Reflexionaba el escritor nómada Cees Nooteboom a su entrada a la catedral de Santiago que a algunos lugares del mundo no se llega solo aunque no se viaje acompañado, que hay espacios en los que se siente el peso de la historia. El pensamiento le surgió, explica en el capítulo inicial de El desvío a Santiago, al tocar la columna de mármol del parteluz del Pórtico de la Gloria en el que, según manda la tradición, había que seguir el rito de tocar con la mano el pie izquierdo del santo. Aquel pie, comprobaba el neerlandés, estaba desgastado por las manos de tantos y tantos peregrinos que habían pasado antes que él: el paso de los siglos manifestado físicamente. Eso es exactamente lo que se siente al recorrer los monumentales centros históricos de estas ciudades de España que son además Patrimonio de la Humanidad, que el eco del paso del tiempo acompaña los pasos del visitante.