De isla en isla

Fiyi: el paraíso sí existe

Este archipiélago se esparce por el mar de Coral, al nordeste de Australia, como un tapiz de esmeraldas rodeadas de arena blanca y aguas turquesas.

«Bula, Welcome to Fiyi» es lo primero que se oye nada más desembarcar en el aeropuerto internacional de Nadi, en la isla Viti Levu, la principal de las Fiyi. Bula es una palabra utilizada tanto para el saludo como para la despedida. Pero no significa ni hola ni adiós; quizá «vida» sería su mejor definición. De camino al control de pasaportes, unos músicos con ukeleles y camisas floreadas entonan la canción de bienvenida Bula malea. Son las 6 de la mañana, la neblina matinal se está dispersando y ya hace un bochorno tremendo, pero la alegría de estar en Fiyi tritura cualquier signo de cansancio tras el viaje de 24 horas desde España.

Los fiyianos disfrutan de una vida relajada en un territorio de temperaturas cálidas y paisajes paradisíacos. Como casi todas las islas del Pacífico, se sitúan por debajo de la línea ecuatorial, con unas playas de fina arena blanca bordeadas de cocoteros, pandanos, juncos y aguas azul turquesa bajo las que habita un universo de corales y fauna submarina. En el interior, los bosques tropicales esconden cascadas y un sinfín de especies de aves y plantas.

 
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Una auténtica constelación de islas

Dispersas como estrellas en el cielo, las Fiyi concentran a la mayoría de su población en Viti Levu, donde se localiza la capital, Suva, y su cumbre más alta, el monte Tomanivi, de 1324 m. El holandés Abel Tasman avistó las islas del norte en 1643, más de un siglo antes de que James Cook señalara la isla Tortuga en los mapas de su circunnavegación del planeta. Colonia británica desde 1874 hasta 1970, la República de las Islas Fiyi tuvo que superar crisis institucionales, golpes de estado, gobiernos interinos y militares, la constitución derogada... hasta las elecciones democráticas de 2014.

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Uno de los países más felices del mundo

La mayoría de visitantes comienzan su viaje aún con su salusalu (collar de flores frescas) colgando del cuello. La ropa es colorida, la mayoría de locales visten camisas 100% fiyianas, de flores o con motivos tribales. Es lo que se lleva, además del sulu, una falda larga que cubre hasta más abajo de la rodilla y que visten tanto hombres como mujeres. La gente sonríe y saluda por la calle. No es casualidad que año tras año encabecen la lista de los países con un mayor índice de felicidad.  Uno de los aspectos más genuinos del archipiélago es el Fiji time, término que engloba una manera de entender la vida. En Fiyi se acuerda una cita y es normal esperar, al menos, una hora sin impacientarse. Aquí los minutos no existen. Estresarse por los horarios es absurdo. En las islas todo va a otro ritmo.

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Una pequeña india

El de Sri Siva Subramaniya es el templo hindú más grande del hemisferio sur, de arquitectura dravídica y construido con materiales y trabajadores venidos desde la India: entre 1879 y 1930, el gobierno británico trajo a estas tierras a miles de trabajadores indios para trabajar en las plantaciones de azúcar. Muchos se quedaron y ahora casi el 40% de la población es india (llamados indofiyianos), mientras que el 56% son fiyianos indígenas, los iTaukei. El principal producto de exportación es la caña de azúcar,  junto al coco, la papaya y el jengibre. En Fiyi hay más de 600 km de vías para los trenes de caña, una potente industria nacional, con inmensas plantaciones sobre todo en la zona de Momi Bay, en el sudoeste de Viti Levu.

 
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Cultura de mercado...

Esta miscelánea cultural puede observarse en el mercado de Nadi, donde hay toda clase de frutas tropicales, hortalizas y especias. Destacan las raíces del kava o yangona (Piper methysticum), que se venden directamente extraídas del suelo o bien molidas en polvo. Es el producto estrella del mercado, de las Fiyi y de las islas del Pacífico, porque constituye la base de una bebida tradicional que se usa con fines curativos, en reuniones y ceremonias rituales. El kava kava se toma en un bol (media cáscara de coco) y el primero en beber suele ser el mayor del grupo o el invitado. El bol circula de mano en mano en un respetuoso silencio; hay que bebérselo entero, dando una palmada al recibirlo y tres al pasarlo. Tiene un gusto algo amargo y, después de algunas rondas, se nota que la lengua y la mandíbula se va adormeciendo, puesto que la planta posee efectos relajantes, analgésicos, antidepresivos... y también prepara para una buena siesta.

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Y cultura hedonista

Se puede seguir la Queens Road para aventurarse por Viti Levu, la más grande las Fiyi. Se trata de una carretera panorámica que bordea la costa sur hasta Suva y pasa junto a complejos hoteleros y aldeas. Después de Port Denarau, cerca de Nadi, la Coral Coast es la zona que concentra más hoteles, pero también bellos rincones. Bahías escondidas, calas con el verde llegando casi a la orilla, poblados con su iglesia y su escuela, blancos arenales como el de Natadola. En la isla, el bar flotante Cloud 9 se ha convertido en todo un deseo hedonista para los viajeros. Este bar navega frente a la costa de Port Denarau, de donde zarpan las embarcaciones que llevan hasta él.

 
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Un gran jardín submarino

Las Fiyi tienen más de 10.000 km2 de arrecifes de coral. Muchos se hallan casi rozando la costa, otros son plataformas y barreras hundidas a unos 15 o 20 m de profundidad. Con un promedio de 26 Gº, la temperatura del agua fluctúa muy poco. La biodiversidad es extraordinaria: 467 especies de moluscos, 298 de coral y unas 1200 de peces de arrecife.

