De oasis verde a Parque Nacional
Los viejos mapas escolares dibujaban la sierra de Guadarrama como una frontera natural que unía y separaba las dos Castillas. Dos de las carreteras radiales que le nacen a Madrid en la Puerta del Sol buscan el norte y cicatrizan este macizo central, un paisaje alto, luminoso, alfombrado por densos bosques y roquedales de granito por cuyas faldas se esparcen pueblos de singular arquitectura. Guadarrama es una inclinada sábana que se deja caer por una suerte de valles hasta la capital de España. En esta sierra nacen ríos, florecen praderas y descansan embalses. Algunos de sus pueblos son incluso más antiguos que la gran urbe que tienen al sur. Mimados por la luz, aún muestran sus delicadezas históricas al lado de un paisaje de extraordinaria belleza y fragilidad, hoy declarado Parque Nacional. No en vano, se ha convertido en una de las excursiones imprescindibles de la Comunidad de Madrid.
Tras los pasos de los poetas
Sobre las casas de granito de Cercedilla, montaña arriba, a más de 1600 m de altitud, en uno de los hombros que le salen al valle de la Fuenfría se halla la inspiradora y panorámica Senda de los Poetas. Durante su ascenso se divisan los Siete Picos y las cumbres blancas de Navacerrada. La Senda de los Poetas es una solana espaciosa frente a Madrid y sus pueblos, una atalaya desde donde se domina una vista espléndida. El camino llega hasta una calva donde se abren los miradores dedicados a los poetas Vicente Aleixandre y Luis Rosales. Sus versos están escritos en la piedra, igual que los de Antonio Machado que recuerdan a Francisco Giner de los Ríos, padre de la Institución Libre de Enseñanza, con estas palabras:
«¡Oh, sí! Llevad, amigos, / su cuerpo a la montaña, / a los azules montes / del ancho Guadarrama».
De vuelta al valle aguarda junto al embalse homónimo el pueblo de Navacerrada, a 1200 m de altitud,
Manzanares, el paisajístico
En Manzanares el Real se citan naturaleza y monumentalidad. De la primera es testigo el embalse de Santillana, un pequeño mar interior que sacia la sed de la capital. Sobre sus orillas se alza La Pedriza, un capricho de la geología, tapizado por piedras pulidas y redondeadas que parecen cobrar vida entre los intrincados recovecos del monte.
...y el Real
De la monumentalidad de Manzanares el Real lo dice todo el castillo de los Mendoza, una fortaleza que parece salida de un cuento. Construida sobre los cimientos de una primitiva ermita románico-mudéjar, la fortificación fue mandada erigir por uno de los apellidos más ilustres de Castilla. Hoy es la mejor conservada de todo Madrid, aunque sus obras dieron comienzo en 1475. Lo que confiere personalidad al castillo son sus cuatro soberbios torreones, decorados con bolas de piedra de aliento isabelino.
Cambio de valle
Más al norte, la carretera de Manzanares el Real bordea el embalse, atraviesa Soto del Real y trepa hasta Miraflores de la Sierra. En todos esos pueblos las iglesias son barrocas, tienen altos campanarios de granito y, a sus pies, las plazas mayores se abren como salones de estar llenos de encanto.
Al amparo de las montañas de la Morcuera la carretera sube en sucesivas curvas hasta los dominios del valle de Lozoya, un remanso de paz perfumado por inmensas manchas de pinos y robledales.
Parada monástica
En la cuenca alta de la sierra se halla Rascafría, uno de los núcleos más bellos del macizo. En invierno su nombre lo dice todo; en primavera, los alrededores estallan en color; en verano, las noches son frescas y apacibles; y en otoño, las hojas de los árboles caen como en una ensoñación romántica. El pueblo posee un valioso catálogo de arquitectura tradicional, un templo consagrado a San Andrés y, a las afueras, el monasterio de El Paular, el mayor tesoro monumental de estos contornos. Situado a los pies del macizo de Peñalara, a un lado del anfiteatro natural que forma el valle de Lozoya, fue fundado un 29 de agosto de 1390 cuando el rey Juan I de Castilla puso la primera piedra de un cenobio llamado a convertirse en meta de peregrinos y feligreses.
Los circos de Peñalara
Las cumbres que abrigan estos parajes son parque nacional. Entre altura, silencio y soledad se localizan las lagunas de Peñalara, un deslumbrante espacio protegido, al que se accede por el puerto de Cotos. El parque es una sucesión de fantasías geológicas talladas en tiempo inmemorial. Lo más notable de la visita son sus cuatro circos de época glacial, que se extienden a modo de hoyas alrededor de la laguna grande de Peñalara, el sitio conocido como Pepe Hernando, la Pedriza y el Brezal.
El hayedo más meridional de Europa
Pero las maravillas de Guadarrama no acaban aquí. Al norte de Buitrago de Lozoya, en las cercanías de la A-I hacia Burgos, se localiza el hayedo más meridional de España. El Espacio Natural Protegido del Hayedo de Montejo, de tan solo 250 hectáreas, cobija un tesoro botánico propio de otras latitudes. Su presencia en el centro geográfico de la Península obedece al singular microclima de esta esquina de la Comunidad de Madrid, con laderas de umbría y gran cantidad de agua recogida a lo largo del año, todo lo cual permite que el hayedo se conserve en un extraordinario estado.
Siguiendo el Jarama
El Jarama, en cuyas aguas aún nadan nutrias, nace en estos parajes. Un sendero bordea el hayedo y lleva a su fuente. Resulta agradable seguirlo en cualquier estación, pero es en otoño cuando resulta mágico. Entonces las hayas, con sus troncos cubiertos de tierno musgo, mudan el color de su copa, haciéndonos creer que habitamos en un lugar de amarillos imposibles, un tapiz de hojas doradas donde sentir la lluvia, el frío y el silencio.