Recorrer las vacías carreteras rurales de la región Pays d’Auge invita a reducir la velocidad. Los campos verdes y fértiles bordeados de setos, salpicados de vacas normandas de castaño y blanco y de granjas con entramados de madera son paisajes ideales para recorrer en coche o en bicicleta. En primavera, los huertos de manzanas y perales se tiñen de rosa; en otoño, de rojo fuego. En cualquier época del año, darse un festín de frutas de temporada en los bonitos auberges (posadas) es una experiencia deliciosa, así como disfrutar de la variedad gastronómica hecha con productos locales y ecológicos que, mucho antes de que se acuñara la moda de la “cocina de kilómetro cero”, los chefs ecologistas de estas tierras ya preparaban.
Los aficionados a la historia sabrán que Guillermo el Conquistador creció en las onduladas colinas de la Suisse Normande y más tarde envió la piedra caliza de Caen a través del Canal de la Mancha, como rey normando de Inglaterra, para construir la Torre Blanca de la Torre de Londres. La región también está repleta de castillos magníficamente conservados, muestras de esplendor renacentista con torreones en forma de sombrero de bruja y jardines llenos de fosos.

Paisaje de la Suisse Normande desde los Rochers des Parcs en Clécy / Foto: iStock
Primer día, pueblos y sidra
Explorar la variedad de puestos al aire libre del mercado de Pont-l'Évêque, famoso por su queso con denominación de origen, es la mejor manera de descubrir el alma de esta pequeña ciudad ribereña. Siguiendo los aromas del mercado, pronto se llega al puesto de la Fromagerie René, donde se puede comprar un delicioso queso de corteza lavada empaquetado en una caja de madera de álamo. En este mismo lugar, la Ferme de la Bourgeoterie ofrece degustaciones de crema espesa de leche no pasteurizada y teurgoule normande, un pudin de canela y arroz cocido a fuego lento.
Conduciendo diez minutos por Pays d’Auge, en dirección hacia el norte, pronto se llega a Christian Drouin, una granja del siglo XVII en la que, desde 1960, la familia Drouin destila sidra para elaborar calvados, un aguardiente con denominación de origen producido exclusivamente en Normandía. En esta granja se pueden realizar visitas guiadas en las que se recorren los manzanos, la destilería artesanal y en granero de entramado de madera en el que el aguardiente de manzana adquiere su característico color caoba dorado con el paso del tiempo, dentro de las barricas de roble.

Beaumont-en-Auge / Foto: Shutterstock
Siguiendo los caminos bordeados de setos se llega hasta Beaumont-en-Auge. En este pintoresco lugar, el último fabricante de caleidoscopios que quedaba en Europa (procedente de París), se compró una cabaña con entramado de madera para instalarse en 1976. En Après la Pluie, la curiosa tienda de Dominic Stora, se pueden contemplar algunos de estos juguetes ópticos hechos a mano. Después, se puede pasear por las boutiques de moda y las galerías de antigüedades de los alrededores, y comer algo en la rue du Paradis.
A veinte minutos en coche, en dirección al sur, está el pueblo Cambremer, trampolín del itinerario en coche de la Route du Cidre, donde se puede visitar una hermosa iglesia románica y exposiciones de arte en un granero medieval. Cerca se encuentran los Jardins des Pays d'Auge, en los que se pueden contemplar árboles y flores que evocan la figura de ángeles, diablos y mucho más.

Beuvron-en-Auge / Foto: iStock
Beuvron-en-Auge se encuentra a 15 minutos por un camino rural entre granjas de sementales y sidrerías. Allí se puede admirar la Chapelle de Clermont, construida durante el siglo XII, y descender hasta la plaza principal. Las casas con entramado de manera que se apiñan alrededor del antiguo mercado recuerdan al cuadro Panorama de Beuvron-en-Auge de David Hockney, que vive cerca.
Una buena opción para cenar es el restaurante tradicional Le Pavé d'Auge, donde el chef Jérôme Bansard trabaja las ricas materias primas de la región en su cocina normanda, ligera como un soufflé. Una de las especialidades de la casa es el famoso plato de cuatro quesos de Normandía: camembert, neufchâtel, pont-l'évêque y livarot, comidos en ese orden, con una cucharada de espesa crema de Isigny.
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Estatua ecuestre de Guillermo el Conquistador en Falaise / Foto: Shutterstock
Segundo día, historia y camembert
El segundo día puede empezar con una visita a Falaise, en Suisse Normande, la cuna de Guillermo el Conquistador. En la plaza Guillaume le Conquérant, ubicada en el corazón de esta localidad, se alza una escultura que hace homenaje a este rey guerrero. Allí mismo también se encuentra un tanque de combate Sherman M4A1 en desuso, pintado por el artista callejero francés Jef Aérosol en 2019, que conmemora la paz desde la Batalla de Normandía.
Subiendo por la cuesta y atravesando la muralla, se llega al interior del Chateau de Falaise, un castillo del siglo XI. Los visitantes que quieran adentrarse en la fortaleza de piedra en la que nació Guillermo el Conquistador podrán guiarse con tabletas digitales a través de los muros y la amenazadora Torre Talbot, antaño hogar de aves destinadas a la mesa del banquete y comadrejas domesticadas encargadas de mantener a raya a las ratas.

