Agua y tierra

Islas, mareas mágicas y playas infinitas: el paraíso veraniego en Rías Baixas

La región entre Fisterra y Baiona destaca por los valles fluviales que el océano anegó, labrando una costa donde el encuentro entre la tierra y el agua crea paisajes rebosantes de vida.

La riqueza natural y cultural de las Rías Baixas daría para varios libros de viajes y leyendas, pero una ruta por ellas basta para maravillarse ante la belleza de un paisaje singular, donde el mar, la tierra y el ser humano demuestran que el paraíso es cosa de este mundo.

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Playa de Carnota y Monte Louro

Al sur de la inmensa playa de Carnota, arranca este viaje en un enclave singular, el monte Louro, bastión natural en el extremo norte de la ría de Muros y Noia. A sus pies, el paisaje atlántico nos da la bienvenida con el esplendor de una belleza salvaje, entre la playa de Louro, la barrera natural de dunas y los juncos y carrizos que enmarcan la laguna de As Xarfas, por suerte para las aves y el viajero, uno de los enclaves ecológicos menos concurridos de estas costas.

Se puede bordear el monte Lou­ro hasta el faro o subir a su cima, con una gran panorámica sobre la ría, antes de llegar a playas más tranquilas y visitar el convento de San Francisco do Rial, con un claustro del siglo XVII pero cuyo origen se remonta al siglo XIII.

 

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Noia
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MUROS Y NOIA, LA RÍA MONUMENTAL

Los miradores sobre el mar se suceden por la carretera, hasta la villa marinera de Muros, donde cabe indagar por su casco viejo o el puerto para empezar a disfrutar del festín de la mesa gallega, con un marisco y pescado únicos en el mundo. Aunque la ría de Muros yNoia es la más expuesta al oleaje, sin las islas que, frente a sus hermanas, amortiguan el embate del mar abierto, al adentrarnos en ella damos con ensenadas apacibles, ríos que llegan del bosque para fundirse con otras aguas y puentes como el Nafonso, sobre el cauce del Tambre, que da origen y caudal a la ría. Tras cruzarlo, se llega a la medieval Noia, donde toca pasear de plaza en plaza, o de cruceiro en cruceiro, y admirar las iglesias de San Martiño y Santa María a Nova.

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CASTRO BAROÑA ENTRE HISTORIAS

Cualquier viaje a las Rías Baixas revela su vasto patrimonio histórico, cultural y gastronómico, pero la riqueza natural del paisaje desborda con un hallazgo tras otro. Cerca de Noia se encuentran playas tan singulares como la de Aguieira, frecuentada por surfistas y ya próxima a Porto do Son, o la de Arnela, al pie de la carretera y con una cetaria para la cría de mariscos.

En este tramo meridional de la ría espera uno de los lugares más mágicos del litoral gallego, donde la naturaleza se alía con la historia para ofrecer una experiencia inolvidable: la visita al castro fortificado de Baroña. Se accede tras una breve caminata entre pinares y laderas pedregosas. El castro está bien conservado y se asienta sobre una península rocosa que parece imitar la silueta del monte Louro, que ahora divisamos desde esta otra orilla, mientras imaginamos las rutinas de nuestros ancestros, hace dos mil años, entre el bosque, el océano y la playa de Arealonga.

Corrubedo
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corrubedo y la magia de las mareas 

Camino del sur, el mirador del monte Taúme avanza otra de las maravillas de la zona, a la que sería bueno dedicarle toda una jornada: Corrubedo. Cautiva con su sencillo puerto y su espigón, sus casas marineras, su faro sobre los acantilados, la extensa playa virgen de A Lagoa y, sobre todo, el espectacular paisaje de las grandes dunas móviles, único en la región. Las lagunas de Carregal y Vixán, la playa del Vilar, los pinares que la separan de la carretera y la panorámica desde el mirador da Rá, junto al castro da Cidá, completan un escenario que permanecerá en la memoria del viajero.

Al encarar ya la ría de Arousa, desde el mirador de Couso se divisa la isla de Sálvora, la menos visitada del Parque Nacional de las Islas Atlánticas. Hacia Aguiño, tras varias playas casi vírgenes, en A Covasa asoman los restos de un muelle milenario, posiblemente fenicio y contemporáneo de los castros más antiguos de la región, que testimonia el flujo de comerciantes y exploradores en estas costas antes de Roma.