El primer contacto con las profundidades marinas de Fiyi podría ser bucear en el Shark Reef National Marine Park, que protege una franja de casi 50 km frente a Pacific Harbour. Es uno de los mayores santuarios de tiburones del planeta, donde una única inmersión permite encontrarse cara a cara con ocho especies de tiburones: gris, segador, el de arrecife de punta negra y también de punta blanca, toro, nodriza, de punta plateada y el gran tiburón tigre. Todo ello envuelto por peces de cientos de especies, como leones, morenas, róbalos, pargos, jureles, meros...). Muchas inmersiones se realizan desde la isla de Beqa, en la que la tribu sawau aún mantiene la tradición de caminar sobre piedras ardientes.

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En mitad del meridiano 180

Desde una discreta pista en la costa sur, la avioneta despega y cruza la isla de Viti Levu rumbo a la de Taveuni. La vegetación crece libre desde el mar hasta donde alcanza la vista: las tierras altas, el interior montañoso, valles cruzados por ríos y densos bosques tropicales que esconden cuevas utilizadas antaño como lugar de enterramientos y rituales. Tras casi una hora y media, se ateriza en el aeropuerto de Matei, una pista asfaltada cortada a cuchillo frente a un mar de palmeras. 

Taveuni es la tercera isla más grande de las Fiyi, después de Viti Levu y de su vecina Vanua Levu. Se la conoce como «la isla jardín» por su frondosidad y exuberante vegetación color esmeralda, pues el norte recibe más lluvia que el resto del archipiélago. Cubierta por unos 150 conos volcánicos y fértiles valles, es un placer recorrerla en coche. La carretera que bordea la costa enseguida pierde el asfalto, cruza puentes sobre ríos, esquiva socavones y atraviesa minúsculos poblados o villages, como los llaman ellos. 

El Bouma National Heritage Park, que abarca unos 150 km2 de bosque lluvioso y costa, es un paraíso dentro del paraíso. Varios senderos permiten adentrarse en su selva hasta cascadas sensacionales, como la Lower Bouma, un salto de 24 m con una laguna en la que es posible nadar. Continuando la ruta se alcanza a poner un pie a cada lado del meridiano 180, la línea internacional de cambio de fecha. Medio cuerpo está en el ayer y el otro medio en el hoy, aunque oficialmente solo hay un huso horario en las Islas Fiyi.

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El menú ideal fiyiano

El menú empieza con el kokoda, el ceviche fiyiano y plato estrella del país; sigue con un filete de atún pescado a media mañana, acompañado de arroz, taro y crema de coco. 

En las Mamanucas, la comida más tradicional recibe el nombre de lovo, un horno excavado en el suelo. Los alimentos se cocinan en un gran agujero –en Samoa, el horno se construye apilando tierra–, en cuyo interior se enciende un fuego con cortezas de coco y ramas que se cubre con rocas de río. Cuando las piedras están al rojo vivo, se extienden formando una plataforma sobre las que se disponen hojas de banana rellenas de pescado, taro y yuca. La cena tardará unas dos horas en cocinarse, pero no hay ninguna prisa, es el Fiji time.

 
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El paraíso del submarinismo

A poca distancia, la isla de Matangi alberga un enclave ideal para nadar con gafas, tubo y aletas. Se trata de la bahía de Horseshoe. Enmarcada por palmeras, su forma de herradura abraza unas aguas cristalinas que esconden un cráter sumergido. La extrema visibilidad permite extasiarse con la gama de colores y de texturas, tanto de corales y rocas como de peces y algas. El azul intenso se tiñe de rojos, púrpuras, verdes, amarillos… Entre las enormes estructuras de corales duros nadan anguilas, tortugas, peces loro o peces mariposa, mientras que en la arena del fondo o sobre las rocas, medio camufladas, se ven estrellas de mar azules y almejas gigantes. Intacto, sin adulterar ni sobreexplotado, Fiyi es un paraíso para los buceadores. Por algo el archipiélago es una de las capitales mundiales del coral, pues aquí se encuentra la cuarta barrera coralina más extensa del planeta. Lo mejor, sin embargo, es la sensación de ser el único observador de este espectáculo natural, en medio de un silencio solo roto por el propio aleteo. 

Las inmersiones en el estrecho de Somosomo, localizado entre las islas de Taveuni y Vanua Levu, permiten disfrutar de una de las diez mejores zonas de buceo del mundo. El enclave es famoso por el arrecife Rainbow, que cuenta con más de 20 puntos de inmersión, entre los que destaca la Gran Pared Blanca, un impresionante muro cubierto de coral blanco.

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Como para sentirse un náufrago

Las Mamanucas son un veintena de islas localizadas al oeste de Viti Levu y accesibles en barca desde Nadi. Habitadas algunas de ellas, otras permiten vivir una experiencia a lo Robinson Crusoe, lejos de toda civilización. No en vano en la pequeña y deshabitada isla de Monuriki se rodó Náufrago (2000), con Tom HanksLa actividad alterna los chapuzones entre arrecifes de coral y bahías de aguas turquesas con los paseos por  jardines tropicales de ondulantes palmeras, hibiscos y flores de buganvillas asomadas a kilómetros de playas de arena blanca. Además, aquí se encuentra una de las mejores y más desafiantes olas para surfistas: la izquierda de Cloudbreak, uno de los tubos más radicales del planeta. Hasta el gran Kelly Slater, con once títulos mundiales, ha dicho que es la mejor ola del Pacífico.