«Bula, Welcome to Fiyi» es lo primero que se oye nada más desembarcar en el aeropuerto internacional de Nadi, en la isla Viti Levu, la principal de las Fiyi. Bula es una palabra utilizada tanto para el saludo como para la despedida. Pero no significa ni hola ni adiós; quizá «vida» sería su mejor definición. De camino al control de pasaportes, unos músicos con ukeleles y camisas floreadas entonan la canción de bienvenida Bula malea. Son las 6 de la mañana, la neblina matinal se está dispersando y ya hace un bochorno tremendo, pero la alegría de estar en Fiyi tritura cualquier signo de cansancio tras el viaje de 24 horas desde España.
Los fiyianos disfrutan de una vida relajada en un territorio de temperaturas cálidas y paisajes paradisíacos. Como casi todas las islas del Pacífico, se sitúan por debajo de la línea ecuatorial, con unas playas de fina arena blanca bordeadas de cocoteros, pandanos, juncos y aguas azul turquesa bajo las que habita un universo de corales y fauna submarina. En el interior, los bosques tropicales esconden cascadas y un sinfín de especies de aves y plantas.