Italia insular

Islas Eolias: el archipiélago forjado por el viento y el fuego

Estas siete hermanas emergen frente a la costa norte de Sicilia creando un fascinante micromundo en pleno Mediterráneo.

Como siete hermanas, las islas Eolias tienen el mismo origen volcánico pero caracteres y aspecto diferentes. Conocidas y queridas desde la Antigüedad, estas islas emergen del mar al nordeste de Sicilia. Viajar a ellas en primavera permite descubrir el alma indómita de un archipiélago declarado Patrimonio de la Humanidad.

 

1 /11
iStock-501512573. Ulises estuvo aquí

Foto: iStock

1 / 11

Ulises estuvo aquí

«Llegamos a la isla Eolia, donde moraba Eolo Hipótada, caro a los inmortales dioses». Así presenta Homero, en la Odisea, una de las últimas etapas de Ulises. La historia es sabida: el rey le regala un odre que retiene todos los vientos contrarios a su regreso a Ítaca, y solo deja soplar a Céfiro, el dulce viento del oeste. Pero la curiosidad y la codicia mueven a sus compañeros a abrir el odre y así, ya casi con el hogar a la vista, liberan los vientos y retornan a la morada de Eolo.

Quien quiera viajar a este archipiélago en invierno no debería olvidar este episodio, pues las borrascas pueden interrumpir las comunicaciones por ferri y dejar las Eolias aisladas de Sicilia durante varios días. Por otro lado, fuera de la temporada alta estival las envuelve una calma extraordinaria. En Lípari, Salina y Strómboli las actividades se reducen pero no cesan cuando parte el turismo veraniego; sin embargo, en las pequeñas Volcano, Panarea, Alicudi y Filicudi el invierno pertenece solo, o casi, a sus habitantes.

iStock-921350492. La vieja casa de Eolo

Foto: iStock

2 / 11

La vieja casa de Eolo

El viaje empieza en Lípari, la mayor y más activa de las islas en el ámbito turístico y comercial. Antigua morada de Eolo, señor de los vientos, Lípari, cuyo nombre deriva del griego Lipára y significa la gorda, la fructífera, guarda su riqueza en sus entrañas: desde el 5000 a.C. la isla es la principal productora de obsidiana, una piedra negra y vidriosa de origen volcánico que se usa desde la prehistoria para fabricar herramientas de corte.

iStock-508190076. Una fortaleza sobre el Tirreno

Foto: iStock

3 / 11

Una fortaleza sobre el Tirreno

 

Desde el mar se divisa la ciudadela fortificada de Lípari ciudad, elevada sobre los dos puertos de Marina Lunga y Marina Corta. Lípari baja, zona de comercios, bares y restaurantes, se desarrolla a lo largo del corso Vittorio Emanuele. En el nº 90 de esa calle se encuentra Subba, desde 1930 «el Café» de Lípari. Podemos dejarnos tentar con unos dulces típicos del invierno, los nacátuli –masa aromatizada a la malvasía, con un relleno de almendras, azúcar, canela y mandarina–, acaso tomados con un vino como la malvasía o el zibibbo.

No muy distante se halla Via Garibaldi que, subiendo unas escaleras y cruzando las murallas del castillo del siglo xiii, nos lleva delante del Duomo, en el corazón de la cittadella fortificata. Alrededor se hallan los restos de la ciudadela española del siglo xvi, el Parque Arqueológico y el Museo Eoliano, en cuya sección clásica podemos admirar los vasos polícromos decorados por el artista griego conocido como el Pintor de Lípari (300-270 a.C.). 

 

iStock-513567355. Una isla accesible

Foto: iStock

4 / 11

Una isla accesible

Se puede dar la vuelta a la isla en un día con el transporte público o en pocas horas alquilando un coche o una moto. El circuito es de unos 27 km, pero se aconseja tomarse tiempo para pasear entre localidades cercanas, gozando así de la esencia del paisaje.

