Hay lugares en el mundo en los que la experiencia de ir a la playa deja de ser algo anecdótico para convertirse en un hecho trascendental. Uno de esos lugares es la isla de Lanzarote, que ha sabido preservar su naturalidad a pesar de convertirse en destino turístico. Su paisaje es su reclamo. Toda una elegía extasiante a los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego.
Su litoral se abre a pequeñas calas y playas sorprendentes esculpidas a golpe de erupciones. Un escenario que se diría minimalista, en el que los ocres se recortan en la línea del horizonte; aparecen los rojos y los grises y el color de ese Atlántico, que ni es azul ni verde, sino que tiene sus propias tonalidades. Con todo su territorio declarado Reserva de la Biosfera, la conexión con la naturaleza en las playas de Lanzarote está asegurada.