Jerusalén comienza a sacudirse el polvo que la vincula, de forma obligada, a una profunda historia religiosa. Poco a poco la Ciudad Santa comienza a ganar terreno como destino moderno gracias a sus ganas de seguir adelante, sus inquietudes y tal vez un ligero hartazgo que invita a pensar en nuevas emociones. Amén de los lugares de visita obligada, la ciudad se esmera en promocionar sus nuevas aperturas hoteleras, interesantes experiencias culinarias o imanes culturales más allá del Santo Sepulcro. Es inevitable viajar a Jerusalén y no pasar por la Ciudad Vieja, pero también lo es, y cada vez más, no considerar los lujos contemporáneos que comienzan a aflorar en la capital de Israel.
Hacer que Jerusalén no sea solamente visto como un lugar de peregrinación religiosa no es una tarea fácil, pero sí es legítima. De ahí que relamiéndose las heridas y construyendo -a pesar de la evidente falta de espacio- una ciudad menos bíblica y más actual, no son pocos los atractivos que hacen de Jerusalén un destino más indulgente que religioso. O casi.