Dicen que la Gran Barrera de Coral australiana es el equivalente oceánico a la selva amazónica. El ser vivo más grande de la Tierra, el único visible desde la luna. El territorio que va de Brisbane a Cairns está condicionado por ese magnífico arrecife, a pesar de hallarse varios kilómetros alejado de la costa. El viaje hacia el norte está, pues, punteado por un reguero de ciudades e islas que funcionan como trampolines hacia el paraíso de coral.
Siempre atenta a las modas de Londres y Nueva York. Así es Brisbane, la capital del estado de Queensland y una de las cinco grandes ciudades de Australia. Sin embargo, los queenslanders están cada vez más pendientes de su propia tierra a causa, en gran medida, de la amenaza que pende sobre su tesoro más preciado, la Gran Barrera, que corre peligro de desaparecer si aumenta en dos grados la temperatura del planeta. Por eso los australianos están modificando sus hábitos y, en Brisbane, pórtico sureño a la Gran Barrera, se respira una fiebre por la vida saludable que trasciende el etiquetaje de alimentos y se cuela en noticiarios, periódicos y charlas. Casi en cualquier esquina del centro se puede beber un zumo de naranja o de mango acabado de exprimir, abundan los ciclistas y los corredores, hay piragüistas en el río Brisbane y niños que escalan paredes junto al Kangaroo Point.
La Gran Barrera, que corre peligro de desaparecer si aumenta en dos grados la temperatura del planeta
Todo ello sin renunciar al glamour, porque Brisbane posee una orilla saturada de centros de negocios, cafés y restaurantes con cristales diáfanos. Es el South Bank Parkland, una animada zona de ocio en la ribera sur del río Brisbane que incluso tiene una playa artificial y un parque con koalas, cocodrilos y ornitorrincos. Ésta es una ciudad de parques y de puentes –siete–, equipados con carriles para quienes practican jogging y amenizados por quioscos de flores y músicos callejeros. La zona más antigua ocupa una península puntiaguda que bordean los barcos de paseo durante su recorrido por el río. Ahí están el Jardín Botánico y el Ayuntamiento o City Hall, de aire italiano y cuya torre de 91 metros de altura regala vistas sorprendentes de la ciudad.
La costa de Queensland
Después de saborear el cosmopolitismo de Brisbane, es hora de tomar rumbo al coral por la Bruce Highway, la carretera que remonta Queensland en paralelo a la costa. Los espacios abiertos son la tónica en este paisaje de pastos, interrumpidos de vez en cuando por una casa o una gasolinera. La localidad de Hervey Bay se extiende varios kilómetros junto al mar, con las casas separadas por mucha distancia a lo largo de una estrecha carretera conocida como la Esplanade. Los visitantes que llegan a través de esta vía son el único aliciente que rompe la monotonía de Hervey Bay.
El mayor interés del pueblo es el barco que en 40 minutos lleva hasta la isla Fraser, enclave declarado Patrimonio de la Humanidad y etapa ineludible del viaje. Esta franja de tierra alargada está flanqueada por pastizales submarinos que son frecuentados por ballenas, tortugas y dugongs, un mamífero pequeño, similar a un cetáceo y de morro chato. Entre las muchas rarezas que contiene la isla, hay un bosque sobre arena con árboles altos como secuoyas y helechos prehistóricos; en Fraser abundan las advertencias sobre los dingos (perros salvajes) y las mareas. El norte pertenece al Parque Nacional Great Sandy, una zona de formaciones rocosas y dunas que reserva uno de los pocos espacios seguros para el baño, las Champagne Pools.
De nuevo en el continente, 126 kilómetros al norte, se llega a Bundaberg, muelle principal de los transbordadores que se acercan a la Gran Barrera. Bundaberg guarda un aire country de recolectores de mandarina y calabacín, de camionetas polvorientas y pubs donde se cantan a coro éxitos de Kurt Cobain mientras se ve rugby por la tele y se juega al billar. En las afueras, en dirección a la reserva de tortugas de Mon Repos, el aire huele al azúcar que desprende la destilería donde producen el famoso ron de Bundaberg.
Las primeras islas de coral
Desde la misma Bruce Highway se avista la silueta de Lady Elliot y Lady Musgrave, las islas que inauguran el arrecife y acaparan la mayoría de visitas. De las dos, Lady Musgrave está menos explotada y propone un contacto más puro con el tesoro submarino australiano: hay algas cimbreantes, corales como cuchillas y pólipos entre los que se escurren especies tropicales, como budiones, labros, peces payaso y mariposa. Cada día llegan vuelos y barcos desde Bundaberg y Hervey Bay que transportan a aficionados al submarisnismo de todo el mundo.
De regreso a tierra firme, miles, millones de cañas de azúcar crecen a lo largo de la carretera, y larguísimos trenes con vagonetas repletas de caña se tienden como lombrices por las llanuras. El azúcar alcanza hasta Rockhampton, aunque esta ciudad es más ganadera, como demuestran los bistecs que sus habitantes devoran hasta en los desayunos. Rockhampton posee el aspecto de una Bundaberg ampliada, pero a muchísima más distancia de la costa. Para recuperar la línea de coral, hay que volver a la Bruce Highway rumbo norte y seguir prendándose con esta inmensa área despoblada donde millares de vacas y cebúes pastan a su anchas.