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Piscinas naturales en el Río Pedras. Foto: Shutterstock

AMEIXIDA, A POBRA DO CARAMIÑAL Y RIANXO

Una bonita senda peatonal va desde la playa de Ameixida hacia la activa Ribeira, y por la carretera llegamos al poco rato a la villa marinera de Palmeira, con la iglesia de San Pedro y el mirador do Castelo, una escultura en homenaje a tantos y tantos gallegos que emigraron a América, sobre todo entre finales del siglo XIX y la década de 1930.

Coetáneo de aquellos compatriotas, el genial escritor Ramón María del Valle-Inclán, que nació en Vilanova de Arousa, tiene un museo dedicado a su obra y figura en A Pobra do Caramiñal, desde donde un agradable paseo costero nos lleva a las ruinas del convento de San Antonio, un cementerio marinero y la iglesia de Santa María do Xobre. En Escarabote se hace uno de los mejores panes de Galicia, que no es decir poco, pues en esta tierra el pan es cosa seria, y en Boiro el estuario del río Coroño y su playa entre los árboles nos regalan un instante de calma.

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PADRÓN E IRIA FLAVIA

Para comprender mejor la naturaleza de las rías, sus avatares históricos y su acervo cultural, conviene remontar el río Ulla y, en menos de media hora en coche, llegar hasta Iria Flavia y Padrón. Sobre la primera ciudad romana se alza hoy la magnífica Colegiata de Santa María. Según la tradición, el apóstol Santiago predicó por primera vez en Iria Flavia, hasta donde, tiempo después, dos discípulos trajeron su cuerpo y su cabeza desde Jerusalén en una barca de piedra. Dicen que el «pedrón» al que la amarraron se halla bajo el altar de la iglesia de Santiago de Padrón, no lejos del antiguo puerto fluvial.

La fundación dedicada al Nobel de Literatura Camilo José Cela, nacido en Iria Flavia, está junto al Museo del Ferrocarril, pues su abuelo, el inglés John Trulock, impulsó en 1882 la primera línea férrea de Galicia. Y precisamente frente a la estación de Padrón se encuentra la casa y museo de la Fundación Rosalía de Castro, la matriarca de las letras gallegas desde la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de un pazo tradicional, adornado por un gran castaño, una higuera, azaleas y camelias, que prosperan en el microclima de la zona y cuya floración va de septiembre a marzo, según la variedad, jalonando todas las Rías Baixas de espléndidos jardines.

CATOIRA
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CATOIRA, ENTRE VIKINGOS Y ROMANOS

Al cruzar el río Ulla y y seguir su curso por la orilla sur el viajero se sumerge en su historia. Las Torres de Oeste fueron testigo de las incursiones normandas, y cada primer domingo de agosto se celebra una romería vikinga en Catoira que recrea su desembarco y las luchas con los lugareños. Muchos siglos antes, ya los romanos utilizaron la isla de Cortegada como base para sus expediciones al interior, y hacia allí nos dirigimos, por la misma ruta que trazó aquel primer tren decimonónico desde las afueras de Santiago hasta Carril. Ese antiguo pueblo de pescadores, más tarde absorbido por la pujanza de la vecina Vilagarcía, conserva un carácter propio. La isla de Cortegada, que se puede visitar con un permiso, alberga, entre las ruinas del pasado, el último bosque de laurisilva de la Europa continental.

ISLA DE AROUSA, SANTUARIO NATURAL

En Vilagarcía merece la pena visitar el pazo de Vistalegre antes de cruzar el largo puente que une el litoral con la isla de Arousa, la más accesible del disperso archipiélago que forma el Parque Nacional de las Islas Atlánticas, y que atrae al viajero con sus playas y villas marineras, el faro y, en especial, el Parque Natural de Carreirón, recorrido por un hermoso sendero circular.

