¡A toda saudade!

La fascinante Lisboa

Nos damos un paseo para saborear la nostalgia de sus barrios y las nuevas propuestas artísticas

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Alfama

Vista del Panteón desde la iglesia de San Vicente, en el barrio de Alfama.

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Barrio Alto

El Elevador de Bica sube la cuesta del Barrio Alto.

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Largo do Carmo

Una fuente o chafariz del siglo XVIII ocupa el centro de esta plaza, situada frente al convento del Carmo, una obra gótica sin techo desde el terremoto de 1755.

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Cafés y fado en el Chiado

Es el barrio de los intelectuales, donde Fernando Pessoa y otros poetas charlaban tardes enteras.

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La Catedral lisboeta

La sobria fachada románica aparece en un giro de la calle que sube por el barrio de Alfama hasta el Castillo.

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Barrio Alto

Las calles de este distrito suben por una colina situada justo enfrente del Castillo de São Jorge y el barrio de Alfama.

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Alfama

El mirador de Santa Lucía se asoma sobre los tejados rojos de Alfama que descienden hasta alcanzar el río Tajo.

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Convento de los Jerónimos

La obra cumbre del barroco manuelino, del siglo XVI, se edificó con los impuestos sobre las especias.

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Iconos

Los azulejos, el Monumento a los Descubrimientos y los pasteles de Belém son un sello de la identidad lisboeta.

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Torre de Belém

Declarada Patrimonio de la Humanidad, fue erigida entre 1515 y 1519 para defender la ciudad desde el río.

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Avenida de Brasilia

El paseo desde la Torre de Belém pasa junto al Monumento a los Descubrimientos (1960).

Mapa: BLAUSET

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Los rincones más especiales

1 Castillo de São Jorge. El mejor mirador de la capital.
2 Alfama. Hay que pararse en la Catedral y el Teatro romano.
3 Baixa. La animación se halla en torno a la plaza del Rossio.
4 Barrio Alto. La iglesia del Carmo y el barrio de Chiado, con cafés modernistas, son sus mayores atractivos.
5 Belém. El monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belém.

Los puentes Vasco de Gama y 25 de Abril cruzan el Tajo y nos depositan directamente en una de las capitales más especiales de Europa. Lisboa desprende, además de placidez y armonía, muchas opciones y contrastes. Puede ser el lugar más tradicional y auténtico y ofrecernos jabones o bordados fabricados al modo del siglo XIX, hasta el diseño más atrevido y contemporáneo propio de Berlín o Tokio.

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Para entendernos, no solo de fado viven los lisboetas. Esas melodías destilan nostalgia del pasado, pero también de un futuro que se ansía, y son perfectamente compatibles con la marcha más viva y las noches más divertidas de Europa. De algún modo, Manoel de Oliveira, el director de cine que con 105 años sigue filmando, representa el espíritu de un país con una cultura tan sofisticada y profunda como poco conocida en la vecina España. Éstas son algunas de las pistas para apreciar los muchos sabores de la vida lisboeta. Marca común: alta calidad y cero decepción.

Una ciudad rodeada de montañas

Lisboa está construida sobre siete colinas y bueno es empezar por el Castillo São Jorge, un recinto fortificado junto al antiguo barrio árabe de Alfama. Si la visita coincide en martes o sábado, conviene acercarse a la Feria da Ladra, es decir, el mercadillo de la ladrona. Otra parada muy recomendable y distinta es la escuela de circo Chapitó, que además es un bar-restaurante (Costa do Costelo, 1). En las proximidades se halla la Sé, la Catedral lisboeta, y también las ruinas del Teatro romano del siglo I a.C., la iglesia de San Antonio y numerosas fuentes (al-hamma, en árabe) que dan nombre al distrito.

Una pausa recomendable es el Café A Brasileira, de los años 1920, con su estatua de Fernando Pessoa sentado a la puerta

Alfama y, en general, toda Lisboa ofrece innumerables terrazas, cafés, quioscos y confiterías para descansar y avituallarse, que en el caso de esta ciudad es tan obligatorio como entrar en museos e iglesias. Un ejemplo: el quiosco del Campo de Santa Clara, un parque con hermosas vistas al río.

