A tiro de piedra

Girona en ocho excursiones imprescindibles

Comarca a comarca, esta provincia es un perfecto equilibrio entre pueblos y paisajes de mar y montaña.

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iStock-1129566817. Alt Empordà

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Alt Empordà entre calas rocosas, artistas y yacimientos

Historia, paisaje y arte son tres elementos indisociables en esta comarca del norte de Girona. En ella se extienden los imponentes paisajes costeros del Cap de Creus, en realidad las estribaciones orientales de los Pirineos que al acercarse al mar se convierten en un agreste cabo marino que penetra en el Mediterráneo. Desde 1984 está declarado Parque Natural. Su belleza salvaje e intacta es una de las que mejor representa el sobrenombre que a inicios del siglo XX recibió este litoral de Girona, al que un día en un artículo de prensa se le denominó con acierto la Costa Brava. La naturaleza de este paraje, que acoge el punto más oriental de la Península, se exhibe sin pudor a lo largo de una red de senderos señalizados que surcan la reserva, itinerarios adornados por algunos dólmenes megalíticos y torres-vigía del siglo XVI. Aunque sin duda también es recomendable contemplarlo desde lo alto, subiendo al monte Verdera que corona el monasterio de origen románico de Sant Pere de Rodes, la joya arquitectónica del Cap de Creus. En la misma comarca, otro enclave de gran atractivo es el Parque Natural dels Aiguamolls de l’Empordà, un tapiz de humedales cerca del mar que son una valiosa zona de nidificación y paso de numerosas especies de aves.

En el pasado, este litoral norte de Girona acogió las primeras colonias griegas que se instalaron en la Península. Hoy Roses y sobre todo Empúries reúnen los vestigios más bellos, así como otros romanos, tanto en museos como en yacimientos a cielo abierto. Siglos después, en el Alt Empordà también arraigaron valientes pescadores, cuyas minúsculas aldeas se han convertido hoy en coquetos pueblos marineros. Así encontramos El Port de la Selva, Llançà, Roses, L’Escala o el imprescindible Cadaqués, con su iglesia encalada mirando al mar. Precisamente este pueblo, imán para artistas y bohemios, es uno de los ejes de la ruta artística del Triángulo de Dalí, un itinerario que sigue la huella del genial pintor, cuyas etapas recalan, por ejemplo, en el minúsculo puerto de Portlligat, donde se puede visitar una de sus casas-museo, y en Figueres, su ciudad de nacimiento y hoy capital comarcal.
 

iStock-908307118. Baix Empordà

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Baix Empordà: la sublimación de lo rural

La fama de la belleza del Baix Empordà ha rebasado fronteras. A sus pueblos de fisonomía marinera como Calella de Palafrugell, Llafranc, Tamariu, Sa Riera o Sa Tuna, encajados entre calas recónditas a las que a menudo solo se accede por mar o a pie siguiendo los Caminos de Ronda, se une un interior agrícola con pueblos medievales, cuyo magnífico estado de conservación hace que visitarlos sea como viajar en el tiempo. Por si eso fuera poco, la oferta gastronómica de la comarca es realmente destacable, con muchos de sus restaurantes instalados frente al mar o en antiguas masías con pórticos, patios y tramos de murallas medievales. Peratallada, Pals, Palau Sator, Sant Feliu de Boada o Fontanilles son buenos ejemplos de ello.

También conservan su encanto y personalidad enclaves más dinámicos, como La Bilbal de l’Empordà, la capital de comarca, famosa por su industria de cerámica; Begur, presidido por los vestigios de su castillo, igual que Torroella de Montgrí, cuyo bastión corona el macizo del Montgrí; Palafrugell, con un animado mercado diario y una activa vida cultural que incluye albergar una de las sedes de la Fundación Vila Casas de arte contemporáneo; o Palamós, dueña de una de las lonjas de pescado más importantes de la provincia de la que salen, entre otros manjares, su famosa gamba roja: simplemente cocinada a la plancha ya arranca suspiros.