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CAMBADOS, ENTRE PAZOS E IGLESIAS

De vuelta a tierra firme, en Cambados aguardan los pazos señoriales de Bazán y Torrado, con su porte medieval, o la monumental plaza de Fefiñanes. La comarca de O Salnés invita a recorrer sus bodegas, los viñedos centenarios del albariño y otras variedades de la D.O. Rías Baixas, una cultura del vino que se extiende de Santiago y la Ribeira do Ulla hasta O Rosal, en la frontera portuguesa, y que en septiembre se vuelca en la vendimia.

Del pueblo de Cambados al de O Grove la carretera discurre por un bello entorno, al alcercarse a la península y atravesar el istmo, con las playas a poniente y la zona de mareas del Umia y su santuario para las aves hacia levante.

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Isla Arousa
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isla de Ons, protectora de la ría

Tras recorrer O Grove, la isla de La Toja, los puertos, el faro, los miradores y San Vicente, la extensa playa de A Lanzada espera con sus dunas, el viento, un castro y una ermita medieval homónima, desde donde se divisa la isla de Ons. Aunque ese panorama también se puede disfrutar haciendo una parada en la cercana playa de Montalvo, de aire más silvestre y casi solitario. La isla de Ons, como lasislas Cíes, solo acepta viajeros en verano, pero merece la pena solicitar el permiso y tomar el barco en Sanxenxo para subir hasta su faro, caminar por sus calas o relajarse en la impresionante playa de Melide.

La isla de Ons protege la ría dePontevedera, cuya orilla norte agradeceremos recorrer sin prisa, parando en miradores como el da Granxa para contemplar el paisaje y las bateas, omnipresentes en todas las Rías Baixas, donde ganan cuerpo almejas, zamburiñas y mejillones. En el centro de la ría parece dormir la isla boscosa de Tambo, donde hubo iglesia, aldea, labranza, polvorín, cuartel y hasta leprosería, pero que de momento, salvo dos días al año, sigue vedada tanto a vecinos como a turistas.

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Hórreo Combarro
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De Combarro a poio

La ruta continúa hasta alcanzar Combarro, uno de los pueblos más bonitos de España y uno de los más conocidos de la zona, con su casco viejo, sus cruceiros, sus numerosos hórreos y sus casas asomadas a las mareas.

Antes de llegar a Pontevedra vale la pena salir de la carretera, recorrer a pie el sendero costero da Seca y disfrutar del murmullo del agua dulce en los molinos de Freixa; o detenerse en Poio para visitar el imponente monasterio de SanXoán, con su gran hórreo y sus claustros, cuyas primeras piedras llevan ahí más de mil años, o la casa-museo de Cristóbal Colón, donde se avala la hipótesis de que el navegante era oriundo de Poio.

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PONTEVEDRA

Cabe dedicarle todo el tiempo del mundo a Pontevedra, pasear por los márgenes del río Lérez o por su cuidado casco histórico, admirar la arquitectura gótica, renacentista y barroca de sus edificios más señeros, saludar a la estatua de Valle-Inclán en una de sus recoletas plazas o cruzarse con los peregrinos del Camino Portugués, que van hacia Santiago a través de algunos de los rincones más bellos de la provincia.

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BUEU, ENCANTO MARINERO

Y hacia ellos retoma este itinerario, al suroeste y por la península del Morrazo. Tras el importante puerto de Marín, antaño origen y destino de grandes líneas navieras con América, la carretera conduce hasta playas tan hermosas como Aguete y Loira, antes de llegar a Bueu, de clara vocación marinera. Allí se puede comprobar la calidad del pulpo local en la lonja o visitar el museo Massó, que ocupa las naves de una antigua conservera. Su gran colección de instrumentos de navegación, libros, maquetas navales y otros objetos narra la actividad ballenera y pesquera del lugar.

RÍA ALDÁN, LA HERMANA PEQUEÑA

Junto a Bueu se halla el sereno rincón de Beluso, y más adelante la paz de diminutas calas como las de Buceiro o Pedrón, antes del cabo Udra, de donde sale una senda que pasa por el sorprendente humedal de la Escorregadoira y llega hasta la playa de Lagos. Más al sur, otra media docena de pequeñas playas, no siempre de fácil acceso pero verdaderos regalos para el viajero, presentan la ría de Aldán, hermana menor de las demás, orientada al norte y de una atmósfera distinta. El pueblo que le da nombre bien vale otra parada, con su pazo-torre, la iglesia de San Cibrán, la ruta de los molinos de agua, su paseo del puerto a la alameda y sus tranquilas playas. Tras ellas, si se vira hacia el norte, otras playas más apartadas se suceden por la orilla de poniente, desde el largo arenal de Castiñeira hasta la Punta do Couso.

