En 1984 el cantautor y poeta genovés Fabrizio de André lanzó Creuza de mä, un álbum sobre la tradición de Liguria que la revista Rolling Stone incluyó en su lista de los diez mejores discos italianos. De André compuso las canciones en genovés, un dialecto del ligur (una lengua romance) que para él era «la lengua del sueño», un idioma común a todos los pueblos del Mediterráneo. Creuza de mä significa algo así como «pequeña calle que lleva al mar desde la montaña» y habla de los ligures, un pueblo de pescadores y marineros. Porque Génova está encajonada entre el verde del monte y el azul del mar, de los que emanan la sensibilidad, fragilidad, poesía y espontaneidad que han configurado su historia y el sinfín de cicatrices que la hacen única.
Génova invita a entrar. De hecho, su nombre podría proceder de ianua, que en latín significa «puerta», pues en época romana más allá de la ciudad empezaba la Galia. Otra teoría apunta a Jano –origen etimológico de «enero» en muchas lenguas europeas–, el dios romano con dos caras, como Génova, asomada al mar y rodeada de montes.