comerciantes de toda Mesoamérica. 

 
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Un juego cargado de simbolismo

Si se toma la pirámide de Kukulkán como punto de referencia, a un lado está el templo de los Guerreros y al otro el Gran Juego de Pelota. Se trata de una cancha alargada delimitada por dos muros laterales en cuyo centro cuelgan sendos aros de piedra decorados por dos serpientes entrelazadas. La parte inferior de estos dos muros está inclinada y decorada con relieves en los que se describe con gran detalle los sacrificios por decapitación que tenían lugar al finalizar el juego. En el extremo norte de la cancha se ubica un templo que rendía culto a la fertilidad y también servía de tribuna. En el extremo sur quedan los restos de otro templo de un solo piso. Los espectadores contemplaban el juego desde lo alto de los muros tras subir una empinada escalinata.

Los arqueólogos han excavado hasta 13 canchas en Chichén Itzá, y el Gran Juego de Pelota no es solo el más grande de la ciudad, sino de todo Mesoamérica. Se han llegado a excavar alrededor de 1.500 canchas en 1.250 sitios, lo que da cuenta de la gran importancia de este juego en las culturas precolombinas y se practica desde 1.400 a.C.

En los partidos se enfrentaban dos equipos cuyos jugadores debían mantener la pelota en el aire, golpeándola con las caderas, los antebrazos o los pies (nunca con las manos), haciendo que rebotase en las paredes inclinadas. Dada la velocidad y el peso de la pelota (unos 3,50 kilos) el juego resultaba peligroso. Es por ello que los jugadores iban muy bien equipados siendo el yugo (en forma de herradura atada a la cintura) la principal protección. 

Con el juego de pelota, los mayas creían asegurarse el buen funcionamiento del universo. La pelota representaba el Sol y el aro simbolizaba la entrada al inframundo. De ello se desprende que este juego representaba la guerra eterna entre la luz y la oscuridad, la muerte y el renacimiento del Sol. La victoria solo podía asegurarse a través del sacrificio humano. Es un enigma sin resolver si los sacrificados eran los vencedores o los vencidos.

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Un muro terrorífico

Justo detrás de la cancha del Gran Juego de Pelota, se halla un impactante muro de más de 500 calaveras esculpidas en piedra llamado tzompantli, cuyo significado es “hilera de cráneos”. Representa una plataforma sobre la que se colocaba una estructura de madera en la que se ensartaban las cabezas, como unos percheros de cráneos. Probablemente pertenecían a los sacrificados por decapitación en el juego de pelota. Cuando este tenía un significado religioso solo participaban reyes y miembros de la realeza, que jugaban en días señalados, y terminaba con un sacrificio ritual, como un modo de conjurar el fin del ciclo solar y la destrucción del universo.

Se cree que este tzompantli representan los cráneos de estos miembros reales cuyas dentaduras, en las que no falta ni una sola pieza, revelan que se trababa de príncipes jóvenes. El tzompantli se relaciona a través del mito de los héroes gemelos Hunahpú y Ixbalanqué, que vencieron a los señores de Xibalbá (inframundo) tras una terrible lucha cuyo partido se saldó con la decapitación. 

Este tipo de edificación no es exclusiva de Chichén Itzá ni de la cultura maya, fue muy frecuente en el mundo precolombino mexicano y no siempre tenía que ver con el juego de pelota. Los cráneos podían ser los de los enemigos capturados en las guerras. Se dejaban expuestos como trofeos para ensalzar el poder de los gobernantes y sembrar el terror entre enemigos y visitantes. La decapitación era una práctica habitual porque se creía que poseer la cabeza era apropiarse de la fuerza y fecundidad de la persona mutilada.

 
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El felino es la estrella

En uno de los laterales de la cancha emerge un hermosos edificio de dos alturas conocido como el templo de los Jaguares. Merece la pena dirigirse a la parte trasera del muro para observar el excepcional friso con relieves de jaguares, de ahí su nombre, y otros elementos como el trono, también con la forma de este felino, situado a nivel del suelo entre dos columnas.

 
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Un cenote ¿idílico?

Otro lugar ligado a sacrificios humanos era el Cenote Sagrado, unido por una calzada o sacbé de unos 300 m con la Gran Explanada. Para los mayas, estos pozos naturales eran sagrados y los consideraban las puertas directas hacia el inframundo. En ellos se lanzaban ofrendas y sacrificios humanos. Los arqueólogos han recuperado gran cantidad de huesos humanos, joyas de oro y plata, copal, vasijas, atavíos y muchos otros objetos como ofrendas a los dioses.

Parece ser que las víctimas elegidas eran niños o mujeres jóvenes por ser portadores de pureza. Eran arrojados desde una pequeña plataforma, quizá drogados y atados, y con bastante probabilidad lastrados con algún peso para que se sumergieran rápidamente. Los 22 metros que separan la superficie del agua provocaba un fuerte golpe al caer, siendo muy difícil que los sacrificados se mantuvieran a flote o pidieran auxilio. El objetivo de esta ceremonia era que los sacerdotes se comunicaran con los dioses a través de estas víctimas solicitando lluvias, buenas cosechas, victorias militares o prosperidad. 

