¿Quién dijo frío?

La Islas Lofoten, Laponia y Cabo Norte: el esplendor del invierno en Noruega

El país escandinavo resplandece en invierno bajo la danza de las auroras boreales en las islas Lofoten y sobre el blanco que cubre la Laponia y los acantilados del mítico Cabo Norte.

Una amiga noruega me dijo una vez que, después del queso marrón, lo que más ama un noruego es un día de nieve a 15 bajo cero. Lo que en el sur de Europa sería un temporal digno de abrir los telediarios.

En Noruega, en cambio, una jornada así es ideal para ir a patinar al lago helado o sacar al perro a pasear por la montaña. Por eso, cuando alguien me plantea si es buena idea visitar Noruega en los meses más fríos no dudo la respuesta: ¡por supuesto! Tras siglos de adaptación a las duras condiciones invernales del norte del continente, el país reverdece con el blanco y no solo sabe sacarle partido económico, sino que también ha convertido las temperaturas bajo cero en un gran aliado turístico.

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shutterstock 69157288. Oslo: una capital cálida

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Oslo: una capital cálida

Nada más aterrizar en Oslo apenas se percibe que es una de las áreas metropolitanas más extensas de Europa (casi 10.000  km2), aunque cuenta con poco más de 600.000 habitantes en el centro y 1,5 millones contando los municipios que lo rodean. La razón es que los bosques se meten literalmente en la ciudad y se integran en ella. En lo que se denomina Gran Oslo puedes ir paseando por una avenida comercial y un poco más adelante encontrar parques, agua, ríos, árboles, pistas de esquí nórdico o largas sendas peatonales que se pierden entre las coníferas. En temporada invernal es fácil ver a la gente con sus tablas de esquí en el autobús o en el metro.

Al igual que ocurre en otras capitales nórdicas, el frío la llena de calidez. Restaurantes, tiendas, museos y calles peatonales se engalanan con luces y adornos navideños para conjurar la gélida temperatura ambiente. Oslo es también una ciudad rabiosamente moderna en la que la nueva arquitectura está modelando barrios enteros. Durante este 2020 se han inaugurado instalaciones ambiciosas (y muy caras) proyectadas en la última década y llamadas a cambiar la faz urbana de Oslo, como la nueva biblioteca pública Deichman o la Casa del Clima, un anexo al Museo de Historia Natural; o el Museo Munch, cuya apertura está prevista para este oñoto.

shutterstock 1504345343. La riqueza de las Islas Lofoten

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La riqueza de las Islas Lofoten

Una de mis mejores experiencias invernales en Noruega fue una invitación a pescar bacalao frente a las costas de las islas Lofoten en un enero glacial. Sí, ¡enero y por encima del Círculo Polar Ártico! Y fue divertidísimo. Y hasta cálido.Las Lofoten son unas montañas agrestes y oscuras que emergen frente a las costas de Noruega, unos 150  km por encima del Círculo Polar. Cuando las divisas por primera vez desde el ferry que las une con Bødo, en el continente, crees que han movido los Alpes y los han trasladado aquí, en mitad del frío mar del Norte, con sus cimas nevadas y sus valles cortados a pico.

Las Lofoten son uno de los paisajes más fascinantes de Escandinavia. Este archipiélago cuenta con unos 2000 islas e islotes, la mayoría deshabitados, estirados longitudinamente y en paralelo a la costa continental noruega. Con apenas 25.000 almas, este territorio posee una de las rentas per cápita más altas del mundo.

iStock-1131154724. Territorio Skrei

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Territorio Skrei

En invierno llega a estas costas el skrei, el pata negra de los bacalaos, un manjar muy apreciado en la alta cocina por su carne fina, blanca y consistente. El skrei pasa el verano en el mar de Barents pero cuando este se hiela emigra a las aguas «más cálidas» (en realidad están a 4º C) del norte de Noruega para desovar. Aunque las Lofoten se hallan a la misma latitud por ejemplo que Nuuk, la capital de Groenlandia, o que el estrecho de Bering, en Alaska, donde el mar está completamente congelado en estas fechas, aquí las aguas permanecen abiertas debido a la corriente cálida del Golfo, que sube desde México hasta las costas de Escandinavia a través del Atlántico Norte. Una bendición climatológica gracias a la cual las Lofoten gozan de una temperatura más suave que la que les correspondería por posición geográfica, permitiendo la vida y la actividad pesquera incluso en lo más crudo del invierno.

iStock-1254581034. Pesca de madrugada

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Pesca de madrugada

Me citaron en la rada de Henningsvær, el principal puerto pesquero del archipiélago, a las seis de la mañana, en medio de la oscuridad polar. La nieve lo cubría todo con un manto vaporoso de livianos copos. La temperatura rozaba los -10º C y la noche ártica hacía de la cubierta celeste un agujero tan negro que podría desaparecer por ella el universo entero. Pero aun con un ambiente tan poco propicio, el puerto bullía de actividad.

