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Un día en Ámsterdam entre canales, museos y parques

La metrópolis holandesa atesora una extensa y variada oferta cultural y de ocio más allá de sus canales y 'coffee shops' para encontrarse con todas sus facetas.

Un día en Ámsterdam entre canales, museos y parques

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Amsterdam. Estación central

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Todos los caminos llevan a la Estación Central

Resguardada del Mar del Norte por la antigua bahía del Ij, Ámsterdam se abre hacia el sudoeste imitando la forma de una concha de peregrino. En su geografía urbana se suceden los anillos concéntricos de canales y, como radios de una rueda de bicicleta sobre otra, las calles más importantes parten de la Estación Central, un imponente edificio de ladrillo rojo que, a finales del siglo XIX, reemplazó la preminencia del puerto en el perfil de la capital de los Países Bajos. 

Hayamos llegado después de un largo viaje por tierra o tras la escasa media hora que el tren tarda en llevarnos desde el aeropuerto, lo más probable es que demos nuestros primeros pasos por Ámsterdam nada más dejar el vestíbulo de la gran estación ferroviaria.

Amsterdam. Bicis...

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¡A pedalear!

El clima de Ámsterdam es más moderado de lo que parece, comparado con el de otras ciudades europeas situadas a latitudes similares. En una misma mañana es posible vislumbrar un tibio sol en el gris del cielo, recibir una llovizna o una nevada en invierno, o, justo después de comprobar que el termómetro ha bajado varios grados de cero, ver el azul del día abrirse de par en par sobre los tejados. 

Lo ideal será moverse en tranvía o a pie, pero es bueno atender a las costumbres de los locales y también usar la bicicleta. Los holandeses están tan habituados a su clima que es probable que se nos cruce un padre pedaleando sobre los adoquines helados con su hijo a la espalda o una mujer lanzada a toda velocidad en su bicicleta bajo el aguanieve, todos con una pericia que, si no somos ciclistas expertos, conviene no imitar.

Museo Naval. Una historia ligada al mar

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Una historia anclada al mar

No lejos de la Estación Central, en la extensa zona portuaria, se encuentra uno de los mejores museos navales de Europa. La visita al Scheempvaartmuseum permite hacerse idea del destacado papel que los Países Bajos tuvieron en la Historia, y en particular el que tuvo Ámsterdam. El humilde pueblo de pescadores que en el siglo XII ocupaba la zona llegó a ser una de las metrópolis más relevantes del mundo en el XVII, cuando el mapa urbano ya rebasaba el curso del río Amstel hacia el sur y la Compañía Holandesa de las Indias comerciaba con todos los rincones del globo. 

Muy cerca del Museo Naval figuran edificios más modernos e innovadores, como el EYE, el Museo del Cine. El vanguardista recinto se localiza entre el puerto y la zona que asimiló la expansión de la ciudad en los años 70 y 80, con nuevas islas ganadas hacia el este para construir bloques de viviendas sociales, zonas residenciales y espacios de trabajo para empresas punteras. Esa constante define bien el carácter holandés: para arrebatarle terreno al mar y preservar su independencia hace falta la misma determinación en el esfuerzo y en la convivencia que para sobrevivir y recuperarse después de inundaciones, incendios y epidemias o florecer de nuevo tras la guerra y la dominación extranjera, fuera española o alemana. 

Coffe shop...

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Más allá de los coffee shops y el Barrio Rojo

Otra premisa importante para trascender el tópico en nuestros paseos por la ciudad sería recordar que el Ámsterdam callejero tiene mucho más que ofrecer que los coffeeshops y el Barrio Rojo. Los cafés de marihuana y el distrito de los escaparates con prostitutas son dos muestras de la mentalidad abierta y mercantil que ha caracterizado a los holandeses desde hace siglos y que ha identificado a esta ciudad en las últimas décadas. Los contrastes son continuos en Ámsterdam, más cosmopolita que el resto del país: sus ciudadanos suelen ser monárquicos de espíritu liberal pero con conciencia social, así como reservados pero tolerantes, con una de las mayores comunidades gay del mundo. Es una ciudad muy segura y la capital mundial de las bicicletas, aunque se roban miles a diario y muchas acaban en el fondo de un canal. La moral calvinista impregna aún varios usos de sus habitantes, pero la prostitución y las drogas blandas son legales e incluso se puede acceder a ellas junto a iglesias ahora transformadas en oficinas o tiendas. 

