Entre tragos e hilos
Una intensa remodelación, respetando los forjados interiores originales y las fachadas, alumbra ahora el nuevo uso y vida del hotel. En su corazón, la adaptación de seis edificios distintos que habían servido para usos tan dispares como una antigua fábrica de bordados —de Oliveira Bordados Enmaderienses— o para el almacenamiento de vino de Madeira a costa de las bodegas Blandy’s en este remozado cuatro estrellas.

Artesanía a pie de cama © Manolo Yllera
Artesanía a pie de cama
Bajo los preceptos de la comodidad y adaptabilidad, el hotel ha apostado por completar sus 111 luminosas habitaciones con detalles que irradien ese halo histórico, permitiendo multiplicar la conexión con las esencias madeirenses. Para ello, además de encontrar los detalles del hilo en bordados de todo tipo, también se han replicado los clásicos trabajos de cestería en mimbre, típicos de la isla y de la Macaronesia, como los que en su día se utilizaban para trabajar en las bodegas.

El rooftop del hotel © Manolo Yllera
De azul a azul
Coronado por un amable rooftop que despliega una vista 360º sobre Funchal y su bahía, el B-Heaven del hotel destapa una infinity pool climatizada sobre la que dominar la panorámica del puerto de la capital, pero también destapar el skyline funchalense. Apenas a 70 metros, elpináculo de la catedral de Madeira capta las miradas con un encanto que fluctúa entre el manuelino y el gótico. Mismos gérmenes manuelinos que los que el no lejano Palácio de São Lourenço sorprende con uno de los primeros edificios erigidos en la ciudad, en la primera mitad del siglo XVI.

Banco de Portugal, Funchal © iStock
Centro de operaciones
La ubicación del Barceló Funchal Oldtown lo convierte en el epicentro que permite tener la capital madeirense más a mano que nunca. Además de la catedral o el citado Palacio, también permite llegar en pocos minutos a otras de las piedras de toque culturales de Funchal. La Praça do Municipio, donde también sorprenden el ayuntamiento o el palacio de Justicia, o arboladas avenidas. Es el caso de la Avenida Zarco y la Avenida Arriaga, que vertebran parte del centro de la ciudad, y cuyos paseos entre azulejería volcánica es uno de esos encantos coloniales que no dejan de disfrutarse.

Fruta tropical © iStock
Del pan, del pescado y del vino
Apostado en la rúa Dr. António José de Almeida, el hotel además permite llegar en pocos minutos a dos de los imanes más turísticos y sabrosos de Funchal. Por un lado, a recorrer algunas de las bodegas más conocidas de la capital como Blandy’s —que incluye visita guiada y cata— y D'Oliveira, también muy céntrica. Mención especial merece una incursión al Mercado dos Lavradores, especialmente los martes, que es el gran día del pescado. No menos impactante es comprobar la abundancia de frutas locales, entre ellas decenas de variedades distintas de maracuyás y de picantes que se multiplican en los puestos de este mercado donde el madeirense se funde con el visitante.

Shopping bags diseñadas por Joana Duarte © Manolo Yllera
Mantener el legado
Convertido en una embajada oficiosa de Funchal, el hotel también ha apostado por recuperar esa tradición secular del bordado en sus instalaciones. Para ello, entre otros planes, organiza talleres con bordadeiras profesionales, además de llegar a colaboraciones con diseñadoras como Joana Duarte, cuya marca Behén apuesta por recuperar el trabajo de antiguos métodos de confección para adaptarlos a la moda contemporánea. Con ella, por ejemplo, se ha lanzado una colección cápsula de shopping bags en el hotel, recuperando antigua ropa de cama típica madeirense.

Comida en Noz Café © Manolo Yllera
Atlántico en la mesa
Frutas tropicales y quesos locales confluyen en la propuesta gastronómica todoterreno del hotel, como la que acoge en el restaurante nonstop Noz Café, que ofrece una cocina basada en lo madeirense —especialmente lo hortícola—, donde el pescado y la carne completan los menús con creatividad y frescura, amén de ciertas recetas locales. Algo que también se produce en A Bordadeira, el restaurante que sirve de bufé de desayuno, donde de nuevo la frescura es la piedra clave sobre la que comenzar el día al compás de frutas tropicales, embutidos autóctonos y delicias como el bolo de caco —un pan típico con boniato— o las famosas broas de Madeira, unas ligeras galletas endulzadas con miel.