Espectacular

Islandia: la vuelta completa a la isla de agua, hielo y fuego

El viaje por la carretera circular de Islandia cruza paisajes barridos por el viento, bordea acantilados y pasa junto a glaciares y cascadas colosales

Las cascadas más impresionantes de Islandia

Bajo los pies, la tierra palpita. Géiseres, cráteres humeantes, aguas termales, la gran falla del Atlantico. Y el silencio. Cuando Jorge Luis Borges visitó Islandia por primera vez, enseguida comprendió que aquella tierra no lo defraudaría. Llegó a la isla espoleado por un libro de poesía épica islandesa de 1270, la Saga Volsünga, que su padre le había regalado muchos años antes. Quedó tan embrujado por aquel lenguaje –el latín del Norte, como él mismo denominó– que en su primer viaje en 1971 ya era capaz de leer y entender el islandés escrito.

Como Borges, muchos viajeros se han sentido fascinados por un destino antes incluso de pisarlo. Islandia, con sus sagas vikingas, su Valhalla descrito en ellas, sus paisajes extraños, la fortaleza de su gente y ese clima indómito que parece sacado de un cuadro de William Turner, es muy propicia a la ensoñación. Y en efecto, como ya constató Borges, cuando uno pisa estas tierras por primera vez o por segunda o por enésima, da igual, no queda defraudado.

1 /15
GettyImages-478006276. Una tierra magnética

Foto: Getty Images

1 / 15

Una tierra magnética

Cuando Jorge Luis Borges visitó Islandia por primera vez, enseguida comprendió que aquella tierra no lo defraudaría. Llegó a la isla espoleado por un libro de poesía épica islandesa de 1270, la Saga Volsünga, que su padre le había regalado muchos años antes. Quedó tan embrujado por aquel lenguaje –el latín del Norte, como él mismo denominó– que en su primer viaje en 1971 ya era capaz de leer y entender el islandés escrito.

Como Borges, muchos viajeros se han sentido fascinados por un destino antes incluso de pisarlo. Islandia, con sus sagas vikingas, su Valhalla descrito en ellas, sus paisajes extraños, la fortaleza de su gente y ese clima indómito que parece sacado de un cuadro de William Turner, es muy propicia a la ensoñación. Y en efecto, como ya constató Borges, cuando uno pisa estas tierras por primera vez o por segunda o por enésima, da igual, no queda defraudado.

shutterstock 636043076. La falla donde comenzó todo

Foto: Shutterstock

2 / 15

La falla donde comenzó todo

La isla tiene una carretera de circunvalación, la número 1, la única vía que da la vuelta al país sin necesidad ni posibilidades de que exista una número 2, pues su meseta interior es demasiado fría y remota. Partimos de Reikiavik, rumbo al Parque Nacional de Thingvellir, un desgarrado paisaje entre dos crestas paralelas que casi se tocan, declarado Patrimonio Mundial por su valor natural e histórico.

En esa falla por la que se separan Europa y América los colonos vikingos gestaron en el año 930 el primer Parlamento del mundo: el Althing. Todos los clanes estaban llamados a las reuniones que aquí se llevaban a cabo una vez al año y en las que se aprobaban las leyes que rigieron la nación hasta 1262, cuando Noruega se anexionó Islandia. Thingvellir es paisaje de piedra vertical y es también el río Öxará con lagunas y cascadas que hace siglos sirvieron para ajusticiar a quienes cometían crímenes o serias ofensas. Silfra, el punto en que el río se une al lago Thingvallavatn, es un enclave de buceo que permite tocar la placa continental de Europa con una mano y la de América con la otra. La extrema pureza del agua, la nitidez cristalina y la visibilidad (100 m) impresionan incluso al buceador más experimentado.

iStock-1137845249. La península más inspiradora

Foto: iStock

3 / 15

La península más inspiradora

La carretera 1, si se recorre siguiendo las agujas del reloj, conduce a través de dos fiordos antes de llegar a Borgarnes, una aldea de pasado glorioso, forjado por una saga muy arraigada a la identidad de Islandia. Los primeros islandeses se asentaron precisamente en este lugar y fue el poeta-guerrero Egil Skallagrímsson quien protagonizó las desventuras familiares de la famosa Saga de Egil. Los escenarios de aquella épica –incluidos los túmulos funerarios de varios miembros del clan– se diseminan por las inmediaciones de Borgarnes, un hito de peregrinación secular.

En este punto conviene desviarse hacia la península de Snaefellsnes. En 1864, Julio Verne imaginó que la entrada al centro de la Tierra se ubicaba en el volcán Snaefellsjökull, si bien su cráter lo obstruye un glaciar. Esa especie de pasadizo subterráneo conectaba Islandia con la mediterránea Sicilia y su volcán Etna.

shutterstock 1450786436. Y la cinegenia hizo su magia

Foto: Shutterstock

4 / 15

Y la cinegenia hizo su magia

Otro monte que ha ganado fama en la última década entre fotógrafos, pintores y visitantes es el piramidal Kirkjufell, un llamativo pico que el director y actor Ben Stiller hizo aparecer en La vida secreta de Walter Mitty (2013) y que también ha servido como telón de fondo en algunas escenas de Juego de Tronos.

