En la aproximación a la Cordillera de los Andes se siente cómo la humedad aumenta y la meseta árida se va convirtiendo, poco a poco, en un bosque frondoso y verde, repleto de árboles que son la antesala al Parque Nacional Los Glaciares, el más grande de Argentina, fundado en 1945 y declarado por Unesco patrimonio de la humanidad. Daiana Castañiza, la encargada de Hielo y Aventura que me guía por esta ruta, señala el viento andino y su trabajo de escultor de toda esta masa de hielo compactada que conforman los glaciares y que, según comenta, están en retroceso.
El consenso científico en torno a los glaciares de la Patagonia argentina dice que están formados por la última gran glaciación del Pleistoceno y que estos campos de hielo representan la tercera reserva de agua dulce más grande del mundo, después de la Antártida y Groenlandia.
El maravilloso Perito Moreno
Dentro del parque nacional hay alrededor de 1000 glaciares y el más visitado y popular, por lejos, es el Perito Moreno, pero no por ser el más grande ni el más espectacular sino por varias razones, todas pragmáticas. La primera es su cómoda accesibilidad, ya que se encuentra frente a la península de Magallanes. La segunda es su equilibrio, al menos una cierta estabilidad que permite ser visitado sin inconvenientes, teniendo en cuenta que todo glaciar es una masa de hielo en movimiento y, pese a su inestabilidad en el frente, donde se forman grietas constantes y se producen reiterados desmembramientos, parece ser que hace un siglo que el Perito Moreno se mantiene bastante estable.

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Toda la masa que el glaciar va perdiendo en el frente la va ganando en altura y esto es lo que significa estar en equilibrio, pero Daiana vuelve a matizar hablando del retroceso: “Se está estudiando en detalle y todavía no se puede decir nada exacto, porque parece ser que el Perito Moreno podría experimentar un cierto retroceso en los últimos años debido al calentamiento global”. Es decir, que ya no estaría tan estable como se creía.
Pero este proceso es de momento invisible. Y después de tantos años de crecer con esa iconografía, cuando el famoso glaciar está ahí, frente a ti, también crece la conmoción a medida que el barco se acerca. Y lo que desde la distancia era un manto blanco regular empieza a mostrar sus grietas, a volverse complejo en celestes y azules, a desnudarse en diferentes densidades y formas efímeras que caprichosamente marca el viento patagónico. Y la sensación de sorpresa y descubrimiento es tan genuina como paradójica: uno no entiende como algo tan ultra-conocido pueda tener semejante aura inexplicable.
Para ir a tocar el Perito Moreno me acompaña Diego Battlosera, oriundo de Punta Banderas, un puerto cercano a El Calafate, que conoce muy bien el territorio y se lamenta por el cambio climático que está afectando a los glaciares en “el momento en que debería recuperar volumen de hielo después de los desprendimientos, como parte de todo el proceso natural de regeneración”. Esta es la marca de que la zona está más calurosa que antes. Diego no tiene teléfono celular porque dice que los smartphones contaminan mucho, que prefiere la tranquilidad y la desconexión ya que esos aparatos “nos están convirtiendo en unos primates indefensos”, marcando bien las sílabas de las últimas dos palabras como si fueran desconocidas para quienes los escuchamos. Como si hablara en otro idioma.

