monumento (muy) vivo

Cuenca es un 'cuelgue'

De los hitos monumentales al arte abstracto, el paseo por esta ciudad castellana conjuga tradición y vanguardia.

Con solo mencionar su nombre, Cuenca evoca la imagen de una ciudad trazada en la roca y asentada en un enclave imposible. Nombrarla es pensar en la proeza de sus casas colgadas –que no colgantes– desafiando la gravedad; en la brecha labrada por los ríos Júcar y Huécar en hoces vertiginosas; en los zarajos, el morteruelo y otros bocados sabrosos de su cocina tradicional. 

 

También es aspirar la atmósfera medieval que desprenden sus calles y plazas. Y contagiarse del silencio que invade sus empinadas cuestas, así como los miles de recodos que se descubren en cada nueva visita. Cuenca presume de tener uno de los cascos históricos más bellos del país, declarado Patrimonio de la Humanidad. Un entramado monumental elevado sobre una atalaya rocosa, que resulta extremadamente fotogénico. Pero además la ciudad mira al futuro con guiños a la arquitectura contemporánea y su condición de anfitriona del arte abstracto, que propician el equilibrio perfecto entre tradición y nuevas tendencias. 

 
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Vistas desde el castillo

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A vista de castillo

Para apreciar la más pura esencia conquense es necesario aparcar las prisas en la misma entrada de la ciudad vieja. Allí donde cada piedra narra una historia, las empinadas calles invitan a un paseo relajado. La ruta da comienzo en lo más alto para ir descendiendo lentamente. El castillo, al que se puede llegar en autobús, es el mejor lugar desde el que admirar la más extraordinaria estampa de Cuenca: las hoces del Júcar y el Huécar abrazando una ciudad que parece asomarse al abismo. De esta fortaleza, erigida por árabes y conquistada por Alfonso VIII en el siglo XII, se conservan restos de la muralla y el llamado Arco Bezudo, antaño una de las puertas de acceso a la ciudad.

iStock-1146651028.  convento de las Carmelitas Descalzas

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Monumentos religiosos hasta el infinito

A partir del castillo, cuesta abajo por la calle del Trabuco, van apareciendo monumentos religiosos. Ahí están el convento de las Carmelitas Descalzas, la ermita de la Virgen de las Angustias o la iglesia de San Pedro; y algo más adelante, el convento de las Angélicas –hoy una escuela de arte–, la iglesia de San Nicolás y el convento de las Celadoras. Algunos de ellos elaboran y venden dulcería conventual.

 
la Plaza Mayor

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Epicentro histórico

Siguiendo toda la atmósfera de espiritualidad, se llega a la Plaza Mayor, un espacio presidido por el Museo Diocesano y la Catedral, un majestuoso edificio de transición entre el románico y el gótico, un estilo que deslumbra con arcos y gárgolas en el exterior y rejas y vidrieras interiores que inundan de luz el templo.

Puente de San Pablo

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Vistas de vértigo

Quienes no sufran de vértigo pueden proseguir el paseo por la trasera de la catedral hasta el Puente de San Pablo, paso obligado tanto para salvar el abismo del Huécar como para obtener otra maravillosa vista. La  pasarela centenaria que enlaza con el convento de San Pablo –hoy Parador de Turismo– permite divisar en todo su esplendor las Casas Colgadas, símbolo por excelencia de Cuenca. Desde aquí se vislumbran estos peculiares «rascacielos» con balcones de madera, que encierran un juego de prestidigitación arquitectónica: vistos desde el puente alcanzan hasta doce plantas, mientras que desde el barrio de San Martín, exhiben tan solo cuatro alturas.

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Cumpliendo con el noble arte de callejear

Al lado de las Casas Colgadas, en esta última parte que da la cara al entramado urbano, se extiende la céntrica calle Alfonso VIII, un mosaico de coloridas fachadas de casas señoriales, muchas hoy acondicionadas como hoteles con encanto y coquetas tiendas de productos tradicionales. No hay que perderse tampoco la Plaza Mangana, con la espigada torre de igual nombre y ese reloj que marca el tiempo de la ciudad. Ni las terrazas que animan el barrio de San Miguel, detrás de la Plaza Mayor, al que se llega por una suerte de submundo secreto compuesto de escalinatas, pasadizos y callejones.

Cuencua-Museo de Arte Abstracto Español

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Tan medieval como abstracta

Cuenca mantiene desde hace décadas un idilio con la modernidad. Sobre todo de la mano del Museo de Arte Abstracto Español, que en 1966 colocó la ciudad en el mapa de las vanguardias del siglo xx. Su museo supera ya los 50 años desde su apertura en las Casas Colgadas a iniciativa del artista Fernando Zóbel (1924-1984). En él se recoge la más completa colección del país de pintura y escultura abstracta de artistas españoles de los años 50 y 60, como Jorge Oteiza, Modest Cuixart, Tàpies, Luis Feito, Gustavo Torner o Gerardo Rueda, continuadores de las ideas renovadoras de Pablo Picasso, Juan Gris y Joan Miró.

Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha

Foto: Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha

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Flechazo arquitectónico

Junto al arte abstracto, arquitecturas de factura contemporánea dispersas por la ciudad dan una vuelta de tuerca a la modernidad conquense. Entre ellas el Museo de las Ciencias, con una cúpula esférica entre edificios antiguos; el Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha (MUPA), con un diseño de enormes ventanales en lo que fuera el centro Ars Natura

La Ciudad encantada

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Fantasía geológica

La visita a Cuenca puede concluir en la Ciudad Encantada, a apenas media hora en un trayecto en coche. La excursión por este paraje natural, compuesto por rocas moldeadas por la erosión a lo largo de miles de años, resulta más divertido si se van identificando parecidos razonables: la Tortuga, la Cara del Hombre, la Lucha entre el Elefante y el Cocodrilo...