Unas islas con mucha historia
Las tres pequeñas Cíes (Monteagudo, Faro y San Martiño), una barrera natural entre las aguas del Atlántico y la ría de Vigo, exhiben un litoral abrupto y recortado que sobrecoge por su pureza. La historia de estos islotes, entre la leyenda y la realidad, se remonta a miles de años. Sus sucesivos pobladores han convivido con relatos de naufragios y de piratas que recalaron en sus playas buscando refugio entre cuevas y escarpados acantilados. Las huellas de la cultura castreña de la Edad del Bronce, de los romanos o de monjes medievales se reflejan en vestigios dispersos, como la fábrica de salazón, el monasterio de San Martiño y el convento de Santo Estevo, hoy el Centro de Interpretación de la Naturaleza. Y aunque dicen que las Cíes guardan en sus fondos el oro de algún navío naufragado procedente de América, lo cierto es que estas islas acogen en su lecho marino tantos tesoros naturales que nada tendrían que envidiar al hallazgo del precioso metal.

Catamarán a las Islas Cíes | Shutterstock
CATAMARÁN A LAS ISLAS CÍES
Aunque dicen que las Cíes guardan en sus fondos el oro de algún navío naufragado procedente de América, lo cierto es que estas islas acogen en su lecho marino tantos tesoros naturales que nada tendrían que envidiar al hallazgo del precioso metal. Atraídos por la historia y la magia del archipiélago, el viajero pone rumbo en catamarán desde el puerto de Vigo –también es posible desde otros pueblos– y navegando entre bateas hasta llegar a las Cíes.
■ Cómo llegar. Para visitar las Cíes y otras islas del Parque Nacional se precisa una autorización de la Xunta de Galicia. Hay un cupo diario de visitantes. De mayo a octubre, barcos de línea zarpan de Cangas, Baiona, Portonovo y Vigo, ciudad con aeropuerto.
■ Itinerarios. Las 4 rutas por las Cíes parten de la Caseta de Información situada en la isla de Monteagudo. En esta Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) también se realizan paseos ornitológicos con guías expertos.
■ Cielos limpios. Las Cíes están consideradas destino Starlight, por la pureza de su atmósfera que permite admirar el cielo estrellado.

Playa de Rodas | Shutterstock
PLAYA DE RODAS, LA SUPERMODELO
Próxima al embarcadero, la playa de Rodas nos recibe, exhibiendo su belleza casi salvaje. Ni siquiera el frío de sus aguas le ha impedido ser reconocida en varias ocasiones en la prensa internacional como una de las mejores playas del mundo. Contrasta el intenso azul del mar con el blanco casi cegador de la playa, enmarcada por el verde de los pinos. El arenal dibuja una media luna dejando detrás el lago dos Nenos, una laguna de agua salada que recuerda que la biodiversidad es el gran valor de las Cíes.

Faro, Islas Cíes | iStock
HACIA LO MÁS ALTO DE FARO
Cuesta encontrar una arena más fina que la de Rodas, tamizada por el viento con el paso de los siglos. Pero antes de dejarse tentar por la tranquilidad que promete la playa, conviene planear alguna de las rutas que las islas ofrecen. Una muy popular es la subida al monte Faro, un itinerario repleto de belleza que garantiza vistas inolvidables. Iniciamos la caminata, la más larga de las cuatro autorizadas (7 km), dejando atrás el arenal. A medida que se avanza tierra adentro, tojos, jaras y endrinos cubren los suelos con un manto protector. Arbustos resistentes como la retama hacen de antesala a bosques de pinos y eucaliptos. Y las vistas se abren permitiendo observar el agua esmeralda de la laguna en contraste con el azul intenso del océano abierto.

Observatorio de Aves y A Pedra da Campá | Shutterstock
UN OBSERVATORIO DE AVES Y UN FARO EN ZIG ZAG
La excursión pasa por el Observatorio de Aves, desde el que se puede avistar la numerosa colonia de gaviota patiamarilla –un icono del Parque Nacional– y también cormoranes moñudos. Después se halla A Pedra da Campá, una roca granítica perforada por los vientos cargados de salitre, reclamo de fotógrafos. En breve se descubre el camino en zigzag que trepa hasta el faro. Impresionan las curvas y la acusada pendiente podría hacer desistir al caminante. Pero si se continúa, la llegada al pie de la torre recompensa con vistas de vértigo, en las que los acantilados, la ría y la bravura del océano rompiendo contra las rocas nos hacen sentir insignificantes.

El cielo estrellado desde las Islas Cíes | iStock
AL CAER LA NOCHE
Las otras tres rutas acercan a playas y faros más cercanos al mar, pero es mejor no abarcarlas todas en un día. Hacer noche en el camping, único alojamiento en las islas, será recomendable para disfrutar de la tranquilidad que envuelve el atardecer y del cielo estrellado en las noches despejadas. Es fácil entender entonces por qué los romanos llamaron a las Cíes las «islas de los dioses».

Playas y calas de Ons | Shutterstock
LAS PLAYAS Y CALAS DE ONS
En Ons es una delicia descender a sus recoletas calas y descubrir a sus verdaderos habitantes: cormoranes, gaviotas o reptiles como el lagarto ocelado, que en Galicia llaman arnal. También adentrarse en sus cuevas misteriosas o sorprenderse con el Buraco do Inferno, una sima en la que dicen que vagan las almas penitentes. Todo antes de saborear un buen pulpo a la gallega, mientras comprobamos que la línea del horizonte no existe en Ons, desdibujada entre el cielo y el océano.
Al caer el sol los barcos regresan y, entre el rojo intenso de poniente, tal vez pueda verse un grupo de golfiños (delfines) jugando frente a la proa de la nave.

Isla de Ons | Shutterstock
SU EMBRUJO RURAL
La visita al parque nacional se puede completar con la isla de Ons y sus islotes, pues su paisaje es diferente al de sus vecinas, algo menos boscoso y con amplias matas de helechos, tojo y brezo. Las Ons preservan el encanto y la autenticidad de la vida isleña, a pesar del trasiego de barcos que en el buen tiempo traen turistas a sus playas.
En Ons, la mayor del grupo, vive una decena de familias que mantienen sus casas edificadas con piedra de mampostería. Algunas se dedican a ofrecer comida o alojamiento, otras simplemente continúan con su tradicional modo de vida. Nada más alcanzar el embarcadero se ve la aldea de O Curro, con las barcas de pesca adornando su muelle y, unos metros más arriba, la capilla de San Xaquín, salpicada de motivos marineros pintados de de reluciente blanco y azul.