DIEZ PUERTAS MONUMENTALES TRAS LA AVENIDA DE ESFINGES
En el templo de Karnak se pueden ver hasta diez pilonos, esas enormes puertas de entrada de dos torres en forma de trapezoide. Precisamente, el más grande es el de la fachada principal, por donde se accede al recinto. Curiosamente, se lo conoce como el primer pilono aunque fue el último en construirse. Por eso, cruzarlo es como viajar al pasado: a medida que se avanza hacia el interior del templo, se va dejando atrás las construcciones más nuevas.
Mide 113 m de lado y quedó inacabado tal como se aprecia en la diferencia de altura que existe entre ambos lados, pero de haberse concluido hubiera alcanzado los 40 m de altura. Los pilonos tenían un sentido simbólico, ya que representaban las dos colinas del horizonte (akhet) por las que salía el Sol, y uno práctico, puesto que actuaban como cierre de seguridad que impedía que el caos llegara al mundo divino.

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Pero antes de cruzar el primer pilono, una avenida de esfinges con cabeza de carnero, animal que simboliza al dios Amón, protegen la vía procesional. Esta avenida, que antaño unía los dos templos, es obra del faraón Nectanebo I, al igual que el primer pilono y la muralla que rodea todo el recinto.
Un vestíbulo inmenso con capilla incluido
Un patio columnado, que sirve de inmenso vestíbulo a las zonas internas, aparece inmediatamente tras cruzar el primer pilono, así como una enorme columna con forma de papiro abierto. Es la única entera que queda de las diez que formaban el quiosco de Taharqa, el faraón nubio, un edificio que se utilizaba para proteger la barca del dios. Muy cerca de esta se encuentra otro elemento de gran tamaño (parece ser que el dios Amón no entendía de pequeñeces): la colosal estatua de Ramsés II con su hija Benanta a sus pies, ubicada delante del segundo pilono.

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Con tanta grandeza, quizá pase desapercibida una pequeña capilla con tres puertas, obra de Seti I, concebida para alojar las barcas sagradas del dios Amón, su esposa Mut y el hijo de ambos, Khonsu, más conocidos como la tríada tebana. En la época en que crecía el Nilo e inundaba los campos de cultivo se celebraban numerosas fiestas religiosas de las cuales algunas iban acompañadas de procesiones. En ellas, los sacerdotes transportaban las barcas con las estatuas de los dioses desde el templo de Karnak al de Luxor. La capilla era el lugar donde se guardaban las barcas durante el resto del año.
El templo que no lo es
En este mismo patio, en un lateral, sorprende un pilono de menor tamaño que da entrada a un templo (pero sin serlo): el templo-reposadero de Ramsés III. Es prácticamente el único pilono de Karnak donde se aprecian escenas bélicas que muestran al faraón derrotando a sus enemigos (una imagen muy recurrente en muchos pilonos). Sin embargo, le faltan los huecos o encastres (muy visibles en el primer pilono) donde se colocaban los grandes postes de madera con banderola, símbolos del dios. Un detalle que da cuenta de que, a pesar de su apariencia, no se trata de la residencia de una divinidad.

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Este “falso pilono” está flanqueado por dos estatuas de Ramsés III (una sin cabeza) y da paso a un vestíbulo con ocho pilares a cada lado delante cada una de las cuales se alza una estatua osiríaca de Ramsés III. Si se sigue avanzando se llega a una sala hipóstila de ocho columnas que antecede a un reposadero para guardar las tres barcas sagradas de la tríada tebana, que es donde debería estar el sanctansactórum, donde se guardaba la estatua del dios. Otro dato que revela que no era un templo. Sea templo o no, merece la pena visitarlo por su buen estado de conservación ya que permaneció enterrado por completo hasta 1896.
La sala hipóstila, el majestuoso bosque de papiros
Aunque la mayoría de los templos egipcios se componen de una sala hipóstila, ninguna es tan espectacular como la del templo de Karnak. Perderse en este bosque de columnas de piedra produce una emoción tal que se entiende que los soldados de Napoleón, maravillados, se cuadrasen y presentaran armas espontáneamente en señal de respeto y admiración.