Snaefellsnes posee paisajes menos mediáticos y de igual belleza salvaje que pueden recorrerse a pie. Mientras la lluvia, el viento y el sol se turnan para ser protagonista se recorre el sendero costero que une Hellnar y Arnarstapi. El camino atraviesa un campo de lava y playas como la de Djúpalónssandur, en el Parque Nacional de Snaefellsjökull, o la más recoleta e inaccesible Skardsvik. En la marcha es habitual contar con la presencia de los escandalosos charranes árticos (Sterna paradisaea), héroes alados que cada año cruzan el planeta desde el Ártico hasta la Tierra de Fuego. Con sus chillidos advierten de que sus nidos no andan muy lejos.

iStock-1278492914. La arrebatadora belleza del silencio

Foto: iStock

5 / 15

La arrebatadora belleza del silencio

Al retomar la carretera circular rumbo norte se deja atrás desvíos muy tentadores que, aunque carecen de asfalto, conducen a parajes de belleza más indómita si cabe. Entre Stadur y Blonduosbaer, se atraviesan praderas infinitas y se pasa junto a fiordos que parecen espejos cuando luce el sol. Los pequeños caballos islandeses, que llegaron con los primeros colonos hace más de mil años, presumen de flequillo ondeando al viento y se reúnen en pequeños grupos que parecen posar más que pastar.

 

Más praderas, más viento y más desvíos, que esta vez sí hay que tomar para circunvalar pequeñas penínsulas en las que apenas se advierte la presencia humana, como la de Vatnsnes y la de Skagi. Sus playas desiertas son refugio de focas grises (Halichoerus grypus) y de extensas colonias de charranes árticos. Comparten la costa con las omnipresentes ovejas, que pasean rebuscando entre las algas. En el horizonte se contemplan los perfiles de los magníficos fiordos del Oeste que se aferran al mar como si tuvieran garras.

 

lachlan-gowen-bW2ny2UD08s-unsplash. La segunda ciudad más grande del país

Photo by Lachlan Gowen on Unsplash

6 / 15

La segunda ciudad más grande del país

Akureyri, la segunda ciudad de Islandia en número de habitantes, ofrece una de las pocas etapas urbanitas del viaje. La actividad hierve al sol en las terrazas que los cafés y restaurantes del centro despliegan durante el verano. Emulando a los autóctonos, merece la pena comer un fish&chips a la fresca regado con una buena cerveza local Thule, topónimo de la literatura medieval que situaba esta isla en el confín del mundo conocido. Además de animación y un agradable jardín botánico, Akureyri cuenta con una de esas iglesias de aspecto insólito que abundan en el país. Fue concebida en 1940 por el arquitecto islandés Gudjón Samúelsson, toda una celebridad nacional y autor de otras obras hieráticas como la famosa Hallgrímskirkja o el Teatro Nacional de Islandia, ambas en la ciudad de Reikiavik.

 

iStock-1252975672. La fuerza de Hvitserkur

Foto: iStock

7 / 15

La fuerza de Hvitserkur

Este farallón basáltico de 15 m de alto se yergue a poca distancia de la costa, frente al estuario de Sigridarstadir y cerca de Akureyri.

GettyImages-682826196. El burbujeante norte

Foto: iStock

8 / 15

El burbujeante norte

El siguiente punto clave en el mapa es la región volcánica de Myvatn. Antes de llegar y con las últimas luces del día, el viajero contempla este paisaje atónito, como si la tierra no supiera qué hacer con tanta agua. En Godafoss, el río se precipita en una impresionante cascada por la que, en el año 999, los vikingos lanzaron a sus dioses paganos tras abrazar el cristianismo. Los antiguos rituales persistieron, pero en privado.

El lago Myvatn que, al igual que Thingvellir se asienta sobre la propia dorsal mesoatlántica que separa Europa de América, es el epicentro turístico del norte del país. Esta superficie de agua suaviza el clima de la región y es el hogar de multitud de aves migratorias. La plácida carretera que lo bordea tiene 36 km y se puede recorrer en bicicleta alquilada –carece de desniveles–. Como los cielos en el norte de Islandia son mucho más claros que los del lluvioso sur, entre septiembre y abril Myvatn es también un destino habitual para ver auroras. La zona bien merece varios días de exploración, siendo Reykjahlíd la mejor base de operaciones. A solo 4 km al este de la aldea es posible disfrutar, además, de unas inmensas piscinas geotermales al aire libre, abiertas en plena lava.

shutterstock 700388365. Entre cráteres

Foto: Shutterstock

9 / 15

Entre cráteres

En este lugar, más de 10.000 años de una actividad volcánica que prosigue hoy han modelado lugares sorprendentes, como las cuevas de Grjótagjá, repletas de agua a 45 ºC, o Lofthellir, con magníficas formaciones de hielo en su interior. Toca acostumbrarse al polvo y a las fumarolas mientras se recorren múltiples senderos que ilustrarían toda una enciclopedia de vulcanismo. Las caminatas zigzaguean entre los pináculos pétreos de Dimmuborgir; la cresta del oscuro cráter del Hverfjall, que es una delicia contornear; por los senderos multicolores de Hverir o junto a los lagos de aspecto lechoso de Leirhnjúkur y Víti, en Krafla.

