De Mallorca dijo Santiago Rusiñol que era “la más latina de las islas”. Han pasado algunos años desde que el escritor y pintor la visitara y escribiera La isla de la calma, una colección de delicadas postales dedicadas a la mayor de las Baleares, pero lo cierto es que sigue reinando la calma en ella, tantos en sus pueblos como en los rincones más íntimos de la capital. Más allá de las calas y playas de Mallorca, está la cara B de la isla, de la que es representativa Valldemossa, en plena Sierra de Tramuntana, esa columna vertebral geológica que en sí misma constituye una isla dentro de una isla.
Apenas 24 kilómetros separan Palma de Mallorca de Valldemossa y son un placer conducir a través de ellos. La carretera Ma-110 avanza entre curvas, en un sube y baja que se adapta a la geografía montañosa del norte de la isla. Se dejan atrás a algunos ciclistas que sufren y disfrutan a la vez con cada pedalada. El paisaje está salpicado de huertos, campos de cultivo, olivos orgullosos. Antes de llegar, un desvío sirve de mirador y adelanta la mágica presencia del pueblo.
El más hermoso lugar del mundo
Colgado de la Sierra de Tramuntana, su silueta se recorta en el cielo como una composición cubista de colores ocres por encima de la cual destaca la torre y la fachada de la Real Cartuja, el refugio de la escritora George Sand y del compositor Fryderyk Chopin. Los dos llegaron a Mallorca algunos años antes que Santiago Rusiñol, en noviembre de 1838, a bordo de un vapor llamado El Mallorquín. Así es como se debería llegar siempre a la isla, en barco. Sand y Chopin se alojaron en la cartuja de Valldemossa buscando remedio contra esa enfermedad romántica que fue la tuberculosis.
Entre la pareja y las gentes del pueblo había tal abismo que era como si una civilización marciana llegara ahora a la Tierra. La cosa no fue muy bien, pero Sand escribió un libro que se tituló Un invierno en Mallorca y, en contra de lo esperado, la escritora se convirtió en la primera prescriptora de Mallorca. Desde entonces, Valldemossa vive su particular idilio con el turismo.

Vista de Valldemossa | Foto: Shutterstock
No hace falta preguntar para dar con la cartuja de Valldemossa. Su torre rematada por los azulejos verdes funciona a modo de faro. El conjunto monumental ocupa el antiguo palacio residencial del rey Sancho I de Mallorca, que data de 1309. Está la iglesia neoclásica, con frescos de Bayeu; el claustro de cipreses; la antigua farmacia de los cartujos y las habitaciones de la Celda Prioral. Un largo corredor con arcos blancos conduce a diferentes celdas que los monjes.
De camino, parecen alcanzar al visitante las notas delicadas de la segunda Balada fa mayor op.38 a piano. Parecen venir de la celda 4 que ocuparon Chopin y Sand junto a un jardín lleno de limoneros: el "más hermoso lugar del mundo", según confesó a un amigo por carta. Aquí acabó sus Preludios (le quedaban apenas diez años de vida, el compositor moriría de tuberculosis en 1849). En la celda se encuentran los documentos y recuerdos de la corta pero famosa estancia mallorquina: están los documentos originales del alquiler de la celda y los gastos que la pareja tuvo, entre los que están los pagos por las atenciones médicas a Chopin y los gastos de transporte de un piano a Valldemossa.

Calles de Valldemossa | Foto: Shutterstock
Callejeo dulce por Valldemossa
Toca pasear por pueblo. Hay que hacerlo sin especial rumbo, callejeando por las calles empedradas, dejándose sorprender por placitas, huecos de encanto y casas de cuidada estética floral. Un detalle llama la atención, suele haber en las fachadas pequeños azulejos con escenas de la vida de Santa Catalina Thomàs, la única santa de la isla. En la calle Rectoria se encuentra la casa natal transformada en una pequeña capilla dedicada.
Ca’n Molinas es el otro lugar de Valldemossa que despierta auténtica devoción, solo que no es religiosa, sino gastronómica (aunque ambas suelen coincidir en ciertos éxtasis). Las colas suelen ser habituales, y es que esta panadería ha convertido el bollo típico mallorquín en todo un objeto de deseo. Hoy la regentan los nietos de los fundadores y en verano pueden vender más de 2000 de esos bollos.

Puerto de Valldemossa | Foto: Shutterstock
Aquí también hay playa
A pesar de lo montañoso del paisaje, resulta que Valldemossa también tiene puerto. Se aprovecha uno de esos pocos huecos en los que la sierra de Tramuntana deja de ser un macizo muro frente al Mediterráneo, para amarrar algunas pequeñas embarcaciones deportivas. Aunque para llegar hay que descender por una zigzagueante carreterilla llena de curvas, la experiencia de sentarse en la terraza del Restaurant Es Port de Valldemossa y despedir al sol como si uno fuera el archiduque Luis Salvador, quien disfrutaba, según él, del mejor momento del día desde Son Marroig. Precisamente, sin su labor divulgativa de los encantos mallorquines, esta zona de Mallorca sería hoy muy distinta.