En la cara occidental de Islandia el asfalto desaparece en virtud de sendas de gravilla que conducen al viajero al territorio más inhóspito de Europa. Acantilados de cuatrocientos metros de altura coronados por faros solitarios, glaciares y páramos de tundra, aldeas costeras sacadas de leyendas vikingas y un cúmulo de penínsulas y bahías retorcidas que parecen el garabato de un niño en la zona más próxima al Círculo Polar Ártico. El sol de medianoche ilumina en esta época del año Vestfirdir o los Fiordos del Oeste.