Consta de 134 columnas papiriformes, doce de las cuales (seis a cada lado) constituyen el pasillo central y miden casi 24 metros, mientras que el resto alcanzan 15 metros. Esta diferencia de altura permitía abrir en la parte alta un muro con celosías que filtraban la luz, ya que de no ser así sería una estancia muy oscura. El techo, que era una alegoría del cielo, cubría la totalidad de la sala y estaba decorado con millares de estrellas amarillas de cinco puntas en relieve sobre fondo azul. Esta sala sugiere la espesura del bosque de papiros que rodeaba al Nun, la colina primigenia que surgió durante el nacimiento del mundo y en la que se crearon los dioses y los seres vivos cuando aún no existía nada.
Las columnas están decoradas con relieves que tienen que ver con la fundación de los templos y la donación de ofrendas al dios Amón, y también de cartuchos con nombres de faraones en su interior.
LOS OBELISCOS GEMELOS
Tras abandonar la sala hipóstila, aparece una de las construcciones más características del paisaje del antiguo Egipto: el obelisco. Pensados para impresionar por su altura y durar eternamente, estos pilares monolíticos (construidos en un solo bloque de piedra) de cuatro lados y coronados por una pequeña pirámide o piramidión, que simbolizaba la colina primigenia, representaban los rayos del dios solar Re. Como el dios Amón compartía características con este dios, los faraones rivalizaron en levantar numerosos obeliscos en el templo de Karnak.
Los dos primeros pilonos fueron erigidos por Tutmosis I, quien nombró a su hija Hatshepsut como heredera, pero esta acabó casándose con su medio hermano Tutmosis II y tuvo que conformarse con un papel secundario. Pero la muerte del faraón al poco de subir al trono convirtió a Hatshepsut en regente y finalmente acabó autoproclamándose faraón en detrimento de su sobrino. Esta reina mandó terminar los dos obeliscos que había encargado su difunto marido y ordenó construir otro par. Cuando la faraón falleció, después de dos décadas de reinado, Tutmosis III, su sobrino, accedió finalmente al trono y decidió someter el recuerdo de su tía a una damnatio memoriae (condena del recuerdo). Quiso borrar todo vestigio de la existencia de la reina y ordenó martillear su imagen y su nombre en todos los monumentos, incluido el templo del Karnak, hasta tal punto que “escondió” los dos obeliscos alzados en su día por Hatshepsut dentro de un pilono. En la actualidad, en el templo de Karnak solo quedan en pie dos obeliscos: el de Tumosis I y el de Hatshepsut. En general, los obeliscos solían colocarse por parejas en la entrada de los templos para manifestar que Re era a la vez el Sol y la Luna.

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EL LAGO Y EL ESCARABAJO DE LA BUENA SUERTE
Este lago artificial de grandes dimensiones (130 m de largo) es uno de los elementos más característicos de este templo. Su función principal era la purificación de los sacerdotes antes de proceder a los rituales diarios de culto ante el dios Amón. Pero su significado va más allá de que los sacerdotes realizaran allí sus abluciones: representaba la creación del mundo. Según la tradición egipcia, antes de que existiera el mundo solo estaban las aguas del Nun, el océano primigenio. Allí apareció una colina, y sobre ella, el dios creador. El lago era la representación simbólica de todo ese mundo acuático repleto de vida en potencia.
En su día, estaba lleno de ocas, consideradas sagradas ya que era uno de los animales que representaba el dios Amón, cuyo nombre significa “el oculto”. Por eso podía adoptar diferentes animales como el carnero en la avenida de las esfinges, y hasta apropiarse de las cualidades de otros dioses. El visitante tendrá que conformarse con dar una vuelta alrededor de la escultura de un escarabajo sagrado de granito rosa sobre un pedestal, que está justo enfrente del lago, para que así se cumplan todos sus deseos.

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RECUERDOS DE UN VIAJERO FARAÓNICO
Tutmosis III no solo es recordado por intentar borrar cualquier vestigio de la reina Hatshepsut; también fue un gran conquistador. El faraón llevó a cabo numerosas campañas militares que dieron a Egipto la mayor extensión territorial de su historia. Pero no solo se limitó a reproducir en las paredes del templo el detalle de sus exitosas campañas militares, sino que también aportó gran información sobre la flora y la fauna que vio durante sus viajes. Con esta información decoró una de las salas del templo de Ajmenu, llamada hoy en día “jardín botánico”, donde se representan animales y plantas exóticas procedentes de las campañas en Asia y que eran desconocidas en Egipto. Aunque ubicado al final del recinto, y algo escondido, merece la pena acercarse y echarle un vistazo.