Por mucho que uno la visite, Girona siempre ha sabido guardarse un as en la manga. La ciudad del urbanismo medieval que ha enamorado a cineastas del mundo entero, de las casas de colores que se reflejan en el río Onyar, de los omnipresentes y pecaminosos xuixos, de los muchos recovecos románicos o góticos y de las flores en primavera, también esconde sus secretos para quienes sepan encontrarlos.
El Jardí de l'Àngel
Hay que callejear por el entorno del monasterio de Sant Pere de Galligants para encontrar la entrada al jardín más recoleto y desconocido de Girona. El Jardí de l'Àngel supone un retiro apaciguado y fresco —a la sombra de los naranjos— que por su exquisita discreción sirvió de lugar de tertulias para los intelectuales republicanos en tiempos de represión. Situado en un cul-de-sac y al amparo de la imponente muralla medieval, en 1998 el poeta local Josep Tarrés i Fontana, reconvirtió esta antigua huerta en un rincón salpicado de cosmogonía angelical. Un ángel preside el portón de entrada; otro —un dorado arcángel Metatrón— vigila el pozo del lugar y 72 placas de latón muestran los nombres de ángeles y arcángeles escritos en hebreo.

El carrer de les mosques (la calle de las moscas)
Sant Narcís es el santo patrón de Girona y todos los 29 de octubre la ciudad entera detiene su ritmo para homenajearlo con grandes festejos —les Fires de Sant Narcís— que se han convertido, cabe decirlo, en una de las fiestas patronales más populares de Cataluña. Durante las celebraciones (y todo el año en realidad) hay un elemento que está siempre presente: las moscas. Las hay hechas de forja, de cerámica, de piedra, estampadas en camisetas... y durante les Fires también vuelan en forma de papelitos por toda la ciudad. Estos insectos que según la leyenda protegieron el sepulcro de Sant Narcís de los ataques del ejército del rey de Francia, tienen también su propia calle. En sus paredes los relieves y esculturas del artista Gerard Roca recuerdan el milagro.

Monasterio de Sant Daniel
Las monjas benedictinas llevan habitándolo (casi) ininterrumpidamente desde hace más de 1.000 años, ya que sólo abandonaron sus muros temporalmente en tiempos de guerras que pudieran poner en peligro su integridad. Discreto, silencioso y sin estridencias igual que el valle homónimo que lo acoge. El valle de Sant Daniel es un escueto brazo de naturaleza casi intocada que acompaña al río Galligants desde el Barri Vell y que supone la carrera perfecta para los gironins que antes de ir a trabajar se animan a una sesión de running. Las monjas custodian un sepulcro de San Daniel, de 1345, un claustro de los siglos XII y XIII y un archivo con documentos históricos que se remontan al siglo XI.
El mirador (y los jardines de John Lennon)
Tiene cipreses, higueras, almendros y nenúfares. Y, en nuestra modesta opinión, ofrece las mejores panorámicas de Girona, pues en una sola foto caben el triunvirato de la catedral, la iglesia de Sant Feliu y el monasterio de Sant Pere de Galligants. Alejados (aunque no mucho) del bullicioso Barri Vell, los jardines dedicados al más rebelde de The Beatles se encaraman en terrazas por la colina que sube por el barrio de Montjuïc siguiendo la muralla medieval de Santa Llúcia.

La cisterna y la carbonera del antiguo convento de los capuchinos
En el subsuelo del antiguo convento de los capuchinos, que hoy es la sede del Museu d'Història de Girona, se excavó un túnel que comunicaba el monasterio con la parte exterior de la muralla. Allí debajo los monjes también construyeron un inmenso aljibe con bóvedas de piedra sobre pilares, una cisterna de proporciones considerables para asegurar que a la comunidad no le faltara nunca agua. A su lado otra obra excavada en la piedra, de parecidas dimensiones y gruesas paredes perchadas con bóveda catalana, sirvió como refugio antiaéreo durante la guerra civil. Estos espacios suelen estar cerrados al público por motivos de seguridad —el acceso por escalones estrechos y húmedos no es para todo el mundo— pero durante la exposición anual Temps de Flors, éste es uno de los recintos que se pueden visitar.
La farmacia Masó-Puig (actualmente Saguer)
Rafael Masó fue uno de los nombres propios de la arquitectura Novecentista, ese movimiento intelectual que plantó cara a la bohemia modernista durante los primeros años del siglo XX y que tuvo miembros destacados como Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez o Eugeni d'Ors entre muchos otros. En la calle Argenteria se ubica una de las obras más curiosas de Masó, hecha en 1908: la farmacia que por aquel entonces pertenecía a su hermano Joan y que hoy, casi 120 años después, sigue ejerciendo como dispensario de medicamentos. Su interiorismo rico en cerámicas, forjados y maderas hechas a medida sigue intocado según el diseño de Masó.