Solo es necesario poner un pie en Gstaad, en el suroeste de Suiza, para olvidar que esto, al fin y al cabo, es solo un pueblo. Con casi más vacas que residentes (unos 8.000 de cada), los lugareños continúan llevando a cabo un estilo de vida alejado de los estereotipos más sofisticados, y adinerados, que les rodean: aquí se trabaja por temporadas y la mayoría de familias elaboran su propio queso. No todo iba a ser champagne. Pero, de repente...