Al norte de Lípari está el pueblo de Canneto, desde donde se puede ir andando a las «playas blancas», en las que el polvo de la piedra pómez cambió el color de la tierra y del mar. Los amantes de la arqueología industrial no podrán dejar escapar las canteras de pómez en Porticello, con sus viejas plantas de procesamiento y sus blancas dunas. En el mar, de un azul muy claro, todavía quedan las pasarelas utilizadas para el transporte del material a los barcos y en la playa se encuentran fragmentos de negra obsidiana. A nuestras espaldas, el blanco de la cantera abierta de Campoblanco y la Fossa delle Rocche Rosse, una imponente colada de piedra obsidiana, resultado de la última erupción, hace trece siglos. Superada Acquacalda se llega a las Puntazze, desde donde la vista abarca cinco islas: Alicudi, Filicudi, Salina, Panarea y Strómboli.

La costa occidental, con su naturaleza abrupta y más salvaje, permite paseos interesantes, sobre todo entre las antiguas termas romanas de San Calogero y las canteras de caolín, un yacimiento de arcilla de varios colores utilizados por el Pintor de Lípari. Desde el mirador de Quattrocchi se puede ver la ciudad de Lípari y la isla de Vulcano.

iStock-1191937486. La isla excesiva

Vulcano vista desde Lípari. Foto: iStock

5 / 11

La isla excesiva

En Vulcano, llamada por los antiguos griegos Hierá (sagrada) o Thermessa (fuente de calor), todo es excesivo: el olor a azufre que nos impregna desde la playa y ya no nos abandona, el agua del mar que hierve, los fangos medicinales, las tierras color azafrán, anaranjadas, rojas, las playas negras, las rocas zoomorfas del promontorio de Vulcanello y aquellas que, como tentáculos de un gigantesco monstruo marino, parecen anclarla al mar. Esta isla pequeña –mide tan solo 21 km2– hospedó en sus entrañas la segunda herrería de Hefesto, dios del fuego –la primera estaba bajo del Etna, en la «isla madre» de Sicilia–, en compañía de los Cíclopes. Deshabitada hasta bien entrado el siglo xvii, isla de los muertos para egipcios y griegos, a los pragmáticos romanos les encantó eso de las termas y le perdieron algo el miedo, dándole el nombre que lleva. Es hija de la fusión de cuatro volcanes, cuya última erupción data de 1890. Pero manifiesta sus esencias con fumarolas y estelas de vapor desde las laderas del Gran Cráter (386 m), al que se asciende desde el pueblo principal, Porto di Levante. La hora de subida empinada requiere un buen calzado, pues el vapor podría quemar los pies si se llevan sandalias. Desde la cumbre se ven las otras islas en los días despejados. Los vapores amarillos afloran del cráter, al que es mejor dar la vuelta en sentido contrario al de las agujas del reloj. En invierno ya no es posible aprovechar las termas al aire libre: antaño abiertas y gratuitas, hoy están regladas por una compañía privada y permanecen cerradas de octubre a abril.

iStock-498729977. El corazón del archipiélago

Foto: iStock

6 / 11

El corazón del archipiélago

Salina, que por su posición central representa una alternativa a Lípari como base de exploración del archipiélago, emerge del mar como un milagro: verde, fértil y florida. En ella ya no fluye la lava de los dos volcanes, ahora inactivos, que en el pasado inspiraron su nombre de Dídyme (gemela), sino el agua de manantiales subterráneos, algo único entre las Eolias. Surcada por senderos bien cuidados, un buen punto de partida, al que se llega en autobús desde Santa Marina Salina, es el santuario de la Virgen del Terzito, encajado entre los dos volcanes. Desde allí un camino entre bosques intactos lleva, en dos horas, a la cumbre del monte Fossa delle Felci (962 m), techo del archipiélago, con un panorama magnífico. Otro trekking es el de la Malvasía, el vino importado por los griegos desde Monenvassia, localidad del Peloponeso, 600 años antes de Cristo. El escritor Guy de Maupassant lo definió como «un sirope de azufre denso y azucarado que permea todo el paladar».

