
IbizaPatrimonio de la Humanidad en 1999vestigios fenicios de Sa Caleta y la necrópolis del Puig des Molins Dalt Vila en Eivissa
La biodiversidad natural y la herencia cultural que atesora la isla de
hicieron que la Unesco la declarase
. Contribuyeron las praderas de posidonia oceánica responsables de la transparencia de sus aguas mediterráneas; los
; la zona rural del Hort de ses Feixes, regada por un sistema legado por los árabes; y el barrio fortificado de
, antigua ciudadela costera que reluce especialmente con la luz blanca del día y los colores del atardecer.
Tras visitar el recinto amurallado de la capital ibicenca y su animado puerto, la ruta por la mayor de las islas Pitiusas se dirige hacia Sant Jordi de Ses Salines, cuatro kilómetros al sur. El pueblo posee una de las iglesias más antiguas de Ibiza (siglo XIII-XIV) que, como recuerdan sus almenas y gruesos muros, cumplió una función defensiva en sus orígenes. Pero el tesoro del municipio son las salinas, fuente de la economía local durante siglos. Hoy forman parte de un parque natural que engloba los estanques salineros a los que acuden multitud de aves, las playas de Es Codolar, Es Cavallet y Ses Salines y el asentamiento de Sa Caleta (VII a.C.).
El próximo destino es Cala d’Hort, en el sudoeste de la isla y a una veintena de kilómetros. Esta playa de arena y roca tiene enfrente los icónicos islotes de Es Vedrà y Es Vedranell, ambos parte de una reserva y fuente de leyendas. Muy cerca, sobre un montículo, se puede pasear entre los restos de Ses Païsses, otro enclave fenicio (V a.C.). La placidez que reina en ésta y otras playas ibicencas, sean arenosas, rocosas o delimitadas por pinos que casi hunden sus raíces en el mar, se respira también en el interior de la isla.
Sant Rafel de sa Creu
La ruta se adentra ahora por este interior hacia
, a través de un área rural en la que brillan las típicas casas encaladas ibicencas, rodeadas por parcelas con cultivos donde pacen las ovejas a la sombra de las higueras. En el pueblo, declarado Zona de Interés Artesanal, abundan los talleres de alfareros.
Entre Sant Rafel y los núcleos de Santa Agnès y Sant Mateu se extiende el llamado Pla de Corona. En este llano fértil, surcado por caminos para ciclistas y senderistas, los almendros se alternan con vides, fuentes, pozos y casas cercadas por muritos de piedra. Cualquiera de estos pueblos es idóneo para degustar la cocina autóctona, con propuestas como el pan de pagès tostado con tomate, el sofrit pagès (carne con patatas especiadas) y el flaó (una tarta de requesón y hierbabuena).
La carretera sigue hacia el norte y llega a Sant Joan de Labritja, pueblo que preserva el sosiego campesino. Su minúscula plaza reúne la casa Consistorial, la iglesia y Can Vidal, una tienda con solera donde venden las herbes eivissenques, el licor típico de la isla. El municipio está presidido por Els Amunts, la sierra que vertebra la costa norte desde Cala Salada a Cala Sant Vicent. Siglos atrás fue la zona más recóndita de la isla y aún conserva tramos de roca intactos en los que viven endemismos botánicos y entre los que se abren calas como Benirràs y Mastella.
A unos 12 kilómetros espera Sant Llorenç de Balàfia. Junto a su iglesia nace un camino que acerca al poblado de Balàfia, otro ejemplo de arquitectura tradicional. Se trata de un conjunto de cinco casas payesas con torreones en los que los vecinos se refugiaban en caso de peligro. Visitarlo al atardecer pondrá el broche al recorrido por los rincones de Ibiza que preservan la esencia mediterránea.
MÁS INFORMACIÓN
Desde varias ciudades de España hay vuelos al aeropuerto ibicenco, a 8 km de la capital. Otra opción es llegar por mar en ferry regular desde Barcelona, Valencia, Alicante y Mallorca.
Oficinas de Turismo de Ibiza: Tel. 971 301 900/971 809 118.
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