 

En la orilla sur del lago, los pequeños cráteres de Skútustaðagígar son una sorprendente zona para caminar y observar aves.

iStock-860026200. Rumbo a las Tierras Altas

Foto: iStock

10 / 15

Rumbo a las Tierras Altas

Myvatn permite también tomar uno de los autobuses todoterreno que se aventuran por la pista que lleva a la inmensa caldera del Askja, a 1100 m de altitud, que alberga un lago azul cobalto. Un refugio de ambiente cosmopolita permite pernoctar y explorar esta región de las Tierras Altas, la más árida del país. Aquí se entrenaron los astronautas del proyecto Apolo antes de pisar la Luna. En el horizonte reina el Herdubreid («la de los anchos hombros», 1682 m), para muchos, la montaña más bella de Islandia.

 

Tras este inolvidable paisaje, toca poner rumbo a los pueblos del oriente islandés. Ya con el mar en el horizonte, el entorno vuelve a teñirse de verdor y mientras que aparece una costa que parece fragmentarse en mil pedazos. Fuera de la carretera 1, los caminos son de grava y serpentean hasta pequeñas aldeas que en su nombre esconden el origen glaciar del fiordo (fjördur) sobre el que se asientan: Seydisfjördur, Eskifjördur, Reydarfjördur y muchas otras bellezas marineras que sacan pecho frente a un mar amenazante que aquí adopta tonos metálicos.

GettyImages-554296397. No es un glaciar cualquiera

Foto: Getty Images

11 / 15

No es un glaciar cualquiera

Sobre los pináculos tapizados de hierba de estos fiordos anidan cormoranes y otras aves marinas como éiders y frailecillos, que con su vuelo frenético parecen querer proclamar su condición de símbolo nacional. La carretera sigue el perfil cuarteado de la costa y hasta desembocar en Skaftafell, punto estratégico para recorrer el Parque Nacional de Vatnajökull, que da nombre al mayor glaciar de Europa. Su masa de hielo, comparable a las de Groenlandia o la Antártida, podría cubrir la provincia de Barcelona con una capa de 400 m de espesor. Pero el Vatnajökull no es un glaciar que serpentea por un valle, sino un enorme escudo de hielo rasgado ocasionalmente por las cumbres más altas del país, como el Hvannadalshnjúkur (2119 m) o el Bárdarbunga (2020 m). Skaftafell permite pasear junto a los glaciares que emergen como patitas de esa enorme masa blanca. O admirar la cascada de Svartifoss, con sus columnas hexagonales de lava.

 

shutterstock 1383398267. Del hielo al verde

Foto: Shutterstock

12 / 15

Del hielo al verde

En los últimos tiempos el turismo ha abrazado con fuerza el sur de Islandia, así que es recomendable madrugar para acudir a la laguna de Jökulsárlón, cuajada de témpanos. Cada minuto cambian los matices de la luz y las formas de un hielo en perpetuo movimiento. La playa de Bredamerkursandur recoge esos icebergs a la deriva que brillan como diamantes sobre la arena negra.

Las gélidas lenguas del Vatnajökull van quedando atrás y el espacio se torna más dócil, más colorido. El musgo alfombra los campos de lava hasta el horizonte y regresan al paisaje los caballos, las ovejas y las granjas -antiguamente, con techo de turba sobre el que crecía la hierba–. El bien turístico más preciado del lluvioso sur islandés, el agua, se sirve en exquisitas dosis en forma de cascada, hielo o poza termal. Resulta imprescindible empaparse de la magia de colosos líquidos como Skógafoss y Seljalandsfoss, precipitándose por cornisas rocosas.

GettyImages-539003444. Paisaje desvelado

Foto: Getty Images

13 / 15

Paisaje desvelado

Todos los veranos, cuando la nieve descubre Landmannalaugar, este paisaje encantado se viste con una paleta de ocres en sus montañas de riolita y hierba verde esmeralda, veteadas de negra obsidiana que brilla como el charol. Junto al refugio, las pozas cristalinas y calientes de una gran zona termal congregan a los viajeros.

shutterstock 1068782990. Agua imparable

Foto: Shutterstock

14 / 15

Agua imparable

Tras este hallazgo, es el momento de encaminarse ahora hacia la cascada de Gullfoss, donde las aguas del río Hvitá se precipitan atronadoras en una inmensa grieta. Y de regreso a la capital merece la pena parar en el área geotermal de Geysir, anunciada a lo lejos por el penacho que el géiser Strokkur lanza a la atmósfera.