Ámsterdam. Detrás del cristal

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Detrás del cristal

Esa misma moral implica que los ventanales de las casas no tengan cortinas, por ejemplo, pues nada hay que esconder ante el prójimo, que puede asomarse a un salón particular a través del cristal, igual que mira a las chicas en los escaparates del Barrio Rojo o decide, siempre tras un cristal, si elige una croqueta o una pieza de pollo empanado en las franquicias locales de comida automática. Así, lo que en su día fue pionero, hoy en día puede saber a parque temático y anacronismo. Para combatir la decadencia del barrio, cada vez más vitrinas ya no dan paso a pequeños prostíbulos sino, por ejemplo, a talleres de jóvenes artesanos.

Stroopwaffles. Ámsterdam a bocados

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Ámsterdam a bocados

Resulta fácil mezclarse con los holandeses en los puestos callejeros que venden broodjes rellenos de queso o stroopwafels, unos gofres ideales para golosos. Otra opción será entrar en un café art déco decimonónico para dar cuenta de un pastel de manzana o tomarse un vino, una cerveza o una ginebra en una proflokalen, tabernas tan propias de Ámsterdam como los bruine cafes –deben el nombre «marrón» a las paredes oscurecidas por el humo del tabaco–, muchos en casas centenarias asomadas a un canal. 

La fisonomía de esos edificios en los barrios del centro también es un legado del intenso pasado comercial del país, sobre todo desde la llamada Edad de Oro, en el siglo XVII. En aquella época, Ámsterdam dominaba el mercado de especias y otros bienes que llegaban de Indonesia, Sudáfrica o las Antillas. Sus misioneros y mercaderes viajaban al Lejano Oriente y sus navegantes fundaban colonias como Nueva Ámsterdam en la neoyorquina isla de Manhattan. De aquellos tiempos y de posteriores declives y resurgimientos económicos datan las casas más representativas de la burguesía local. Los propietarios pagaban impuestos según el ancho de la fachada, de ahí que muchos edificios sean tan estrechos.

Confluencia de canales

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Historia entre canales...

Otra visita imprescindible para conocer la historia de la capital holandesa es el Museo de los Canales, en un recodo del Herengracht, junto al pequeño barrio de Las Nueve Calles, un cogollo comercial que conecta los cuatro canales más distinguidos de Ámsterdam.  El mismo nombre de la ciudad alude a su origen, a partir de la construcción en 1275 de una presa (en holandés, dam) en el río Amstel. La gran plaza Dam, eje de la vida cultural amsterdamesa, presume también de la pericia de los ingenieros holandeses. Con su tradicional tolerancia religiosa hacia los judíos y otras minorías en tiempos oscuros, Ámsterdam parece una alegoría muy oportuna en nuestros días como dique de contención y refugio contra los extremismos. La Casa de Ana Frank, en el animado barrio de Jordaan, guarda un vivo recuerdo del nazismo y de cómo la proverbial tolerancia holandesa fue aplastada durante la Segunda Guerra Mundial. 

Museumplein. Museos...

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... y muchos museos

Además del conmovedor testimonio de la jovencísima escritora, la huella del Holocausto se recoge en el Museo Histórico Judío, situado entre la Ópera y el Jardín Botánico. Los no judíos también sufrieron la represión por proteger a sus vecinos, resistirse al invasor o incluso por su condición: en los campos de exterminio, por cada dos judíos holandeses murió un compatriota homosexual. En la actualidad, reconforta comprobar que en las calles de Ámsterdam la gente ha reconquistado la convivencia y, simplemente, no se fija en el dios al que rezan sus vecinos ni en cómo deciden amarse.

