Pocas ciudades en el mundo poseen una riqueza artística tan impresionante como la que exhibe Florencia. Claro ejemplo de una ciudad-museo, su belleza es capaz de provocar un delirio como el síndrome que sufrió el escritor francés Stendhal cuando la visitaba, «causándole temblor, palpitaciones, vértigo y confusión al contemplar aquella cantidad de obras de arte consideradas extremadamente bellas». Ya en la Edad Media y sobre todo a partir del siglo XIV cuando se convirtió en la cuna del Renacimiento, Florencia fue acumulado arte por sus cuatro costados. Sin embargo, lejos de languidecer y quedarse anclada en el pasado, la capital de la Toscana ha sabido mantener el esplendor de sus museos y monumentos que hoy conviven sin complejos con la vitalidad que reina en sus plazas, cafés, trattorias y mercados.