GettyImages-157771157. Despedida en Reykjavík

Foto: Getty Images

15 / 15

Despedida en Reikiavik

Reikiavik es la última escala, el contrapunto urbano a esa naturaleza indómita que en la capital no abandona del todo. Sin edificios de gran altura y asomada al Atlántico Norte, desde su entramado urbano se puede avistar la silueta del Snaefellsjökull, donde comenzó este viaje. También volcánicas son las formas de Hallgrímskirkja, la iglesia luterana de Reikiavik, inspirada en las columnas de basalto hexagonales de la cascada de Svartifoss.

Abrazados por esa eterna luz crepuscular que ilumina las noches del verano islandés, es el momento de recordar al joven Borges que se enamoró de Islandia antes de pisarla. Los tres viajes del escritor argentino por la isla dieron como fruto tres libros. En el dorso de la lápida de su sepulcro en Ginebra se lee: Hann tekr sverthit Gram okk /legger i metal theira bert («él tomó su espada Gram y colocó el metal desnudo entre los dos»), versos de la saga Volsünga que su padre le regalara cuando él era tan solo un crío y que lo ilusionó con una tierra mágica. 

LA FALLA DONDE COMENZÓ TODO

La isla tiene una carretera de circunvalación, la número 1, la única vía que da la vuelta al país sin necesidad ni posibilidades de que exista una número 2, pues su meseta interior es demasiado fría y remota. Partimos de Reikiavik, rumbo al Parque Nacional de Thingvellir, un desgarrado paisaje entre dos crestas paralelas que casi se tocan, declarado Patrimonio Mundial por su valor natural e histórico.

En esa falla por la que se separan Europa y América los colonos vikingos gestaron en el año 930 el primer Parlamento del mundo: el Althing. Todos los clanes estaban llamados a las reuniones que aquí se llevaban a cabo una vez al año y en las que se aprobaban las leyes que rigieron la nación hasta 1262, cuando Noruega se anexionó Islandia. Thingvellir es paisaje de piedra vertical y es también el río Öxará con lagunas y cascadas que hace siglos sirvieron para ajusticiar a quienes cometían crímenes o serias ofensas. Silfra, el punto en que el río se une al lago Thingvallavatn, es un enclave de buceo que permite tocar la placa continental de Europa con una mano y la de América con la otra. La extrema pureza del agua, la nitidez cristalina y la visibilidad (100 m) impresionan incluso al buceador más experimentado.

shutterstock 636043076
Foto: Shutterstock

La isla tiene una carretera de circunvalación, la número 1, la única vía que da la vuelta al país sin necesidad ni posibilidades de que exista una número 2, pues su meseta interior es demasiado fría y remota. Partimos de Reikiavik, rumbo al Parque Nacional de Thingvellir, un desgarrado paisaje entre dos crestas paralelas que casi se tocan, declarado Patrimonio Mundial por su valor natural e histórico.

 

En esa falla por la que se separan Europa y América los colonos vikingos gestaron en el año 930 el primer Parlamento del mundo: el Althing. Todos los clanes estaban llamados a las reuniones que aquí se llevaban a cabo una vez al año y en las que se aprobaban las leyes que rigieron la nación hasta 1262, cuando Noruega se anexionó Islandia. Thingvellir es paisaje de piedra vertical y es también el río Öxará con lagunas y cascadas que hace siglos sirvieron para ajusticiar a quienes cometían crímenes o serias ofensas. Silfra, el punto en que el río se une al lago Thingvallavatn, es un enclave de buceo que permite tocar la placa continental de Europa con una mano y la de América con la otra. La extrema pureza del agua, la nitidez cristalina y la visibilidad (100 m) impresionan incluso al buceador más experimentado.

LA PENÍNSULA MÁS INSPIRADORA

La carretera 1, si se recorre siguiendo las agujas del reloj, conduce a través de dos fiordos antes de llegar a Borgarnes, una aldea de pasado glorioso, forjado por una saga muy arraigada a la identidad de Islandia. Los primeros islandeses se asentaron precisamente en este lugar y fue el poeta-guerrero Egil Skallagrímsson quien protagonizó las desventuras familiares de la famosa Saga de Egil. Los escenarios de aquella épica –incluidos los túmulos funerarios de varios miembros del clan– se diseminan por las inmediaciones de Borgarnes, un hito de peregrinación secular.