Otras exposiciones mucho más gratas nos esperan en el Museumplein y justifican por sí solas una visita a la ciudad en cualquier estación. El museo Rijks, otro colosal edificio de ladrillo rojo de Cuypers, el mismo arquitecto de la Estación Central, preside la inmensa plaza y conserva joyas de la pintura holandesa del siglo XVII, con obras maestras de Vermeer o Rembrandt, cuya Casa Museo también merece una pausa. 

Museo Van Gogh. Van Gogh

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Es el turno de Van Gogh

El cercano Museo Van Gogh y, junto a él, el Museo Stedelijk, que posee obras de Cézanne, Picasso, Chagall o el holandés Mondrian, completan una de las ofertas culturales más abrumadoras de Occidente. Sin embargo, no hace falta ser un experto en arte para poder apreciar otro beneficio del recorrido, y es que en el monumental esfuerzo de Rembrandt, en la luz de los espacios de Vermeer, en el vigor genuino de Van Gogh o en la evolución de Mondrian, desde los paisajes de su Amersfoort natal a la audaz abstracción de su última etapa, parecen condensarse el carácter, el alma y la historia del pueblo holandés. Un retablo que llega hasta nuestros días, si ampliamos la visita al Museo de Arte Moderno y Contemporáneo (MOCO), cuyas exposiciones de vanguardia contrastan con el caserón de inicios del siglo XX que las acoge.

De nuevo en la gran plaza, encontraremos a jóvenes y familias enteras patinando sobre el hielo de una pista al aire libre. La estampa de los patinadores en los canales es menos habitual, ya que el sistema de diques y esclusas hace circular las aguas e impide que se congelen, salvo cuando se cierra un tramo adrede y se habilita para disfrutar del hielo natural. 

Plaza Dam. Plaza...

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Entre plazas y mercados

Se puede buscar el sosiego en galerías como la que conduce al Begijnhof, un remanso de paz y el más conocido de estos recintos con jardines rodeados de viviendas destinadas a mujeres solteras o viudas y, antaño, de vida casi monacal. Allí se conserva la casa de madera más antigua de Ámsterdam y, si salimos a la acogedora plaza Spui, daremos con varias librerías de viejo y el bruin café con más solera de la ciudad. 

Los habitantes de esta capital montan mercadillos semanales en los barrios o en el centro. El más famoso es el tradicional Bloemenmarkt, cuyos puestos en barcazas amarradas al canal Singel ofrecen todo lo necesario para cultivar y disfrutar de una de las pasiones de los holandeses: las flores. En la popular plaza Dam, además de visitar el Palacio Real, podemos comprobar en la Iglesia Nueva o Nieuwe Kerk los diversos usos que puede llegar a tener una iglesia en esta ciudad. A poca distancia, en la llamada Curva de Oro, contemplaremos palacios y lujosas residencias que muestran la cara más opulenta de Ámsterdam. 

Vondelpark. Verde

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Es fácil encontrar verde

El paseo a cielo abierto puede prolongarse por parques como el Sarphati, el Ooster o el Frankendael pero, sobre todo, el Vondel, verdadero pulmón verde de la ciudad y uno de los parques más hermosos de Europa, también con la especial calma que ofrece el invierno. Y si la lluvia o la nieve regresan, otra opción son los invernaderos del Jardín Botánico. Entre sus laberintos y estructuras decimonónicas se percibe cómo se han aliado tres de los rasgos más particulares del carácter nacional: la devoción por las flores patrias o exóticas, el rigor en el conocimiento científico y la otra cara de la Compañía Holandesa de las Indias, que además de hacer negocios por los siete mares amplió con sus expediciones el álbum de las maravillas vegetales del mundo.

Volendam. Escapada entre canales y molinos

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Escapada entre canales y molinos

En las afueras de Ámsterdam, en un radio de menos de 50 km desde la Estación Central, se localizan algunos de los pueblos más bonitos del país. Edam, Volendam, la isla de Marken y los molinos de viento de Zaanse Schans hacia el noroeste, o Naarden y Amersfoort hacia el interior, merecen un día de excursión. El invierno, en su lienzo de pureza y de silencio, pinta con ellos un paisaje de belleza singular, mientras los tulipanes duermen su último sueño, a la espera de que marzo los haga estallar en mil colores.