Desde el aire, Gran Canaria, con su silueta redonda y rocosa, parece un orondo galápago meciéndose a merced de los alisios. Sin embargo, como ocurre con gran parte de sus hermanas del archipiélago, esa imagen agreste y antediluviana cambia o, mejor aún, se despliega en un amplio mosaico de posibilidades para el visitante. Sobre todo si este decide abandonar por un momento la placidez tentadora de sus playas, algunas viejas conocidas del turismo europeo desde principios del siglo XX, como la de las Canteras con su emblemático paseo pespuntado de hoteles con solera, pues se trata de una playa urbana; Maspalomas, de doradas dunas; o la Playa del Inglés, un imán para los aficionados al paddle surf, al voley playa y, en general, a un turismo de sol, arena y mar.
Se necesita abandonar momentáneamente ese universo de aftersun y bikinis para descubrir otros rincones de la isla acariciados por una brisa húmeda y bendecidos de habitual buen tiempo. Paisajes tan pronto áridos y escarpados como llenos de verdor. Y degustar su gastronomía en cualquiera de sus muchos pueblos, como Agaete, Santa Lucía de Tirajana o Teror: el pescado fresco que ofrecen tanto restaurantes como rurales guachinches (casas de comidas), el gofio, el sancocho o el consistente guiso de carne de cabra. Imposible no probar el delicado queso de flor (cuajado con flor de cardo) o saborear un trago de ron miel, producido sobre todo en la zona de Arucas, donde se plantaba caña de azúcar antes de que esta planta llegara a Cuba.
Una isla con historia
Visitar Gran Canaria es también zambullirse en su pasado, donde caben desde historias de conquistas y bravos caciques aborígenes hasta Agatha Christie tomando el té en el Hotel Metropole e ideando alguna de las novelas cuya trama transcurre en esta isla, como Miss Marple y los trece problemas.
Un paseo por este continente en miniatura no puede, pues, empezar sino en el barrio de Vegueta de Las Palmas, verdadero núcleo fundacional de la capital isleña.
El primer desembarco castellano dejó allí tres palmeras para orientar a los que vinieran después; de ahí el nombre primigenio, Real de las Tres Palmas de Gran Canaria. Un cuidado conjunto arquitectónico se reparte en torno a la rumorosa plaza Santa Ana, donde destacan la catedral de inicios del 1500, el Palacio Episcopal de impecable fachada plateresca y la Casa Regental, del siglo XVI y cuidada portada renacentista.
Todo el barrio es una sucesión armoniosa de estilos arquitectónicos que dan cuenta de la historia local. La calle de los Balcones, la Casa de Colón o la de Mendoza son solo algunos de los enclaves que permiten acercarnos a la época de la conquista de la isla y a la pausada evolución que ha vivido desde entonces hasta convertirse en el enclave cultural y turístico que es en la actualidad.
Santa Lucía de Tirajana, fundada en el siglo XV, es uno de los municipios que mejor conserva su impronta de enclave pionero
Parte de esa historia la hallamos en Santa Lucía de Tirajana. Fundado el siglo XV en el corazón de la isla, es uno de los municipios que mejor conserva su impronta de enclave pionero, además de ser un lugar fantástico para saborear un conejo en adobo y sus populares mantecados.
Desde Las Palmas merece la pena acercarse a Teror donde está el santuario de la Virgen del Pino, patrona de la isla, cuyo nombre se entiende al alzar la vista y contemplar la majestuosa araucaria que sobrepasa en altura a la iglesia.
Agaete, villa marinera
Si continuamos hacia la costa noroeste hay que hacer un alto en Agaete, villa que preserva su sabor marinero y donde se puede ver el roque al que llaman "Dedo de Dios", una silueta rocosa que parecía apuntar como un desafío hacia el cielo y que la tormenta tropical Delta arrancó en 2005, dejando consternados a los habitantes de la isla que perdían así uno de sus rincones naturales emblemáticos.
La carretera que lleva de Agaete a La Aldea es sinuosa y difícil, pero merecedora del esfuerzo porque ofrece la espectacularidad de un paisaje de abismos, barrancos verdes cortados como a navajazos y montañas empapadas en una niebla casi irreal. La carretera deja en La Aldea de San Nicolás, cuya arquitectura de barro y piedra remite a los siglos XVI y XVII, con un aledaño y vasto espacio natural protegido (casi el 90% del municipio lo es).
Algo más al sur se halla el Puerto de Mogán desde donde se puede iniciar una popular excursión entre barrancos que conduce a la playa de arena negra de Güigüi, declarada Reserva Natural.
El Roque Nublo, un menhir situado a casi 2.000 metros y que la naturaleza ha realzado a 80 metros sobre su base
Lo propio es continuar el viaje hacia el corazón de la isla, remoto y al mismo tiempo cercano, hasta alcanzar el Roque Nublo, un menhir situado a casi 2.000 metros y que la naturaleza ha realzado a 80 metros sobre su base. Su imponente presencia lo convirtió en objeto de veneración de los antiguos guanches. Aspirando el tenue olor del mar y el de la boscosa laurisilva, se entiende por qué la isla a la que Plinio llamó "Canaria" en su texto del siglo I es una de las Afortunadas.
Fotografías: Getty Images; Awl Images; Fototeca 9x12; Age Fotostock