En este punto conviene desviarse hacia la península de Snaefellsnes. En 1864, Julio Verne imaginó que la entrada al centro de la Tierra se ubicaba en el volcán Snaefellsjökull, si bien su cráter lo obstruye un glaciar. Esa especie de pasadizo subterráneo conectaba Islandia con la mediterránea Sicilia y su volcán Etna.

iStock-1137845249
Foto: iStock

De vuelta a la carretera 1, conducimos a través de dos fiordos antes de llegar a Borgarnes, una aldea de pasado glorioso, forjado por una saga muy arraigada a la identidad de Islandia. Los primeros islandeses se asentaron precisamente en este lugar y fue el poeta-guerrero Egil Skallagrímsson quien protagonizó las desventuras familiares de la famosa Saga de Egil. Los escenarios de aquella épica –incluidos los túmulos funerarios de varios miembros del clan– se diseminan por las inmediaciones de Borgarnes, un hito de peregrinación secular.

 

Nos desviamos hacia la península de Snaefellsnes. En 1864, Julio Verne imaginó que la entrada al centro de la Tierra se ubicaba en el volcán Snaefellsjökull, si bien su cráter lo obstruye un glaciar. Esa especie de pasadizo subterráneo conectaba Islandia con la mediterránea Sicilia y su volcán Etna.

Y LA CINEGENIA HIZO SU MAGIA

Otro monte que ha ganado fama en la última década entre fotógrafos, pintores y visitantes es el piramidal Kirkjufell, un llamativo pico que el director y actor Ben Stiller hizo aparecer en La vida secreta de Walter Mitty (2013) y que también ha servido como telón de fondo en algunas escenas de Juego de Tronos.

Snaefellsnes posee paisajes menos mediáticos y de igual belleza salvaje que pueden recorrerse a pie. Mientras la lluvia, el viento y el sol se turnan para ser protagonista se recorre el sendero costero que une Hellnar y Arnarstapi. El camino atraviesa un campo de lava y playas como la de Djúpalónssandur, en el Parque Nacional de Snaefellsjökull, o la más recoleta e inaccesible Skardsvik. En la marcha es habitual contar con la presencia de los escandalosos charranes árticos (Sterna paradisaea), héroes alados que cada año cruzan el planeta desde el Ártico hasta la Tierra de Fuego. Con sus chillidos advierten de que sus nidos no andan muy lejos.

shutterstock 1450786436
Foto: Shutterstock

Otro monte que ha ganado fama en la última década entre fotógrafos, pintores y visitantes es la piramidal Kirkjufell, un llamativo pico que el director y actor Ben Stiller hizo aparecer en La vida secreta de Walter Mitty (2013) y que también ha servido como telón de fondo en algunas escenas de Juego de Tronos.

 

Snaefellsnes posee paisajes menos mediáticos y de igual belleza salvaje que pueden recorrerse a pie. Mientras la lluvia, el viento y el sol se turnan para ser protagonistas, andamos por el sendero costero que une Hellnar y Arnarstapi. El camino atraviesa un campo de lava y playas como la de Djúpalónssandur, en el Parque Nacional de Snaefellsjökull, o la más recoleta e inaccesible Skardsvik. Durante nuestra marcha nos acompañan los escandalosos charranes árticos (Sterna paradisaea), esos héroes alados que cada año cruzan el planeta desde el Ártico hasta la Tierra de Fuego. Con sus chillidos nos advierten de que sus nidos no andan muy lejos.

LA ARREBATADORA BELLEZA DEL SILENCIO

Al retomar la carretera circular rumbo norte se deja atrás desvíos muy tentadores que, aunque carecen de asfalto, conducen a parajes de belleza más indómita si cabe. Entre Stadur y Blonduosbaer, se atraviesan praderas infinitas y se pasa junto a fiordos que parecen espejos cuando luce el sol. Los pequeños caballos islandeses, que llegaron con los primeros colonos hace más de mil años, presumen de flequillo ondeando al viento y se reúnen en pequeños grupos que parecen posar más que pastar.

Más praderas, más viento y más desvíos, que esta vez sí hay que tomar para circunvalar pequeñas penínsulas en las que apenas se advierte la presencia humana, como la de Vatnsnes y la de Skagi. Sus playas desiertas son refugio de focas grises (Halichoerus grypus) y de extensas colonias de charranes árticos. Comparten la costa con las omnipresentes ovejas, que pasean rebuscando entre las algas. En el horizonte se contemplan los perfiles de los magníficos fiordos del Oeste que se aferran al mar como si tuvieran garras.

iStock-1278492914
Foto: iStock

Seguimos la carretera circular rumbo norte y dejamos atrás desvíos muy tentadores que, aunque carecen de asfalto, conducen a parajes de belleza más indómita si cabe. Entre Stadur y Blonduosbaer, se atraviesan praderas infinitas y se pasa junto a fiordos que parecen espejos cuando luce el sol. Los pequeños caballos islandeses, que llegaron con los primeros colonos hace más de mil años, presumen de flequillo ondeando al viento y se reúnen en pequeños grupos que parecen posar más que pastar.