Falaise / Foto: Shutterstock
Por la tarde, conduciendo 20 minutos en dirección suroeste a través de pastos verdes, se llega a Les Roches d'Oëtre, un precipicio rocoso con vistas a los desfiladeros excavados por el río Rouvre. Desde el parking, se puede seguir el sendero Sentier des Corniches hasta llegar al hermoso mirador. Otra opción es coger un mapa en el centro de visitantes para descubrir los senderos más largos que descienden hasta llegar al río.
Cerca de este lugar está la Ferme du Champs Secret, la granja familiar en la que Patrick Mercier produce camembert fermier con denominación de origen, elaborado in situ a partir de la leche no pasteurizada de su rebaño de 110 vacas normandas. Todo se hace a mano, desde el vertido de la cuajada en los moldes hasta la elaboración de 700 quesos al día.

Roches d'Oëtre / Foto: Shutterstock
La manera ideal de finalizar la jornada es con un aperitivo a primera hora de la tarde en el pueblo en el que, en 1791, nació el queso más conocido de Francia. Hasta las cinco de la tarde, se puede acceder al museo en el que se cuenta la historia y la cultura del pueblo de Camembert. Ahí se explica cómo el camembert se convirtió en un icono nacional a partir de 1918, cuando los granjeros locales enviaban paquetes semanales de ese queso a los soldados franceses.
La entrada al museo también da acceso a la vecina Fromagerie du Clos de Beaumoncel, donde se puede echar un vistazo a la húmeda sala de madueración a través de un cristal, y probar camemberts pasteurizados y leche no pasteurizada en la Maison du Camembert, colina arriba, pasada la iglesia. Allí se puede disfrutar de un aperitivo de camembert al horno y pommeau, una mezcla dulce de sidra y calvados.

Clécy / Foto: iStock
Tres aventuras más por el valle de Orne
El río Orne atraviesa el Valle de Orne en un recorrido de 151 kilómetros hacia el norte, desde la Baja Normandía hasta el Canal de la Mancha, en Ouistreham. En este río se pueden realizar un sinfín de actividades, como bañarse, remar y chapotear en distintos puntos de la orilla.
Al oeste de Falaise, la pequeña y bonita Clécy es el principal centro de actividades al aire libre de la zona y un mirador desde el que contemplar el valle a vista de pájaro. Antes de bajar al río, se puede coger fuerzas con un café y una comida de picnic en la panadería de la plaza principal, Place du Tripot. Luego, se puede remar por las aguas serenas bajo los arcos del enorme viaducto de Clécy, construido en 1866, o apuntarse a una expedición en kayak de medio día o un día entero. Los minibuses transportan a los exploradores río arriba hasta Pont d'Ouilly, desde donde hay que remar 13 km hasta Clécy. Las "guingettes", cafés de verano improvisados a orillas del río, aportan un toque de frescura vintage a lo Renoir.

Bagnoles-de-l'Orne / Foto: Shutterstock
Por otro lado está la ciudad balneario de Bagnoles-de-l'Orne, que en 2022 se convirtió en el primer destino de Francia en recibir el premio Green Destinations de oro a la sostenibilidad, otorgado por el Consejo Global de Turismo Sostenible. Desde la Edad Media, los “curanderos” franceses han acudido hasta este lugar para bañarse en sus aguas termales. Actualmente, se puede combinar un baño en la piscina del B’O Spa Thermal, abastecida por un manantial subterráneo, con tranquilos paseos por el bosque a través de un laberinto de robles centenarios en la Forêt d'Andaine protegida. El casco antiguo de Bagnoles, con sus opulentas villas art déco, es el alma gemela de la ciudad costera de Honfleur, conocida por su clásico glamour.
Por último, los que tengan ganas de acelerar el ritmo se pueden unir a los adictos a la adrenalina en el viaducto de la Souleuvre, a 40 minutos en coche de Clécy, un poco al oeste del Valle del Orne. El ingeniero francés Gustave Eiffel ideó el viaducto sobre el río Souleuvre en 1893 y los trenes a Caen circularon por él hasta 1960, cuando se cerró la línea férrea. En Skypark, desde el más alto de los cinco pilares de granito que quedan, los amantes del puenting realizan saltos mientras disfrutan de unas estupendas vistas aéreas de los campos de Normandía, en la vertiginosa caída de 60 metros hasta el río. Los más atrevidos pueden pedir que les sumerjan hasta la cintura en el agua. Los demás pueden divertirse en la tirolina o el columpio gigante que hay en el parque.