En el oeste del archipiélago canario, La Gomera es la isla canaria más quebrada, característica que hace que también sea una de las más intactas. Vista desde el aire, se muestra como el volcán redondo que fue en su origen; vivida de cerca, exhibe una orografía tan compleja que para ir de un valle a otro obliga a subir y bajar por pistas que a menudo se convierten en balcones de excepción.
Cualquier visita debe comenzar en la capital, San Sebastián de La Gomera, admirando su arquitectura colonial y disfrutando de un primer contacto con la gastronomía local. Desde allí, y para obtener una visión del paisaje vertical gomero, se puede viajar hasta el mirador del Santo, situado cerca de Arure, en el noroeste de la isla. Desde ese punto se divisa abajo la aldea de Taguluche, con sus casas de piedra volcánica empequeñecidas por los acantilados que se hunden en el agua en la llamada Punta del Viento.
El paisaje abrupto y marrón de Arure cambia a verde y exuberante al dirigirnos hacia el norte donde está el municipio de Vallehermoso. La tranquila y colorida población de interior que le da nombre vive a la sombra del omnipresente Roque Cano, un pitón volcánico de 200 metros de altura. Vallehermoso está conectada por una carretera de cuatro kilómetros con su playa homónima, encajada entre acantilados. En ella sobresale una construcción singular: el Castillo del Mar. Se trata de un antiguo pescante, que eran pequeños muelles alzados sobre pilares que servían para cargar y descargar mercancías en costas tan accidentadas como ésta.
El litoral norte esconde otro tesoro gomero, el acantilado de Los Órganos, declarado Monumento Natural, al que vale la pena acercarse por mar para apreciarlo en toda su magnitud.
Es hora de subir a lo más alto de la isla, donde espera la mayor atracción natural: el Parque Nacional de Garajonay, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1986. La reserva cubre el cráter del gran volcán y protege un bosque de laurisilva, valioso vestigio de las selvas que en el Terciario poblaban la cuenca mediterránea. Este reducto vegetal ha sobrevivido en Sudamérica y en las islas macaronésicas (Canarias, Azores y Cabo Verde), gracias a las nieblas que ascienden desde el océano y humedecen las cumbres.
El «monteverde» –así lo llaman los canarios– ocupa casi 5.000 hectáreas, capaces de transportarnos millones de años atrás en el tiempo. Se puede recorrer con visitas comentadas a pie en las que un experto va explicando los datos de este escenario ancestral.
Descendiendo del brumoso bosque de Garajonay hacia el oeste de la isla, el paisaje vuelve a cambiar por completo al entrar en el mundo árido de Valle Gran Rey, la mayor localidad de esta costa, a la que se llega por un barranco domesticado con terrazas de cultivo. Este enclave tiene buenas playas y muchos restaurantes en el puerto, en los que se puede probar un plato de carne asada con leche de palma o un pescado fresco, todos ellos regados con vinos del propio Valle Gran Rey o de Hermigua-Agulo.
Otra opción desde Garajonay es salir del parque por el sur y así atisbar en el horizonte el Roque de Agando, otro pináculo gomero emblemático, que preside la caldera de Benchijígua. Allí la carretera serpentea hasta finalizar en Playa de Santiago, un pueblecito de casas blancas y el único con infraestructura en la costa más meridional. Playa de Santiago suele ser el punto de partida para navegar y avistar cetáceos y también para visitar las calas de arena negra que se esconden en este rincón intacto y mágico.
MÁS INFORMACIÓN
Desde muchas capitales penínsulares salen vuelos hasta las islas de Gran Canaria y Tenerife. Ambas están conectados por vuelos domésticos con el aeropuerto de La Gomera, localizado en el sur de la isla. Desde el puerto de Los Cristianos (Tenerife) también salen transbordadores. Patronato de Turismo de La Gomera: Tel. 922 141 512.
Turismo de La Gomera