 

Más praderas, más viento y más desvíos, que esta vez sí tomamos para circunvalar pequeñas penínsulas en las que apenas se advierte la presencia humana, como la de Vatnsnes y la de Skagi. Sus playas desiertas son refugio de focas grises (Halichoerus grypus) y de extensas colonias de charranes árticos. Comparten la costa con las omnipresentes ovejas, que pasean rebuscando entre las algas. En el horizonte se contemplan los perfiles de los magníficos fiordos del Oeste que se aferran al mar como si tuvieran garras.

 

LA SEGUNDA CIUDAD MÁS GRANDE DEL PAÍS

Akureyri, la segunda ciudad de Islandia en número de habitantes, ofrece una de las pocas etapas urbanitas del viaje. La actividad hierve al sol en las terrazas que los cafés y restaurantes del centro despliegan durante el verano. Emulando a los autóctonos, merece la pena comer un fish&chips a la fresca regado con una buena cerveza local Thule, topónimo de la literatura medieval que situaba esta isla en el confín del mundo conocido. Además de animación y un agradable jardín botánico, Akureyri cuenta con una de esas iglesias de aspecto insólito que abundan en el país. Fue concebida en 1940 por el arquitecto islandés Gudjón Samúelsson, toda una celebridad nacional y autor de otras obras hieráticas como la famosa Hallgrímskirkja o el Teatro Nacional de Islandia, ambas en la ciudad de Reikiavik.

lachlan-gowen-bW2ny2UD08s-unsplash
Photo by Lachlan Gowen on Unsplash

Akureyri, la segunda ciudad de Islandia en número de habitantes, ofrece una de las pocas etapas urbanitas del viaje. La actividad hierve al sol en las terrazas que los cafés y restaurantes del centro despliegan durante el verano. Emulando a los autóctonos, comemos un fish&chips a la fresca y lo regamos con una buena cerveza local Thule, topónimo de la literatura medieval que situaba esta isla en el confín del mundo conocido. Además de animación y un agradable jardín botánico, Akureyri cuenta con una de esas iglesias de aspecto insólito que abundan en el país. Fue concebida en 1940 por el arquitecto islandés Gudjón Samúelsson, toda una celebridad nacional y autor de otras obras hieráticas como la famosa Hallgrímskirkja o el Teatro Nacional de Islandia, ambas en la ciudad de Reikiavik.

 

EL BURBUJEANTE NORTE

El siguiente punto clave en el mapa es la región volcánica de Myvatn. Antes de llegar y con las últimas luces del día, el viajero contempla este paisaje atónito, como si la tierra no supiera qué hacer con tanta agua. En Godafoss, el río se precipita en una impresionante cascada por la que, en el año 999, los vikingos lanzaron a sus dioses paganos tras abrazar el cristianismo. Los antiguos rituales persistieron, pero en privado.

El lago Myvatn que, al igual que Thingvellir se asienta sobre la propia dorsal mesoatlántica que separa Europa de América, es el epicentro turístico del norte del país. Esta superficie de agua suaviza el clima de la región y es el hogar de multitud de aves migratorias. La plácida carretera que lo bordea tiene 36 km y se puede recorrer en bicicleta alquilada –carece de desniveles–. Como los cielos en el norte de Islandia son mucho más claros que los del lluvioso sur, entre septiembre y abril Myvatn es también un destino habitual para ver auroras. La zona bien merece varios días de exploración, siendo Reykjahlíd la mejor base de operaciones. A solo 4 km al este de la aldea es posible disfrutar, además, de unas inmensas piscinas geotermales al aire libre, abiertas en plena lava.

En este lugar, más de 10.000 años de una actividad volcánica que prosigue hoy han modelado lugares sorprendentes, como las cuevas de Grjótagjá, repletas de agua a 45 ºC, o Lofthellir, con magníficas formaciones de hielo en su interior. Toca acostumbrarse al polvo y a las fumarolas mientras se recorren múltiples senderos que ilustrarían toda una enciclopedia de vulcanismo. Las caminatas zigzaguean entre los pináculos pétreos de Dimmuborgir; la cresta del oscuro cráter del Hverfjall, que es una delicia contornear; por los senderos multicolores de Hverir o junto a los lagos de aspecto lechoso de Leirhnjúkur y Víti, en Krafla.

GettyImages-682826196
Foto: iStock

Nuestro siguiente punto clave en el mapa es la región volcánica de Myvatn. Antes de llegar y con las últimas luces del día, contemplamos extasiados ese paisaje que a menudo no sabe qué hacer con tanta agua. En Godafoss, el río se precipita en una impresionante cascada por la que, en el año 999, los vikingos lanzaron a sus dioses paganos tras abrazar el cristianismo. Los antiguos rituales persistieron, pero en privado.

