"Groix, una verdad palpable de ocho kilómetros de longitud por cuatro de anchura, es adictiva. Cuando el barco pasa entre los dos semáforos de entrada de Port-Tudy y atraca, uno revive”, escribió Lorraine Fouchet. Y lo cierto es que este peñasco de Bretaña, como lo define en ocasiones en sus novelas, tiene ese aire de postal que planta como una semilla la idea de volver desde que se desembarca del roulier (ferry) en un puerto lleno de vida.
Una semilla que crece a cada hora que pasa descubriendo su historia a través de dólmenes, fuertes de guerra y tumbas vikingas, donde los senderos dirigen los pasos por recovecos donde ninguna foto podría salir mal. Entre acantilados, faros, playas y prados, casas aisladas y pequeños pueblos, la naturaleza de su paisaje y la hospitalidad de sus habitantes confirma el proverbio isleño: “Ver Groix es como ver la alegría”.