Monte do Facho
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MONTE FACHO y sus miradores

De nuevo hacia el sur, y tras visitar la iglesia y el cruceiro de Hío, conviene subir hasta el conjunto arqueológico y mirador de O Facho, en Donón, que ya avanza otro escenario sobrecogedor de esta ruta. Al fondo, las islas Cíes, su agreste silueta, sus aguas radiantes y la paradisiaca playa de Rodas, tendida como una jarapa blanca entre las islas de Monteagudo y Faro. Y muy cerca, el otro mirador sobre los acantilados del cabo Home, con el faro en el vértice de la península del Morrazo y el océano batiendo con fuerza a nuestros pies.

Un espectacular sendero une tres faros, los de cabo Home, Punta Robaleira y Punta Subrido, a través de pinares entre los que murmulla el oleaje de la salvaje playa Milide, antes de llegar a arenales más extensos, como los de Barra o Nerga, y entrar ya de pleno en la ría de Vigo.

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Sotomayor
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COSTA NORTE de la ría de VIGO

Varios miradores flanquean la ensenada de O Fornelo, la senda costera de Areamilla y el Espacio Natural de Punta Balea, mientras se camina entre playas, rocas, una antigua estación ballenera y la laguna da Congorza, refugio para más de un centenar de especies de aves.

Tras pasar por la concurrida Cangas, si se hace un alto en el precioso paraje interior de la Poza da Moura, con sus ríos en cascada, se puede contemplar a través de los pinares el enorme puente de Rande. Si se va bien de tiempo, merece la pena seguir hasta las Salinas de Ulló y la cabecera de la ría, sortear el río Verdugo por el estrecho puente medieval Sampaio y llegar hasta Arcade, la capital regional de la ostra. Hacia el interior, esperan las vistas desde el mirador de Peneda y el castillo de Soutomaior, una de las fortalezas más impactantes y mejor conservadas de la región, que con su maravilloso jardín de camelias y sus árboles centenarios transporta al paseante a otra época.

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iStock | Atardecer sobre el Monte Alba y la ría de Vigo

VIGO

Si el viajero se acerca en tren hacia Vigo desde el norte, vislumbrará un instante a su derecha la isla de San Simón, que merece menos prisas y un aparte, bien para contemplarla a poca distancia desde la punta de flecha de la playa de Cesantes, bien con una visita en barco desde Vigo para conocer su historia, pues fue también cárcel, monasterio, orfanato y lazareto. De hecho, cuando los vecinos de Pontevedra protestaron por la proximidad de la leprosería, esta se trasladó de una ría a otra desde la isla de Tambo.

El casco viejo de Vigo, su oferta cultural y gastronómica, su vida nocturna, la animada playa de Samil y, sobre todo, las vistas al atardecer desde el castillo del Castro justifican un fin de semana por sus calles. Pero la ría aún depara grandes hallazgos entre la ciudad y el mar abierto, como el faro del cabo Estai, el mirador de Monteferro o las playas de Nigrán.

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BAIONA, colofón atlántico y medieval

Al cruzar el puente románico de La Romallosa, junto al cruceiro de San Campio, se llega a las marismas y el estuario del río Miñor, el arenal de la playa Ladeira y, por fin, la preciosa villa de Baiona. Si se quiere llegar al final de la ría de Vigo, aún quedará un trecho por una costa pedregosa hasta el cabo Silleiro y su viejo faro. Pero el viajero haría bien en demorarse en Baiona, no solo por su casco histórico, su atractiva fachada marítima o la espectacular fortaleza amurallada de Monterreal, sino por el simbolismo de este lugar, donde una réplica de La Pinta nos recuerda que aquí, en Baiona, arribó la primera carabela que dio noticia del Nuevo Mundo en la vieja Europa. Y poco importa dónde naciera en realidad Colón, pues no hay pueblo a esta orilla del Atlántico que, a lo largo de los siglos, haya tejido su historia íntima con América con más esfuerzo y constancia que el gallego.