La diáspora se hizo en camiones y en carros tirados por mulas o burros con enseres y niños dentro. A la expropiación forzosa se le prometía la novedad: los nuevos pueblos de colonización donde todo estaba por hacerse. Pero los primeros años fueron duros: las tierras era improductivas, el regadío tardaba en llegar, mucho tiempo durmiendo en barracones hasta tener las casas y los capataces del régimen que pedían cotas imposibles de productividad.
La familia de Eugenio Jiménez no aguantó demasiado y se fue a Madrid. Pero la de Juan Manuel García resistió y se quedó en Alagón del Río (en aquel momento llamado Alagón del Caudillo). Salió de Granadilla cuando tenía 8 años y aguantó hasta los 10 durmiendo en cobertizos prefabricados y viendo a su padre sufrir para hacer productivas cuatro hectáreas que apenas les alcanzaban para vivir a una familia con muchos hijos. “Conocimos el chocolate ya siendo mayorcitos”, dice este granadino de 69 años que recuerda perfectamente el día que tuvieron que marcharse: “Nos levantamos bien temprano, como a las 5 de la mañana, y aparecimos por Alagón como a las 7 de la tarde”. Se fueron caminando con los animales, llevando pocas pertenencias: “Íbamos andando y cuando alguno se cansaba, se subía arriba del mulo y después había que bajarse y seguir andando”. Y hubo un segundo viaje en el que su padre trajo todos los enseres en un camión.

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Hace diez años, Juan Manuel García se decidió a desandar ese camino, cogió su mochila y se fue caminando desde Alagón hasta Granadilla para encontrarse con su prima Chari, que también se marchó del pueblo de pequeña y que vive en Pamplona. Llevaban 35 años sin verse. Recorrió un trayecto de 60 km, 12 horas a pie, para sellar un encuentro que Juan Manuel califica como “muy emotivo” pero que, probablemente, haya sido también tan cinematográfico: él no calculó bien la distancia y llegó más tarde de lo que pensaba, así que unos metros antes de entrar en Granadilla, con el castillo coronando imponente la entrada, vio el rostro de su prima tras el cristal de un coche. Habían pasado 35 años y la reconoció gracias a que Facebook se encargó ir refrescándole la imagen durante todos estos años que estuvieron sin verse. “Nos abrazamos, nos echamos a llorar que es lo primero que te sale, no puedes hablar siquiera”.
La restauración
Teresa Ciudad dejó Granadilla cuando tenía 12 años (ahora tiene 74) y lo hizo de la misma manera que Eugenio, Puri y Juan Manuel: con pena, sin mencionar algo parecido a la ilusión de la mudanza hacia un nuevo territorio. “Eran días muy tristes porque dejabas a las amigas, a la gente que conocías. Nos fuimos todos metidos en un camión que nos trajo los cuatros cacharros que teníamos, porque tampoco había más”, recuerda Teresa.
Su antigua casa familiar está frente al castillo y es de las pocas que no se han venido abajo (la gran mayoría conserva solo una trazas de fachada, nada más). Ahora está arreglada y restaurada para servir de alojamiento a los monitores que encabezan los trabajos de restauración y los talleres para alumnos de diferentes escuelas que vienen cada año. “La última vez que fuimos había un chico asomado a la puerta y le dijimos que si nos dejaban verla. Y ya no la reconocimos, porque habían unido dos casas y ya habían hecho ellos lo que querían. Me hice la foto y me emocioné, claro”, dice Teresa.

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Granadilla pertenece a la Confederación Hidrográfica del Tajo y está sujeta a las políticas de la Red de Parques Nacionales, un organismo autónomo que en 1984 permitió que el Ministerio de Educación incorpore al pueblo medieval dentro del Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (PRUEPA) y donde hay otros dos pueblos históricos: Umbralejo, en la Sierra de Ayllón en Guadalajara, y Búbal, en el Valle de Tena de la provincia de Huesca. A través de este plan, que también promueven los ministerios para la Transición Ecológica y el Fomento, se ha restaurado la plaza principal y algunas calles principales de Granadilla (el castillo y la muralla ya habían empezado a ser restaurados cuando en 1980 se declaró a la ciudad Conjunto Histórico Artístico).
Puri, Teresa y Juan Manuel se muestran, en general, felices con este plan y con la nueva vida que le ha dado a Granadilla. Eugenio tiene sus reservas: Ninguna de las propuestas que han surgido desde su asociación han avanzado. Lo único que ha conseguido en estos 20 años es que se construyan nuevos nichos en el cementerio de las afueras del pueblo, destinados a aquellos hijos de Granadilla que quieran volver. “Uno no elige donde nace pero sí puede elegir donde descansa. Cuando llegue mi hora, ya les tengo dicho a mis hijos que yo quiero descansar donde nací”. Pero siempre hay peros: la condición de volver para quedarse en Granadilla es estar muerto.