iStock-577321858. Circunvalando la isla

Foto: iStock

7 / 11

Circunvalando la isla

La primavera y el verano en el Mediterráneo puede ser un regalo de los dioses. Y cuando es así, ¿por qué no aprovechar y darse una vuelta en barco? Navegar alrededor de Salina permite ver desde el mar lugares inaccesibles y apreciar la isla desde un punto de vista totalmente diferente, propio de los navegantes o las sirenas. Desde Santa Marina rumbo norte, la primera etapa es la zona de rocas salvajes de lo Scoglio Cacato; luego, doblado el Capo Faro, en la costa norte se encuentra el pueblo de Malfa, así llamado porque lo fundaron colonos llegados desde Amalfi en el siglo xi. Ante los ojos, además de un lindo pueblo, está la zona más intensamente cultivada de toda la isla: viñedos, alcaparras y olivares hacen de Salina la huerta de las Eolias.

La bahía de Pollara es uno de los lugares con más encanto del archipiélago. Cerrada por un lado por la Punta del Perciato, un gran arco creado por la erosión del mar, y por el otro por el acantilado de Filo di Branda, es lo que queda de un antiguo cráter cuya mitad se hundió en las aguas. En el pueblo se encuentra la casa de Neruda en la película El cartero y Pablo Neruda (1994). Al lado está Le Balate, con sus espectaculares formaciones rocosas y los refugios donde los pescadores recogían sus barcas. La costa sur es un sinfín de grutas, calas y promontorios, hasta llegar a Rinella, en cuya bahía a menudo se crean sconcassi, burbujas de gases y vapor. Y, por fin, Punta Lingua, donde se encuentra la laguna salobre que le dio el nombre a la isla.

 
iStock-496264388. Filicudi fuera de radar

Foto: iStock

8 / 11

Filicudi fuera de radar

En verano Filicudi y Alicudi quedan fuera de los circuitos turísticos. Ir a ellas significa dejar a un lado la vida contemporánea y aislarse en el sentido literal del término. La mayor de las dos, Filicudi (del griego Phoinikòdes, llena de palmeras, hoy desaparecidas), es una isla muy pequeña y la más antigua de las Eolias. Su volcán emergió hace 600.000 años. Filicudi Porto es el centro principal, del que merece la pena moverse andando por antiguos caminos de carro y no por la carretera, que hace parecer distantes lugares muy cercanos.

Un primer paseo al pueblo abandonando de Zucco Grande, a unos 40 minutos hacia el norte, discurre entre chumberas, retamas y plantas crasas. Rumbo sur se llega a cabo Graziano con su pueblo prehistórico (siglos xviii-xiii a.C.). A unos 6 km del puerto, o la mitad caminando, se encuentra el pequeño pueblo pesquero de Pecorini Mare, muy aislado pero bellísimo. Al atardecer, viendo la roca de la Canna, volverse filósofo es más fácil que nunca.

iStock-539104193. El carisma de Alicudi

Foto: iStock

9 / 11

El carisma de Alicudi

Alicudi, para los griegos Ericussa (florida de brezo), es aún más salvaje y aislada, a cinco horas de barco de tierra firme o dos y media en aliscafo. Tiene un único centro habitado, Alicudi Porto. Lo demás son unas cuantas casas blancas incrustadas en la roca, abrazadas por senderos y caminos de herradura.

