El devastador sismo del 1 de noviembre de 1755 provocó el caos en Lisboa. Siguieron días de incendios. Cuando terminó la catástrofe, la ciudad vieja estaba en ruinas y la población, desesperada. El rey José I viviría aterrorizado hasta el final de su reinado y se dice que nunca volvió a dormir en un edificio de piedra. Mandó construir una carpa de tela, la Real Barraca, en el barrio de Ajuda, al poniente de la ciudad, que por ser de naturaleza basáltica había resultado menos dañada.
El entonces primer ministro, el marqués de Pombal, inició casi de inmediato la reconstrucción. Educado en el extranjero, con estancias en la corte de Viena y Londres, regresó a Lisboa imbuido del espíritu de la Ilustración y creyó que los nuevos tiempos de ciencia y progreso requerían una nueva ciudad. Planificada, estructurada en barrios corporativos, con calles anchas por las que un incendio no podría pasar fácilmente entre edificios y resistente a terremotos. La Lisboa de hoy debe su aspecto a la reconstrucción impulsada por Pombal en el siglo XVIII.