Sin el ajetreo ni el calor veraniego, Ibiza otoñea con calma, dejando que sus caminos y playas recuperen los sonidos del agua y del viento. Las casas payesas se preparan para el invierno, vendimian, recogen algarrobas y aceitunas, prensan el aceite de la temporada, secan higos, hacen mermeladas, miel…
Además, el paisaje ibicenco se ha convertido en una prioridad ahora que la pandemia ha obligado a replantearse el turismo en la isla. Un respiro quizá para mejorar la red de caminos, recuperar antiguas fincas agrícolas, proteger el litoral de nuevas construcciones e implantar proyectos de protección de especies endémicas como la lagartija de las Pitiusas. En definitiva, una oportunidad única para descubrir una cara diferente de un destino que es mucho más que sol, playa y beach clubs.