
Junto al esplendor de sus montañas, Innsbruck exhibe un apabullante patrimonio creado principalmente por los Habsburgo, la dinastía de emperadores que la eligieron y embellecieron para disfrutarla. En época reciente, la capital tirolesa ha apostado por la arquitectura moderna, otro aliciente al que se añaden las propuestas de actividades en los Alpes.
Un recorrido clásico incluye el Tejadillo de Oro, el balcón recubierto de cobre dorado que Maximiliano I hizo construir para contemplar los festejos de su boda; el magnífico Palacio Imperial; la Catedral de St. Jacob, con una Virgen y niño de Lucas Cranach el Viejo; la Iglesia de la Corte, donde está el monumental conjunto funerario de las Tumbas Negras (s. XVI); el Museo del Tirol, con una ecléctica colección que abarca desde restos romanos a objetos etnográficos y pinturas de Klimt y Rembrandt; y la fascinante Maria-Theresien Strasse, una avenida con palacetes y cafés históricos donde degustar un tradicional strudel de manzana.
La arquitectura más rompedora se concentra en la periferia de Innsbruck: destacan el mirador Bergisel, junto al trampolín del Salto Olímpico, y las estaciones del funicular al monte Hungerburg. Y en los alrededores, por si la naturaleza no bastara, aguardan el renacentista Palacio de Ambras y las brillantes salas del museo Swarovski.
Fotografías: Fototeca 9x12; Turismo de Innsbruck, Gtres