Halloween es una fiesta de transición, y lo es por muchas razones. Para empezar, la víspera de todos los muertos (All Hallow's Eve) se celebra el 31 de octubre, fecha en que según el calendario celta, termina el año. En ese momento, el sol del verano llega a su fin, la luz da paso a la oscuridad, los días se hacen más cortos, las flores se marchitan y las hojas de los árboles se caen.
Las tinieblas entonces se hacen reino, dominan cada rincón de estas tierras gaélicas y la oscuridad abre las puertas a un sinfín de historias y leyendas. De hecho, en este punto de máxima tenebrosidad, los celtas creían que los muertos volvían del más allá y la tierra se llenaba de espíritus.
Justo en esa conexión entre la vida y la muerte, el inicio del invierno daba por terminada la época de cosechas, lo que se traducía en grandes fiestas y celebraciones. Es en ese clímax colectivo cuando surge en Irlanda el Samhain, la fiesta que celebra el fin del verano y a su vez, representa la semilla de lo que en la actualidad se conoce como Halloween.