Esta comarca también guarda vestigios únicos de su pasado, por ejemplo en el yacimiento del poblado íbero de Ullastret, y parajes de valor natural, como los Jardines de Cap Roig, cuyos senderos con plantas y flores se amoldan a los acantilados, o los humedales –algunos aprovechados para plantar arrozales– que crean las desembocaduras de los ríos Ter y Daró, justo enfrente de las Islas Medes. Estos islotes, posiblemente la silueta más reconocible de esta comarca, están declarados reserva natural por la riqueza de sus fondos marinos, en los que es posible sumergirse en inmersiones autorizadas.

iStock-848658122. Cerdanya

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Cerdanya: Pirineos para todos los públicos

Al abrigo de los Pirineos orientales, la Cerdanya es una comarca cruzada por el río Segre y sembrada de prados y pueblos que parecen dispuestos para que los artistas los inmortalicen. Destaca por albergar un paisaje diverso, con cimas de casi 3000 m que la protegen por el norte (Puigpedrós, Carlit, Pimorent...) y por el sur (Cadí, Moixeró y Puigmal), bosques de pinos y abetos, y lagos glaciares en las zonas más altas. Algunas de estas montañas alcanzan comarcas vecinas, como las sierras de Cadí y Moixeró, declaradas parque natural y con infinitas posibilidades de excursiones.

Puigcerdà, la capital de la comarca, es un buen inicio de ruta. El núcleo antiguo (Vila Vella) se agrupa en torno a la calle Major y la torre-campanario de la iglesia románica de Santa María. Un rincón especialmente atractivo es el lago situado en la parte alta de la ciudad. A inicios del XIX era una ciénaga, pero, antes de que acabara el siglo, la burguesía barcelonesa había embellecido el paraje con hermoss villas como segunda residencia.

A 7 km se halla la bella Llívia, un pueblo que quedó en territorio francés con el Tratado de los Pirineos de 1659. Sus calles en pendiente conducen a la iglesia fortificada de Nostra Senyora dels Àngels y a la Farmacia Esteve (siglo XV), una de las más antiguas de Europa. El río Segre acompaña carreteras secundarias que llevan a pueblos aislados como Saneja y Guils de Cerdanya, cuyas casas de piedra, tejados de pizarra y balcones de madera se apiñan alrededor de las iglesias románicas de Sant Vicens y Sant Esteve, respectivamente. No son las únicas muestras de románico del valle, que también pervive en Talló, Bor o Meranges, donde se descubren pequeños templos que son obras de arte.

La apertura del túnel del Cadí en 1984 impulsó el desarrollo de las estaciones de esquí de La Molina y La Masella, que en verano se convierten en destino de caminantes. Ambas están cerca de Alp, pueblo con calles empedradas y plazoletas a las que se abren restaurantes típicos. Otra etapa destacada es Bellver, aupada sobre una colina a orillas del Segre, que nació para defender el Camí Reial, la senda medieval que unía el rico condado de Urgell y Francia, y que hoy puede recorrerse a pie y en bicicleta. También está lleno de encanto Martinet (10 km), donde el Segre gana ímpetu y se estrecha; un desvío a las afueras acerca a los coquetos Músser y Lles de Cerdanya, con pistas de esquí nórdico que, fuera de temporada, se llenan de aficionados a la bicicleta y a las excursiones de montaña
 

iStock-176683581 (1). La Garrotxa

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La Garrotxa y su belleza volcánica

El encanto de la Garrotxa se esconde en sus bosques, volcanes y núcleos medievales. El río Fluvià y la carretera que lo acompaña son los ejes de esta comarca, a medio camino del Pirineo y la Costa Brava, donde encinas, robles y hayedos ponen la nota de color. Al sur está Olot, la capital comarcal, rodeada por conos volcánicos, coladas de lava y cenizas oscuras que contrastan con el verdor de los bosques y prados integrados en el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa. La población también atesora un legado arquitectónico modernista, así como museos y galerías que exhiben obras de la Escuela Paisajística de Olot, un estilo surgido a mitad del siglo XIX,

Besalú, también en la Garrotxa, es una de las joyas medievales de Cataluña. El pueblo está precedido por un imponente puente, símbolo de la que, hasta el siglo XII, fue la capital de un próspero condado. Desde el pueblo, siguiendo el serpenteante Fluvià, se penetra en un paisaje cada vez más agreste, cuyo punto álgido es Castellfollit de la Roca. El pueblo sorprende por estar suspendido en lo alto de una muralla basáltica de 50 m de altura. A 4 km, Sant Joan les Fonts es otro magnífico ejemplo de los parajes esculpidos por el agua y la lava.Y el recorrido por la comarca puede incluir también la coqueta Santa Pau, cuyo núcleo medieval está declarado Conjunto Histórico-Artístico.

