Cuando se viaja por Galicia, la imaginación divaga entre un sinfín de mitos y leyendas, pues cada castro, dolmen, cruceiro o pazo acaba por desvelar sus historias más arraigadas. Esta ruta parte más allá de los límites septentrionales de las Rías Baixas. En concreto, desde el cabo Touriñán, el punto de Europa continental donde a inicios de primavera y al final del verano más tarde se ocultan los rayos del sol. Este fenómeno no tendría mucho atractivo si no fuera porque la belleza del cabo, un kilómetro de tierra ganada al océano, deslumbra incluso más que el faro vigilante desde su acantilado. El lugar es magnífico y se vuelve idílico cuando el suelo rocoso se cubre tras el invierno con un manto rosáceo de matorral y plantas aromáticas. Desde Touriñán seguimos hasta Dumbría, otro enclave emblemático de las Rías Baixas coruñesas, donde el río Xallas se da el capricho de verter sus aguas al Atlántico saltando por una imponente cascada: la Fervenza do Ézaro. Con el ímpetu ruidoso del agua y la mole granítica por la que se desboca, la imagen es sobrecogedora. Las noches de marzo a septiembre, la cascada se tiñe de música y colores en un vibrante espectáculo de luz y sonido –en 2022 los horarios pueden modificarse para evitar aglomeraciones–. Se aconseja, pues, quedarse en uno de los alojamientos próximos y continuar el viaje a la mañana siguiente, no sin antes subir al Mirador de Ézaro, cuya vista abarca el salto del río, la ensenada y el monte Pindo, conocido como el «Olimpo Celta», clave en la mitología gallega. Desviando la ruta costera un pequeño tramo hacia el interior, vale la pena llegar a un pueblecito asomado al río Tambre, paso obligado del Camino de Santiago hacia Fisterra. A Ponte Maceira es un lugar encantador escondido en un vergel de tonos verdes y flores coloridas. Como un museo al aire libre, sus callejuelas empedradas exhiben hórreos, palomares, casas blasonadas y un puente medieval de origen romano. Los arcos pétreos de A Ponte Vella se yerguen confundiéndose entre las grandes rocas que el río ha ido modelando a su antojo. Atravesándolo se llega a la Capilla de San Brais (siglo xviii) y al Pazo de Baladrón que, tras su puerta almenada y tapizada de hiedra, acoge un cuidado jardín y un edificio de tintes modernistas. Muy cerca, tres molinos restaurados reviven la tradición agrícola y la vinculación de esta tierra con el río. Cuesta abandonar la imagen bucólica de A Ponte Maceira, pero la idea de seguir descubriendo lugares míticos nos deriva de nuevo hacia la costa para retomar la ruta por las Rías Baixas. La siguiente parada es la villa medieval y marinera de Noia. El casco antiguo de este pueblo de tradición artesanal y pesquera está declarado Conjunto Histórico-Artístico. Caminando por sus callejuelas empedradas se percibe un aire medieval presente en las gruesas arcadas, callejones y plazoletas. Conviene perderse por ellas descubriendo pazos, blasones y puentes hasta dar con alguna de las joyas religiosas de Noia.Una es la iglesia y museo de Santa María a Nova, bello ejemplo de estilo gótico marinero, que acoge la mejor colección de Europa de lápidas sepulcrales desde el medievo. Otro tesoro es la iglesia conventual de San Francisco, que comparte espacio con el hermoso edificio del Ayuntamiento. Y también está la iglesia de San Martiño, con su magnífica portada escultórica, a la que acompaña una leyenda sobre sus torres inacabadas. Se puede indagar sobre ella descansando en la plaza del Tapal, frente a una ración de empanada de maíz con berberechos o alguna variedad de marisco, una apuesta segura por la calidad del producto autóctono, siempre presente en la gastronomía de las rías gallegas. Ponemos rumbo al sur hacia Porto do Son, villa de marcado acento marinero enmarcada entre extensos arenales. El de As Furnas, a pocos minutos del pueblo, es uno de los más hermosos de Galicia, y fue escenario del rodaje de Mar adentro , la película de Alejandro Amenábar. Aquí el mar se embravece chocando con las rocas afiladas, excavando pozas y grietas en un acantilado de sorprendentes tonos rojizos y negros. Aun así es posible darse un chapuzón y luego continuar a pie para descubrir uno de los mejores secretos que esconde Porto do Son. En lo alto de una pequeña península rocosa, el Castro de Baroña aparece como un mirador privilegiado al océano. Este asentamiento de la Edad de Hierro acoge más de una veintena de viviendas circulares que, según evidencian los hallazgos, fueron habitadas por un poblado de agricultores y pescadores entre los siglos i a.C. y i d.C. Es uno de los castros mejor conservados y más visitados de Galicia. Aprovechando el sol tenue de primavera apetece un poco de relax en un lugar diferente. El Parque Natural del Complejo Dunar de Corrubedo y Lagunas de Carregal y Vixán acoge el mayor conjunto de dunas de Galicia y una importante diversidad de ecosistemas costeros. Dominado por una amplia marisma, la reserva propone cinco itinerarios por zonas de avistamiento de aves, lagunas litorales, dunas móviles y extensas playas. Continuamos pues cuanto antes hacia el último punto de la ruta. El faro de Corrubedo nos espera a tiempo de contemplar desde la atalaya agreste y salvaje que corona cómo el sol apaga el brillo de la gran duna. Otra imagen para guardar en la memoria antes de despedirnos de esta legendaria y mítica costa gallega.