Pronto di al traste con otra de mis ideas preconcebidas: que el bacalao se pescaba desde grandes barcos-factoría. Y nada más lejos de la realidad. La mayoría de la flota del bacalao de las Lofoten no la componen grandes naves con sofisticados aparejos, sino pequeñas embarcaciones de bajura que no superan los 10 m de eslora y con tres o cuatro tripulantes a bordo. El skrei de las Lofoten no se pesca en mar abierto, sino entre los canales que forman las islas, a resguardo de los embates del Ártico, por lo que estas naves minúsculas se mueven con seguridad por unas aguas casi siempre a resguardo.

GettyImages-1203337962. Trømso, la metrópolis ártica

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Trømso, la metrópolis ártica

Trømso, la capital noruega del Círculo Polar Ártico, es una ciudad rabiosamente joven. De sus 60.000  habitantes, casi una tercera parte son universitarios venidos de todo el país. En la década de los  70 el gobierno noruego decidió crear en este lejano norte una gran Universidad para frenar la sangría de población que, ante la falta de posibilidades para seguir sus estudios, emigraba al sur. La iniciativa fue un éxito y hoy Trømso es una ciudad llena de gente, vida cultural y ambiente, aunque en invierno a las cinco de la tarde sus calles parezcan desiertas. A esas horas la actividad se traslada al interior de sus innumerables restaurantes, pubs y discotecas en las que se dice que cabrían a la vez los 20.000  estudiantes universitarios.

La calidad de vida noruega se nota nada más llegar: la ciudad se levanta sobre varias islas y todas están interconectadas por una red de túneles bajo el mar, con sus rotondas, sus cruces, sus semáforos, sus dobles carriles... Una obra que los habitantes de la ciudad financian pagando un suplemento de diez céntimos por litro de gasolina.

iStock-1168148872. Epicentro de aventuras

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Epicentro de aventuras

Trømso es también la puerta del gran Norte, un lugar duro para gente dura hasta hace apenas unos años. No es extraño que pasaran por aquí casi todos los exploradores árticos en busca del Polo Norte. Incluido el héroe nacional Roald Amundsen –vencedor de la carrera por el Polo Sur en 1912–, que solía pasar temporadas en Trømso entrenando y reclutando gente para sus expediciones. Una placa en la fachada de madera de la calle Storgata recuerda que en el número 42 se hospedaba Amundsen cuando estaba en la ciudad. En el cercano Museo Polar se recoge la memoria de su figura y sus hazañas, así como las de otros muchos exploradores del Ártico.

Pero el Trømso invernal es, sobre todo, el punto de partida de infinidad de actividades. Con máximas de -1º C y mínimas de -5º C, los noruegos disfrutan de él como nosotros disfrutaríamos de la playa a 40 grados en pleno agosto. Así que se siguen haciendo todo tipo de deportes al aire libre, pero adaptados al medio. Por ejemplo, en vez de kite-surf se hace kite-snow.

shutterstock 1317231539. Vitalidad invernal

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Levitando sobre el hielo

La experiencia más recomendable para un neófito en estas latitudes es un viaje en trineo de perros. Se puede hacer una excursión de un par de horas por los bosques cercanos a la ciudad. O una verdadera expedición en una caravana de trineos equipada con todos los pertrechos para pasar una o varias noches al raso, atravesando el manto blanco y uniforme que cubre en estas fechas todo el norte de Escandinavia. Debajo hay lagos, ríos, carreteras, sendas. Por eso, aunque parezca mentira, es mucho más fácil desplazarse por estos territorios salvajes en invierno, que en verano.

Recorrer estos paisajes inmaculados en un trineo de huskys es una experiencia casi mística. Abrigado por pieles de reno, sin más ruido que el jadeo de los perros y el siseo de las cuchillas al romper la costra de nieve, te puedes imaginar que eres Amundsen camino del mítico Polo Sur. Al llegar la noche –muy pronto en esas latitudes–, se montan las tiendas, se desata a los perros y se les hace una cama con ramas de piceas, se prepara la cena para el equipo y para los perros –parte fundamental de éste–, se enciende un fuego y en torno a la hoguera se cuentan historias a la espera de que ocurra el acontecimiento que hemos venido buscando: una aurora boreal.

shutterstock 238140112. Un sinfín de aventuras

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A la caza de auroras boreales

Existen pocos fenómenos atmosféricos tan fascinantes, enigmáticos e imprevisibles como las auroras boreales. Puedes viajar al otro extremo del mundo, empeñar tus ahorros y tu tiempo, pasar noches enteras al raso y semicongelado… y volverte de vacío sin verlas. Y puedes tener la suerte del novato y la primera vez que llegas a una zona propicia, te las encuentras flameando en el horizonte, como una bandera fluorescente que alguien colgara del cielo cada noche.

