Madrid sigue ahí. Lo que parece una obviedad, es en realidad un canto de esperanza donde lo remoto sacia las ganas de vivir sus calles, de cerrar sus bares, de patinar sobre el suelo de sus museos y exposiciones y de respirar su césped en primavera. Un cúmulo de deseos intangibles que se pueden saciar, de algún modo, viajando de forma virtual, disfrutando de aquellos lugares que han amainado sus latidos pero que, de algún modo, siguen vivos.