Una de las excursiones más emblemáticas de esta comarca es la que se adentra en la Fageda d’en Jordà, un hayedo de aspecto mágico, cuya abundante floresta cambia de color según la época del año y por la que a duras penas se cuelan los rayos de sol. Desde aquí también se visitan los volcanes más bellos de la zona. El de Santa Margarida, uno de los más accesibles, tiene un cráter de más de 400 m de diámetro y una ermita románica en su interior; y el Croscat, el mayor de la Península y también el más joven, ya que su última erupción tuvo lugar hace «solo» 11.500 años.
 

iStock-511379124. Girona

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Girona... y el Gironès

Girona, capital de la comarca del Gironès y de la provincia, posee un centro histórico delimitado por el curso del río Onyar que, a su paso por la ciudad, está flanqueado por edificios que hace unas décadas fueron rehabilitados y pintados con fachadas multicolores. La ciudad conserva al norte parte de sus murallas erigidas entre los siglos IX y XV; hoy se pueden contemplar desde el Passeig Arqueològic o incluso caminar sobre sus muros. Entre las murallas y el río Onyar, la ciudad recoge su núcleo antiguo, lleno de calles sinuosas y rincones donde pervive su pasado multicultural. Destaca principalmente el entramado de la antigua Judería o Call, donde Girona mejor guarda su esencia medieval. Si se desea profundizar en el pasado y presente del Call gerundense se puede visitar el Centre Bonastruc Ça Porta, una institución que recoge el paso de los judíos por Cataluña. En su núcleo Girona acoge también plazoletas porticadas, muchas con nombres de antiguos gremios, como la del Oli (aceite) y la del Vi (vino), así como callejones con escalinatas, como las de la fotogénica Pujada de Sant Domènec. Aunque los monumentos más imponentes se hallan en la salida de la urbe hacia el norte de la provincia. Allí, uno cerca del otro (por carretera parecen estar juntos) conviven la Basílica de Sant Félix y la Catedral, cuya altiva fachada es la antesala de una sobria nave gótica central, considerada la más ancha de Europa. Girona también invita a descubrir museos interesantes, como el de Historia de la Ciudad, el Arqueológico de Sant Pere de Gallgants o el del Tesoro de la Catedral, donde se puede contemplar el maravilloso Tapiz de la Creación, obra del siglo XI.

Desde Girona, la comarca del Gironès se desborda en otras poblaciones que, sin disfrutar de la unidad paisajística de otras de la provincia, han sido importantes en su desarrollo económico y agrícola. Algunas sorprenden con iglesias de origen medieval menos conocidas, pero igual de encantadoras, como la de Cassà de la Selva, de fachada renacentista. Asimismo merecen una visita la de Sant Feliu (siglo XV) en Llagostera; la de Sant Esteve (XIX) en Madremanya; la románica iglesia de Santa Fe en Medinyà; o el santuario de Sant Cosme y Sant Damià (XI) de Sant Julià de Ramis, donde se conservan además vestigios del castillo de Montagut y otros prehistóricos como los de la cueva de Goges o la remarcable necrópolis neolitica de Pedra Dreta.

iStock-932169412 (1). Selva

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La Selva... pero con playas

La comarca de La Selva tiene un pie en el mar y otro en la montaña. En su costa reinan Blanes, con su islote de Sa Palomera, considerado la puerta sur a la Costa Brava gerundense, así como las turísticas Lloret de Mar y Tossa de Mar, esta con el mejor recinto fortificado que se conserva en Cataluña a pie de agua. Su fortín se erige sobre la playa de Es Codolar, en el mismo centro histórico de esta villa marinera. Fue construido entre los siglos XII y XIV para defender a los pescadores de los continuos ataques piratas de la época. La muralla mantiene en pie siete torres, tres de ellas cilíndricas y estilizadas. El barrio medieval de Tossa, la Vila Vella, está declarada Monumento Histórico-Artístico. Todos estos núcleos albergan entre ellos playas magníficas. Para conocerlas se puede seguir los caminos de costa que las unen, pasando junto a torres vigía que en el siglo XVI reforzaban la defensa de esta zona.