 

El lago Myvatn que, al igual que Thingvellir se asienta sobre la propia dorsal mesoatlántica que separa Europa de América, es el epicentro turístico del norte del país. Esta superficie de agua suaviza el clima de la región y es el hogar de multitud de aves migratorias. La plácida carretera que lo bordea tiene 36 km y se puede recorrer en bicicleta alquilada –carece de desniveles–. Como los cielos en el norte de Islandia son mucho más claros que los del lluvioso sur, entre septiembre y abril Myvatn es también un destino habitual para ver auroras. La zona bien merece varios días de exploración, así que establecemos nuestra base de operaciones en Reykjahlíd. A solo 4 km al este de la aldea es posible disfrutar, además, de unas inmensas piscinas geotermales al aire libre, abiertas en plena lava.

RUMBO A LAS TIERRAS ALTAS

Myvatn permite también tomar uno de los autobuses todoterreno que se aventuran por la pista que lleva a la inmensa caldera del Askja, a 1100 m de altitud, que alberga un lago azul cobalto. Un refugio de ambiente cosmopolita permite pernoctar y explorar esta región de las Tierras Altas, la más árida del país. Aquí se entrenaron los astronautas del proyecto Apolo antes de pisar la Luna. En el horizonte reina el Herdubreid («la de los anchos hombros», 1682 m), para muchos, la montaña más bella de Islandia.

Tras este inolvidable paisaje, toca poner rumbo a los pueblos del oriente islandés. Ya con el mar en el horizonte, el entorno vuelve a teñirse de verdor y mientras que aparece una costa que parece fragmentarse en mil pedazos. Fuera de la carretera 1, los caminos son de grava y serpentean hasta pequeñas aldeas que en su nombre esconden el origen glaciar del fiordo (fjördur) sobre el que se asientan: Seydisfjördur, Eskifjördur, Reydarfjördur y muchas otras bellezas marineras que sacan pecho frente a un mar amenazante que aquí adopta tonos metálicos.

iStock-860026200
Foto: iStock

Myvatn permite también tomar uno de los autobuses todoterreno que se aventuran por la pista que lleva a la inmensa caldera del Askja, a 1100 m de altitud, que alberga un lago azul cobalto. Un refugio de ambiente cosmopolita permite pernoctar y explorar esta región de las Tierras Altas, la más árida del país. Aquí se entrenaron los astronautas del proyecto Apolo antes de pisar la Luna. En el horizonte reina el Herdubreid («la de los anchos hombros», 1682 m), para muchos, la montaña más bella de Islandia.

 

Cautivados por los paisajes del Askja, ponemos rumbo a los pueblos del oriente islandés. Ya con el mar en el horizonte, el entorno vuelve a teñirse de verdor y ante nosotros aparece una costa que parece fragmentarse en mil pedazos. Fuera de la carretera 1, los caminos son de grava y serpentean hasta pequeñas aldeas que en su nombre esconden el origen glaciar del fiordo (fjördur) sobre el que se asientan: Seydisfjördur, Eskifjördur, Reydarfjördur y muchas otras bellezas marineras que sacan pecho frente a un mar amenazante que aquí adopta tonos metálicos.

NO ES UN GLACIAR CUALQUIERA

Sobre los pináculos tapizados de hierba de estos fiordos anidan cormoranes y otras aves marinas como éiders y frailecillos, que con su vuelo frenético parecen querer proclamar su condición de símbolo nacional. La carretera sigue el perfil cuarteado de la costa y hasta desembocar en Skaftafell, punto estratégico para recorrer el Parque Nacional de Vatnajökull, que da nombre al mayor glaciar de Europa. Su masa de hielo, comparable a las de Groenlandia o la Antártida, podría cubrir la provincia de Barcelona con una capa de 400 m de espesor.

Pero el Vatnajökull no es un glaciar que serpentea por un valle, sino un enorme escudo de hielo rasgado ocasionalmente por las cumbres más altas del país, como el Hvannadalshnjúkur (2119 m) o el Bárdarbunga (2020 m). Skaftafell permite pasear junto a los glaciares que emergen como patitas de esa enorme masa blanca. O admirar la cascada de Svartifoss, con sus columnas hexagonales de lava.

GettyImages-554296397
Foto: Getty Images

Sobre los pináculos tapizados de hierba de estos fiordos anidan cormoranes y otras aves marinas como éiders y frailecillos, que con su vuelo frenético parecen querer proclamar su condición de símbolo nacional. En Borgarfjördur Eystri descubrimos una colonia de estas curiosas aves de pico anaranjado junto al muelle. Cuando llegue el otoño partirán hacia mar abierto y solo volverán a tierra muchos meses después con su pareja para empollar un único huevo en el acantilado en que nacieron.

 

La carretera sigue el perfil cuarteado de la costa y acampamos en Skaftafell, punto estratégico para recorrer el Parque Nacional de Vatnajökull, que da nombre al mayor glaciar de Europa. Su masa de hielo, comparable a las de Groenlandia o la Antártida, podría cubrir la provincia de Barcelona con una capa de 400 m de espesor. Pero el Vatnajökull no es un glaciar que serpentea por un valle, sino un enorme escudo de hielo rasgado ocasionalmente por las cumbres más altas del país, como el Hvannadalshnjúkur (2119 m) o el Bárdarbunga (2020 m). Skaftafell permite pasear junto a los glaciares que emergen como patitas de esa enorme masa blanca. O admirar la cascada de Svartifoss, con sus columnas hexagonales de lava.