Tras conducir 300 kilómetros junto a balas de heno, aparece Mackay. Es uno de los grandes centros de carga de azúcar del mundo, una actividad que atrajo a miles de trabajadores del sur de Europa en la década de 1950. Mackay es una ciudad tranquila y próspera, de calles anchas y numerosos edificios art déco con rótulos que evidencian sus vínculos comerciales con Hong Kong. El mar está a unos cinco kilómetros y se le honra con esculturas de animales, como tortugas y delfines, así como con poemas que ensalzan a la vecina cordillera Eungella, la agitación del ornitorrinco o la fortaleza del roble. Hacia las cinco de la tarde, bandadas de loros toman los cocoteros del cruce de Victoria y Wood Street.
Mackay es el puerto que enlaza con las Whitsunday, un archipiélago compuesto por un centenar de islas escarpadas y rodeadas por corales submarinos a pesar de su distancia del arrecife. Debido a su origen continental –se formaron por el aumento del mar tras la última glaciación–, tienen cumbres tapizadas por vegetación exuberante y playas en las que crecen palmeras enanas y fósiles puntiagudos.

Townsville y Magnetic Island
La línea de islas que emerge frente a la costa se alarga durante las casi cuatro horas que separan Mackay de Townsville, la ciudad más grande de las que se asoman a la Gran Barrera. Capital administrativa y comercial del norte de Queensland, Townsville creció gracias a los yacimientos de oro hallados en 1867. El sol abrasador y la elevada humedad son tan intensos como en aquella época, pero hoy la ciudad presume también de su mezcla de arquitectura vanguardista y victoriana, de su acuario dedicado a la Gran Barrera y de su proximidad a Magnetic Island. Un trayecto de apenas veinte minutos deja en esa isla, que volvió loca a la brújula del capitán Cook en 1770 y donde ahora se pueden dar cómodos paseos a lo largo de senderos flanqueados por eucaliptos a los que se abrazan los koalas.
Entre todas las islas de esta zona despunta Hinchinbrook, la mayor de las catalogadas como parque nacional en el mundo y también la más larga de las 600 islas continentales que conforman el arrecife. La antigua tierra de los bandjin y giramay, tan fieros que lograron evitar los asentamientos colonos, permanece prácticamente intacta. Separada de la ciudad de Cardwell, en tierra firme, por un estrecho canal, Hinchinbrook invita a explorar laberintos de manglares y playas de arena blanca, y también a adentrarse en el bosque y subir a lo alto de cimas panorámicas a través del Thosborne Track, un sendero de 32 kilómetros.
Cairns creció de la noche a la mañana gracias al descubrimiento de yacimientos de estaño y oro, y a la caña de azúcar
Hinchinbrook es un escenario en las antípodas de Cairns, base turística del norte de Queensland. Desde la década de 1960, Cairns ofrece un asentamiento idóneo para catapultarse hacia los espectáculos naturales de esta región: el bosque lluvioso de las Atherton Tablelands, una meseta volcánica a la que sube una locomotora de 1891; la península de Cape York, el extremo norte de Australia; y, claro, la Gran Barrera, a la que se programan excursiones de un día.
Fundada en 1876 por colonos del sur, Cairns creció de la noche a la mañana gracias al descubrimiento de yacimientos de estaño y oro, y a la caña de azúcar. En la actualidad, viajeros de todo el mundo han hallado en el eslogan «un mundo de coral» de Cairns un argumento más que convincente para todo tipo de actividades en defensa de valores ecologistas. Numerosos inconformistas y fatigados de las metrópolis han descubierto en Cairns una Ítaca sofisticada. Quién diría que, hace dos siglos, esto fue un campo de babosas de mar hasta que el oro obligó a los aborígenes yirriganydjs a despedirse de su forma de vida.
Al norte de Cairns
Para intuir algo de lo que Cairns fue hay que seguir hacia el norte por la Captain Cook Highway. La ciudad azucarera de Mossman, a 78 kilómetros, esconde una garganta trufada de cascadas y, a poca distancia, el Parque Nacional Daintree alberga un bosque lluvioso como el que cubría Australia hace cien millones de años, donde los cruceros fluviales permiten avistar cocodrilos de agua dulce. Y a pesar de tanta belleza, la Gran Barrera sigue reclamando atención. Como final del viaje, qué hay más apetecible que zambullirse entre los corales de la isla Lizard, donde el capitán Cook tomó tierra para localizar un paso a través del arrecife más bello del planeta.
PARA SABER MÁS
Documentación: pasaporte y visado electrónico que se tramita en la Embajada de Australia
Idioma: inglés.
Moneda: dólar australiano
Diferencia horaria: 9 horas más.
Precauciones: hay que hacer caso de los carteles que advierten sobre el estado del mar y sobre los animales. Es recomendable beber mucha agua y utilizar protector solar.
Cómo llegar: Varias compañías vuelan desde España hasta Brisbane, realizando habitualmente una escala en una ciudad europea y otra en una asiática. El viaje en avión dura unas 25 horas incluyendo las escalas. El aeropuerto dispone de líneas de autobús y tren que llevan al centro.
Cómo moverse: Los vuelos interiores, el tren y los autocares ayudan a salvar grandes distancias. El coche de alquiler es recomendable para recorrer tramos de la costa y visitas cerca de las ciudades. Se conduce por la izquierda. Los transbordadores a las islas tienen una frecuencia muy alta.