Las casas de las Eolias presentan una forma sencilla, pocas ventanas y techo plano para recoger el agua de la lluvia, un balcón con columnas (pulère) con techo de cañizo y un patio (bàgghiu) con el horno y el lavadero, rodeado por asientos de piedra (bisuòli). En tiempos de piratas e invasiones, tenían el color de la lava con la que están edificadas. Los blancos, los amarillos y los rosas de hoy son un regalo de la paz. La cocina de Alicudi también refleja un estilo de vida enfocado a lo esencial. El plato más característico, recuerdo de los años de carencia de pescado, es la gnotta ‘i cocci, o sea piedras con algas, puestas a hervir con tomates y cebolla para que desprendan todo su aroma a mar. Isla dura y bella, en Alicudi el silencio lo envuelve todo. Solo se siente el viento que transporta los rebuznos de los burros, las voces de los isleños y el ruido del mar.

iStock-177774176. Panarea y la jet set

Foto: iStock

10 / 11

Panarea y la jet set

Panarea es la isla mas pequeña, la más querida por la jet set y la más concurrida y cara en verano. Pero en temporada baja las playas se vacían y las temperaturas permiten pasear por uno de los litorales más bonitos de Italia. La isla, de solo 3 x 1,5 km, tiene unos 200 habitantes repartidos por tres pueblos: San Pietro donde, además de unas pocas casas, se encuentra el Hotel Raya, que con sus fiestas puso Panarea de moda; Ditella en el norte, con la playa delle Fumarole, prueba de la actividad volcánica existente; y Drauto, en el sur. Siguiendo el sendero se llega a la playa dorada de Zimmari, que hay que cruzar para subirse al cabo de Punta Milazzese y su Pueblo Prehistórico, el asentamiento de la Edad de Bronce mejor conservado del archipiélago. Desde el cabo se baja hasta Cala Junco, una maravillosa ensenada para nadar con gafas de buceo.

Por la noche, Panarea ofrece el espectáculo de una naturaleza primigenia: el perfume de bosque mediterráneo, las callejuelas silenciosas –no hay coches– y estrechas, las casas iluminadas solo por la luna o las estrellas al no haber alumbrado. A lo lejos, los islotes de su pequeño archipiélago –Dáttilo, Lisca Bianca, Lisca Nera, Basiluzzo y Spinazzola– en un mar de plata y Strómboli, eructando cada pocos minutos, nos transportan a un pasado arcaico, cuando todo era nuevo e impregnado de magia.

iStock-488392365. La guinda del Strómboli

Foto: iStock

11 / 11

La guinda del Strómboli

En Strómboli, para muchos la más bella e inquietante de las Eolias, todo el mundo es huésped de un único anfitrión. De entre los volcanes más activos del mundo, Iddu (él) respira, murmura y escupe lava cada pocos minutos, dejando las blancas terrazas negras de cenizas. Pero los isleños temen más su silencio, porque anuncia un arrebato. Durante la última gran erupción, en agosto de 2019, Ginostra fue evacuada bajo una lluvia de cenizas. Los principales pueblos, reunidos bajo el nombre colectivo de Strómboli pueblo, se encuentran en el flanco oriental, desde donde se aprecia el islote de lava de Strombolicchio. Una antigua leyenda dice que es el tapón del Stromboli lanzado al mar; los geólogos lo consideran parte de la chimenea de un volcán, destrozada por el embate de las olas y del viento. La Sciara del Fuoco, al oeste de la isla, es la empinada rampa por donde Iddu vierte su fuego en el mar, con tanta precisión y resplandor nocturno que se ganó el distintivo de «Faro del Tirreno».

En 1949 esta isla magnética acogió el rodaje de una obra maestra del neorrealismo, Strómboli, tierra de Dios, durante el cual Roberto Rossellini se enamoró de Ingrid Bergman. El enfado de Anna Magnani, compañera del director, fue de proporciones volcánicas. 

Esta isla amada por todo tipo de personas ofrece excursiones en barco y la caminata que asciende al cráter, vetada por la actividad eruptiva de los últimos meses. Es el tributo que hay que pagar por asistir al nacimiento de un nuevo mundo.