Tras descender del Castillo y para suavizar la caminata, podemos recorrer la Baixa, la zona llana que reconstruyó el marqués de Pombal tras el terremoto de 1755: de las plazas de los Restauradores, de Figueira, del Rossio –con el clásico Café Suiza– y del Comercio hasta la elegantísima avenida de la Liberdade, con sus preciosas aceras blanquinegras. Al final de la avenida aparece la Estufa Fría de Lisboa, un sorprendente refugio para plantas tropicales en pleno centro de la ciudad.

Deliciosos cafetines de Lisboa

A medio camino, el elevador de Santa Justa nos ahorrará subir una buena cuesta. Fue diseñado, como los otros dos funiculares de la ciudad, por el ingeniero francés Du Ponsard, discípulo de Gustave Eiffel, a principios del siglo XX, y deja ante unas maravillosas vistas en el barrio de Chiado. Este distrito cuenta entre sus visitas ineludibles las ruinas góticas del Convento del Carmo –el techo se desmoronó durante el terremoto de 1755–, el teatro de la Trinidade y el precioso Teatro de Ópera de San Carlos. Una pausa recomendable es el Café A Brasileira, de los años 1920, con su estatua de Fernando Pessoa sentado a la puerta.

Barrio Alto es contiguo al distrito de Baixa. Se sube con el característico tranvía amarillo (número 28) o con el Elevador da Glória y se puede bajar con el funicular da Bica. Durante el día en sus calles predominan los comercios, mientras que por la noche abundan los locales donde se escucha fado. La zona de Príncipe Real, la continuación de este activo barrio bohemio, ofrece la tranquilidad y el frescor de jardines como el Botánico, situado dentro del recinto de la Universidad y detrás del Museo de Historia Natural.

Si descendemos hacia el río encontraremos la Lisboa más moderna y refinada, la del diseño y la creatividad. Podemos empezar por el Museo del Diseño y la Moda (MUDE) en la Rua Augusta, 24. En los últimos años Lisboa ha hecho de la cultura su bandera y son decenas los eventos culturales, de música, teatro, cine, bienales de arte, arquitectura y diseño que ofrece. Un ejemplo de esta modernidad y vanguardia es la zona del Cais do Sodré. Entre la Avenida Ribeira das Naus y la hermosa Praça de São Paulo abundan bares, restaurantes y tiendas muy innovadores, incluido el Mercado da Ribeira, tradicionalmente de comestibles pero donde los fines de semana también se vende artesanía.

Desde allí podemos enfilar hacia Alcántara, barrio que alberga la LX Factory (Rua Rodrigues Faria, 10), una vieja fábrica hoy centro de industrias creativas. Más adelante, en el número 103 se halla la librería Ler Devagar, extraordinaria por concepto y espacio. A continuación pasaremos a Belém, zona monumental por excelencia, tan espectacular como serena, con su Torre, su Monasterio de los Jerónimos y su Monumento a los Descubrimientos, que conmemoró en 1960 las expediciones zarpadas de estos muelles y que convirtieron a Portugal en un imperio colonial que llegaba hasta Asia.

Arte contemporáneo en Lisboa

El Centro Cultural de Belém es sede del Museo Berardo de Arte Contemporáneo, si bien tan importante como ver Picassos, Mirós, Warhols y Dalís es zamparse un pastel de nata en la cuna de los más famosos y deliciosos de Portugal, que es mucho decir, dada la excelente repostería portuguesa. La confitería, inaugurada en 1837, está en la esquina del Palacio de Belém, residencia del Presidente de la República. No hay que acobardarse ante la gente que se agolpa, dentro el local es inmenso y siempre hay mesa. Los pasteles se compran por cajas de seis y es preciso hacerse con unas cuantas. Son el mejor regalo.

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En el otro extremo de la ciudad y al borde del río, está el Parque de las Naciones, construido para la Exposición Universal de 1998. Los pabellones albergan el Museo de la Ciencia y el Oceanario, que reproduce los cinco océanos del planeta. De camino y para los que busquen lo más rabiosamente actual, está la Fábrica Braço de Prata (Rua da Fábrica do Material de Guerra), una antigua fábrica de metralletas reconvertida en centro cultural.

Misteriosa, romántica, decadente, habitada por fantasmas, atlántica, refinada, alternativa, reflexiva. Lisboa es todo eso y más. Territorio musical y literario por excelencia, la música de Madredeus, Camané o Maria Joao Pires, las novelas de Eça de Queiroz o Lobo Antunes, serán un fenomenal complemento para un viaje que siempre apetece repetir.