Cuando la ciudad fue abandonada en el siglo XIII, sus templos y sobre todo el Cenote Sagrado continuaron atrayendo a peregrinos para realizar ofrendas y sacrificios hasta bien entrada la época colonial.

 
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el Chichén Viejo

Caminando desde El Gran Juego de Pelota hacia el sur se alcanza el Osario o tumba del Gran Sacerdote. Es una pirámide de pequeñas dimensiones (12 m de altura) con un gran parecido a la de Kukulkán. Su diseño se compone de nueve cuerpos superpuestos (incluyendo dos del templo) que representan el inframundo, cuatro escalinatas de 36 escalones que recorren los cuatro lados de la pirámide y dos grandes cabezas de serpiente que reposan en el suelo con sus fauces bien abiertas.

Aparte de estos detalles que se encuentran en la pirámide que domina la Gran Explanada, otra similitud es que estaba comunicada también con un cenote, el Txaloc. En torno a él se fundó la Vieja Chichén que prosperó gracias al agua. A pesar de su modesto tamaño, se considera uno de los edificios más interesantes de Chichén Itzá por la riquísima iconografía de las cuatro fachadas del templo que lo corona. Ni más ni menos que 48 paneles repletos de aves, frutas, semillas de maíz y cacao, y el dios Kukulcán representado como un híbrido de hombre, pájaro y serpiente…

Además, esta pirámide fue construida sobre una cueva natural, situada a unos 25 metros de profundidad, que comunicaba con el templo a través de una escalera que partía desde el suelo del propio santuario y continuaba por un largo túnel natural. Para los antiguos mayas esta cueva era la entrada al inframundo.

 
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Mirando el cielo

Tras dejar atrás la tumba del Gran Sacerdote, el viajero se topa con uno de los edificios más singulares: El Caracol, también llamado el Observatorio. Es el único edificio circular de Chichén Itzá, una tipología poco frecuente en las tierras mayas. Se cree que el edificio se construyó para desarrollar actividades astronómicas por su aspecto de observatorio celeste y por las representaciones halladas en su interior. Su nombre se debe a la escalera en espiral que alberga. 

Una torre de observación de 13 metros se erige sobre dos plataformas rectangulares. Aunque su cúpula hoy en día está muy deteriorada, sí pueden verse unas pequeñas ventanas en la parte más alta que estaban alineadas con la salida y puesta del sol en los días de solsticio de verano e invierno, y con los equinoccios. En el interior de esta misma cúpula se halla una pequeña estancia abovedada con representaciones de cuerpos celestes como las estrellas Canopo y Castor, y el planeta Venus. Por este último, los mayas sintieron una gran fascinación. Además de ser un planeta muy visible desde los límpidos cielos mexicanos y el más brillante del firmamento, era un importante personaje mitológico y fue venerado como el dios de la guerra y hermano del Sol. Su posición influía en el buen desarrollo de las campañas militares, como una especie de oráculo para encontrar el momento idóneo de entrar en batalla.

 
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Estilo Chichén Itzá

Dejando atrás El Caracol, se llega a un conjunto de tres estructuras llamados El Grupo de Las Monjas, en que sobresale un edificio palaciego que da nombre al complejo, y que consta de tres pisos que evidencian sus diferentes fases constructivas. Se triplicó el tamaño de la primera estructura hasta llegar a los 50 metros. Los españoles la bautizaron así porque encontraron numerosos cuartos pequeños y oscuros que les recordó a los conventos europeos. Posiblemente fue una residencia del linaje gobernante o de altos sacerdotes. Como curiosidad, en el segundo piso, se hallaron numerosas inscripciones con la fecha 880 que parece coincidir con el primer abandono de esta ciudad.

Situada al lado izquierdo del palacio se erige una pequeña construcción bautizada como la Iglesia por los españoles. Merece mucho la pena detenerse unos minutos ante ella ya que está muy bien conservada y así contemplar en estado puro el estilo puuc, tan característico de la cultura maya y sin influencia tolteca. 

La fachada empieza con una base lisa compuesta por piedras bien talladas y dispuestas de manera regular. La decoración va creciendo en altura y le sigue una greca que rodea por completo el perímetro del edificio y recuerda a un caracol seccionado. El segundo nivel es un friso dominado por mascarones del dios Chaac, con su característica nariz rizada sobresaliendo del muro. El que está situado encima de la puerta está flanqueado por cuatro figuras antropomorfas sentadas sobre una tarima. Posiblemente son los bacabob que, según la mitología maya, colocados en los cuatro rumbos del universo sostenían el firmamento. Encima del friso central, otra greca con formas triangulares simula una serpiente ondeante. 

Remata el edificio una cornisa desde la que arranca una crestería, un recurso decorativo muy extendido del estilo puuc para dar altitud y ligereza a la estructura. Tres mascarones de Chaac, dios de la lluvia, aparecen de nuevo con su prominente nariz. Esta figura se repite con frecuencia en la zona del Viejo Chichén, tan necesaria en Yucatán por la escasez de ríos y agua en superficie.