 

Y DEL HIELO AL VERDE

En los últimos tiempos el turismo ha abrazado con fuerza el sur de Islandia, así que es recomendable madrugar para acudir a la laguna de Jökulsárlón, cuajada de témpanos. Cada minuto cambian los matices de la luz y las formas de un hielo en perpetuo movimiento. La playa de Bredamerkursandur recoge esos icebergs a la deriva que brillan como diamantes sobre la arena negra.

Las gélidas lenguas del Vatnajökull van quedando atrás y el espacio se torna más dócil, más colorido. El musgo alfombra los campos de lava hasta el horizonte y regresan al paisaje los caballos, las ovejas y las granjas -antiguamente, con techo de turba sobre el que crecía la hierba–. El bien turístico más preciado del lluvioso sur islandés, el agua, se sirve en exquisitas dosis en forma de cascada, hielo o poza termal. Resulta imprescindible empaparse de la magia de colosos líquidos como Skógafoss y Seljalandsfoss, precipitándose por cornisas rocosas.

shutterstock 1383398267
Foto: Shutterstock

En los últimos tiempos el turismo ha abrazado con fuerza el sur de Islandia, así que madrugamos para acudir a la laguna de Jökulsárlón, cuajada de témpanos. Cada minuto cambian los matices de la luz y las formas de un hielo en perpetuo movimiento. La playa de Bredamerkursandur recoge esos icebergs a la deriva que brillan como diamantes sobre la arena negra.

 

Las gélidas lenguas del Vatnajökull van quedando atrás y el espacio se torna más dócil, más colorido. El musgo alfombra los campos de lava hasta el horizonte y regresan al paisaje los caballos, las ovejas y las granjas -antiguamente, con techo de turba sobre el que crecía la hierba–. El bien turístico más preciado del lluvioso sur islandés, el agua, se sirve en exquisitas dosis en forma de cascada, hielo o poza termal. Nos empapamos de la magia de colosos líquidos como Skógafoss y Seljalandsfoss, precipitándose por cornisas rocosas, y en Hella tomamos el desvío hacia Landmannalaugar. Todos los veranos, cuando la nieve lo descubre, este paisaje encantado se viste con una paleta de ocres en sus montañas de riolita y hierba verde esmeralda, veteadas de negra obsidiana que brilla como el charol. Junto al refugio, las pozas cristalinas y calientes de una gran zona termal congregan a los viajeros.

PAISAJE DESVELADO

Todos los veranos, cuando la nieve descubre Landmannalaugar, este paisaje encantado se viste con una paleta de ocres en sus montañas de riolita y hierba verde esmeralda, veteadas de negra obsidiana que brilla como el charol. Junto al refugio, las pozas cristalinas y calientes de una gran zona termal congregan a los viajeros.

Tras este hallazgo, es el momento de encaminarse ahora hacia la cascada de Gullfoss, donde las aguas del río Hvitá se precipitan atronadoras en una inmensa grieta. Y de regreso a la capital merece la pena parar en el área geotermal de Geysir, anunciada a lo lejos por el penacho que el géiser Strokkur lanza a la atmósfera.

GettyImages-539003444
Foto: Getty Images

Todos los veranos, cuando la nieve descubre Landmannalaugar, este paisaje encantado se viste con una paleta de ocres en sus montañas de riolita y hierba verde esmeralda, veteadas de negra obsidiana que brilla como el charol. Junto al refugio, las pozas cristalinas y calientes de una gran zona termal congregan a los viajeros.

DESPEDIDA EN REIKIAVIK

Reikiavik es la última escala, el contrapunto urbano a esa naturaleza indómita que en la capital no abandona del todo. Sin edificios de gran altura y asomada al Atlántico Norte, desde su entramado urbano se puede avistar la silueta del Snaefellsjökull, donde comenzó este viaje. También volcánicas son las formas de Hallgrímskirkja, la iglesia luterana de Reikiavik, inspirada en las columnas de basalto hexagonales de la cascada de Svartifoss.

Abrazados por esa eterna luz crepuscular que ilumina las noches del verano islandés, es el momento de recordar al joven Borges que se enamoró de Islandia antes de pisarla. Los tres viajes del escritor argentino por la isla dieron como fruto tres libros. En el dorso de la lápida de su sepulcro en Ginebra se lee: Hann tekr sverthit Gram okk /legger i metal theira bert («él tomó su espada Gram y colocó el metal desnudo entre los dos»), versos de la saga Volsünga que su padre le regalara cuando él era tan solo un crío y que lo ilusionó con una tierra mágica.