No es en el Delhi mogol, ni en la Agra del Taj Mahal, ni en los palacios y fuertes de Rajastán, ni en la imperial Calcuta o en la sagrada Benarés donde se encuentran los ejemplos más antiguos y a menudo más excelsos de la pintura, la escultura y la arquitectura india. Están situados en un territorio ignoto para el turista, en un área ni al norte ni demasiado al sur del país: en el oeste, pero pisando el centro. Una zona poco frecuentada por los viajeros que abarca parte de los estados de Maharashtra y Karnataka y se extiende desde Bombay y Aurangabad hasta Hampi, pasando por Badami, Pattadakal y Aihole.
Estas obras incluyen arquitectura tallada en roca, tanto templos como monasterios, de las tres grandes tradiciones índicas: budismo, jainismo e hinduismo. Se trata de una arquitectura que se podría llamar del vaciado, pues opera por sustracción, en contraposición a la arquitectura por adición o «construida». Se crean estructuras esculpiéndolas en roca natural sólida, a menudo lava solidificada o basalto. La roca que no forma parte de la estructura se retira. Se trata de una arquitectura en cierta forma escultórica, que ha producido, en el caso de Elefanta, algunas de las mejores esculturas de la India o, en el caso de Ajanta, auténticas catedrales de piedra dentro de la roca. O como en Ellora, en el culmen de este arte, un impresionante templo monolítico, el más grande del mundo, que parece «construido», pero que está tallado en toda su complejidad a partir de una gigantesca roca.