En el interior de la comarca también se descubren pueblos con encanto, como la pequeña Breda, punto de inicio para numerosas caminatas; Caldes de Malavella, famosa por sus balnearios de aguas termales; o Hostalrich, pueblo nacido sobre la antigua Vía Augusta romana y elevado sobre un cono volcánico extinto coronado por un imponente bastión, etapa de una ruta de castillos por La Selva. El pueblo mira de frente al mazico del Montseny,  declarado parque natural y reserva de la biosfera, ya en la provincia de Barcelona. La capital comarcal de La Selva es la dinámica población de Santa Coloma de Farners.

 

iStock-866236188. Pla de Banyoles

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Pla de l'Estany, un lago con mucha magia

Fue un lago el que dio vida a esta comarca, hoy cerca de Girona capital y encajada entre La Garrotxa y el Alt Empordà. En las orillas de esta balsa de agua creció Banyoles, la capital de comarca rodeada por campos agrícolas, cuya Vila Vella o barrio antiguo se extiende desde el Monasterio de Sant Esteve a la bonita plaza porticada del Mercadal. Para profundizar en la ciudad y sus alrededores se pueden visitar varios museos, como el Darder, instalado en una antigua casa medieval, que contiene una colección naturista legada por su fundador que le da nombre; el Arqueológico, con restos hallados en la zona; el Museo de Esculturas del Bosque de Can Ginebreda; o el Centro de Interpretación del Estany (lago) de Banyoles.

Las excursiones más buscadas en la comarca son las que se realizan en el entorno del Lago de Banyoles. Fuente de mitos y leyendas, este estany es el mayor de Cataluña, rebosante de sorpresas a su alrededor. Ya en el mismo Banyoles, se admiran en la ribera del lago algunas antiguas casetas de pescadores y edificios que son una muestra de la prosperidad que alcanzó el lugar entre los siglos XIX y XX. El paraje se puede descubrir navegando por el agua en barcas de remo o pequeños cruceros con guía que van narrando su historia y valones naturales. O también por la red de senderos para caminar o ir en bicicleta que lo bordean. En estos paseos se descubren rincones mágicos, como el Parque de La Draga, con restos neolíticos, o las Cuevas Prehistóricas de Seriny. También bosques con ermitas románicas, como la de Santa María de Porqueres o la de Sant Bartomeu, en Matamala.

GettyImages-152225561. Ripollès para ponerse románico

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Ripollès para ponerse románico

En el Ripollès uno se siente en el corazón de las montañas. Aquí el río Ter da sus primeros pasos encajonado entre bosques y rocas grises. Precisamente una de las excursiones más populares de la comarca es la que busca las fuentes del Ter. Siguiendo su curso se encuentran antiguas colonias fabriles, mientras las pendientes dominan todo el paisaje, solo con algunos pocos tramos cubiertos de encinas, robles, hayas y pinos.

La monumental capital de comarca, Ripoll, está envuelta por cumbres y en ella confluyen los valles de los ríos Ter y Freser. El Monasterio de Santa María, reconstruido pero conservando la portada del siglo XII y un bello claustro románico, es el corazón de la ciudad. Para descubrir su pasado, se puede visitar un completo Museo Etnográfico, donde se exponen huellas de su pasado más remoto y de su crecimiento económico de hace un par de siglos gracias a la extracción de hierro y carbón.

Desde Ripoll se puede seguir una Vía Verde hasta otra bella población de la comarca, Sant Joan de les Abadesses, con un puente románico, la iglesia de Sant Pol y otro monasterio, joya románica que guarda grupos escultórico de esa época, un claustro gótico y una capilla barroca. Si se remonta el valle del Ter enseguida se alcanza Camprondón, un enclave de arquitectura de piedra, que recibe al río con un altivo puente del siglo XIV; su único arco salva las aguas en un prodigio de austeridad y exquisitez. Pero el mayor secreto artístico del Ripollès lo guarda el minúsculo pueblo de Beget, cuya iglesia de Sant Cristòfol custodia la talla de un cristo policromado del siglo XII, obra maestra del románico pirenaico, conocida como la Majestat de Beget.