Algo así me pasó a mí en este viaje. Estuve seis días vagando por la Laponia, huyendo de la contaminación lúminica en tiendas de campaña, saliendo a la terraza del hotel cuando dormía en una ciudad… y nada. La última noche, cuando ya estaba a punto de tomar el avión de vuelta, subí en taxi al lago que hay en lo alto de la isla de Tromsøya, donde está Trømso, sin muchas esperanzas y ¿qué me encontré? Una preciosa aurora boreal de color verde botella que cruzaba el firmamento como si una mano gigantesca hubiera lanzado anilina sobre el negro tapete de la bóveda celeste. Fue una experiencia mágica: durante hora y media se sucedieron las auroras, siempre del mismo color, pero de formas e intensidad diferentes. Hacía un frío de mil demonios, pero no apetecía irse. El haz flameaba, culebreaba, se alargaba y encogía y al final se desparramaba sobre el firmamento, como un cohete de fuegos artificiales cuando alcanza su altura y pierde potencia.

iStock-474456375. Bienvenidos a la Laponia noruega

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Bienvenidos a la Laponia noruega

Vayamos ahora hasta Alta, la capital de la región de Finnmark, la Laponia noruega. Otra zona imprescindible si se quiere conocer y experimentar la Noruega blanca e invernal. Alta cuenta con unos 16.000 habitantes y está 900 km al norte del Círculo Polar Ártico. Muy al norte, por tanto. Pero una vez más, las bondades de la corriente del Golfo suavizan las temperaturas y permiten una vida de calidad en latitudes extremas.

Lo tradicional en Alta es hacer una excursión en moto de nieve. Aquí, como en todo el casquete polar, las motonieves son imprescindibles durante seis meses al año. Los pastores samis las usan para controlar sus rebaños, los padres llevan a los niños al colegio en ellas y, en zonas remotas, es preferible ir a comprar el pan sobre la seguridad de sus ruedas oruga que en coche. La ruta habitual empieza en el Alta Frilufts Park, el centro de deportes invernales, donde los participantes cambian sus ropas por un completo equipo para el frío. El objetivo es alcanzar Karasjok, la capital de los samis (mal llamados lapones), distante 130  km de Alta. Se cruza la gran altiplanicie de Finnmark pilotando cada uno su propia moto.

GettyImages-913192920. Un reducto sami

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Un reducto sami

Finnmark es una región llana y escasamente arbolada donde se unen tres culturas, la noruega, la finlandesa y la rusa. Aunque nos hallamos en Europa, podríamos viajar durante días por estos territorios sin tropezarnos con ningún otro ser humano. Noruega es el país con menor densidad de población de todo el continente. El 95% de su territorio son bosques primarios, intactos. Y los noruegos aspiran a que sigan así en el futuro.

Karasjok aparece, por fin, en el fondo de una hondonada. La mayoría de sus 2700  habitantes es sami y vive del pastoreo de renos. Los samis son los aborígenes del norte de Escandinavia y se reparten por Suecia, Finlandia y Rusia, aunque la población más numerosa –50.000 de un total de 70.000  individuos– vive en Noruega. Un dato intrascendente para un pueblo nómada cuyas únicas fronteras son las de los pastos verdes en verano y las de los hielos en invierno. Los samis noruegos gozan de cierta autonomía, con su propio Parlamento en Karasjok, donde dirimen cuestiones referidas a su lengua, costumbres y estilo de vida.

Fieles guardianes de sus tradiciones, los samis no han tenido ningún empacho en adaptarse a los nuevos tiempos. Viven en casas con antena parabólica, usan móviles, sus hijos estudian en la universidad y siguen a sus rebaños con motos de nieve. Aquí, en la cima de Europa, la tradición y las nuevas tecnologías han aprendido a caminar de la mano.

GettyImages-1065440692. El ¿final? de la Europa continental

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El ¿final? de la Europa continental

Un viaje por Noruega no estaría completo sin llegar al extremo de los extremos: el Cabo Norte, el punto más septentrional del continente europeo. En verano es un destino clásico de todo recorrido por el país. Pero, ¿se puede llegar en invierno? Sí. Yo lo he hecho en un par de ocasiones. Una en motonieve y otra en una excursión organizada desde el Hurtigruten, el barco-correo que recorre la costa noruega todos los días del año. En esa segunda ocasión, una máquina quitanieves precedía al autobús.

Como tantos otros lugares míticos del mundo, el Cabo Norte posee tanta relevancia como uno quiera otorgarle porque, en realidad, no tiene nada de especial. Se parece a cualquier otro acantilado de los alrededores. Y además, geográficamente hablando, el lugar donde está la famosa esfera armilar y el centro de visitantes no es el punto más al norte de Europa, como se descubrió cuando mejoraron los sistemas de medición por GPS: ese honor le corresponde a una punta de roca cercana.

Pero en el fondo, qué más da. Los mitos lo son en función de la preponderancia que cada uno les dé. Esto es como el viaje a Ítaca: lo importante no es el destino, sino el viaje en sí. La aventura de llegar hasta este confín remoto a través de unos paisajes inigualables, sentir la fuerza de la naturaleza en un escenario desolado y yermo donde no despunta árbol o arbusto alguno, solo piedra desnuda, nieve y viento, es una gozada para los sentidos que justifica por sí solo un viaje hasta esta Noruega inverna

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