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Hace 30 años que trabaja en el parque nacional y justo cuando me está dando ese dato se escucha el ruido más ensordecedor de toda la mañana, el pedazo de hielo del glaciar más grande de la jornada, tal vez toneladas de agua compactadas para que se las trague el lago. Y Diego dice “¡Ooooh!” con cara de niño sorprendido, con la capacidad de asombro intacta después de tres décadas trabajando en el mismo sitio. Después de la caída, respira profundo, mantiene los ojos brillantes y nos invita a que disfrutemos: “Ahora empieza la danza del glaciar”. Al caer, la masa de hielo forma unas olas en el lago que avanzan veloces hasta hacer vibrar a los témpanos circundantes y todo el entorno se convierte en una orquesta de sonidos cristalinos y movimiento acuático bajo el Perito Moreno, como si el lago le agradeciera que lo siga alimentando con terrones de agua.
Navegando el Lago Argentino
La navegación por el Lago Argentino solo está reservada para empresas autorizadas y un determinado tipo de embarcaciones. No están permitidos kayaks, catamaranes o gomones privados, ninguna embarcación pequeña o particular en ese lago tan inmenso y con el agua tan fría. Dentro de la cabina Capitán Club de Solo Patagonia y, fuera, en sus pequeños balcones, el agua sigue dando una sinfonía cromática indescifrable a medida que navegamos por el Canal de los Témpanos y llegamos a tener en frente al Spegazzini. A un costado, el glaciar seco Haim, también llamado glaciar colgante porque se forma sobre la ladera de una montaña pero sin estar en contacto directo con el lago, aunque igual lo alimente con cascadas de agua helada que caen desde arriba.
Después de un goulash de guanaco y una cazuela de cordero patagónico, prosigue la ruta hacia el Upsala, un glaciar que tiene muchos desprendimientos y está antecedido por demasiados icebergs, motivo por el cual las embarcaciones no se pueden acercar demasiado. Y como se está achicando cada vez más y generando cada vez más desprendimientos imprevistos, cada vez hay más témpanos rodeándolo y solo se puede estar a 10 km de distancia en barco.
El escritor norteamericano Ernest Hemingway acuñó la teoría del iceberg para definir sus propios cuentos y la idea que tenía sobre la literatura. Él sostenía que lo más importante de una historia no debía ser evidente ni estar en la superficie de un texto, sino que tenía que mostrarse de manera parcial, dejando pequeñas grietas para que el lector se meta, participe y descubra por sí mismo, incluso, proponiendo una esencia nueva que difiera de las intenciones del autor. De esta manera, definió una de las maneras más hermosas de disfrutar de las buenas obras de arte.

Y es inevitable pensar en todo esto después de navegar 130 km por el Lago Argentino sabiendo que de todos los icebergs y glaciares que me he cruzado solo he visto un 10 por ciento de cada uno. Y que el resto está bajo el agua, oculto, aludido entre las grietas azules, celestes y violáceas que se van abriendo con el viento y van cambiando de color a medida que avanza el día. Me pregunto qué pasará con el retroceso de los glaciares, si se podrá ver la historia más importante entre esas grietas, si es muy pronto para hacerlo o si la verdad ya está en la superficie.
“el aumento de la temperatura media del verano, ha provocado una recesión generalizada de los glaciares patagónicos y fueguinos” (Jorge Rabassa)
El científico argentino Jorge Rabassa, especialista en geomorfología e investigador del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) ratifica en uno de sus tantos artículos sobre el tema que “el aumento de la temperatura media anual, y en especial, la temperatura media del verano, ha provocado una recesión generalizada de los glaciares patagónicos y fueguinos”. Incluso él mismo ha tomado fotografías de diferentes glaciares a lo largo de muchos años y ha podido comprobar como, por ejemplo, un glaciar colgante muy cercano a Upsala, en 1981 mostraba una superficie de hielo mucho mayor que en 2004, registrándose un retroceso de 8 km durante todo ese periodo. Se cree que en toda la Patagonia, en los últimos 60 años se han perdido 1.000 km2 de superficie de hielo.

Roxana Varacall, la guía que me acompaña durante la navegación por el Spegazzini y el Upsala, también tiene algo que decir sobre lo que acabo de ver: “El único que está más o menos estable es el glaciar Spegazzini. Del Perito Moreno se dice lo mismo pero aún no se sabe, faltan años para saber si está estable o en retroceso, para establecer un diagnóstico más o menos certero, así que no me atrevo a decir nada”. Mientras tanto, el Upsala continúa en retroceso generando un escudo cada vez más abundante de témpanos a su alrededor, volviéndose cada vez más inaccesible. Y los glaciares colgantes, sin contacto directo con el Lago Argentino, abandonando poco a poco las montañas que pretenden cobijarlos.
Solo se mantiene intacta la belleza del entorno y la sensación de sosiego al regresar en el barco. El resto es efímero, cambiante, inefable: el viento que esculpe el hielo, las luces que pintan el lago, los protocolos que la humanidad debería firmar para frenar el que, por ahora, es un retroceso impalpable.