Menorca, tradición y naturaleza en la isla balear

Mahón y Ciutadella son los extremos de la ruta por este edén mediterráneo, de costa abrupta al norte e idílicas calas al sur.

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Cala Pregonda

A este rincón intacto del norte de Menorca solo se puede acceder en barco o a pie desde la playa de Binimel·là, por un sendero que bordea la costa. 

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Faro de Cavallería

Los naufragios motivaron que en 1875 se erigiera sobre el cabo homónimo este precioso faro que, además, se puede visitar por dentro, pues acoge una exposición dedicada a los siete faros que existen en la isla.

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La Naveta des Tudons

Este vestigio de la cultura Talayótica próxima a Ciutadella, es el más famoso de los que se conservan y data del siglo XIV a.C., y fue levantado por los primeros habitantes de la isla. 

 

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Cala Macarelleta

Situada en el sur de la isla es, junto a su vecina Macarella (están unidas por un pequeño sendero), una de las playas más fotografiadas de Menorca por sus aguas transparentes. 

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Barrio histórico de Ciutadella

El Ayuntamiento de Ciutadella se alza sobre el puerto, en el barrio histórico amurallado.

Foto: AgeFotostock

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Jaleo de Ciutadella

Las fiestas más tradicionales de la isla tienen como protagonista al caballo de raza menorquina. Se organizan en verano en muchas localidades coincidiendo con la festividad del patrón local, aunque sin duda la más emblemática es la de Sant Joan en Ciutadella, cuyo origen se remonta al siglo xiv. El momento culminante llega con el "jaleo", cuando los jinetes exhiben entre el gentío sus habilidades en la doma ecuestre.

Con dos ciudades de pequeño tamaño, una en cada esquina; dos litorales diferentes, recortado por acantilados ventosos al norte y con calas de aire tropical en el sur; y pueblos desperdigados como perlas blancas por la costa y el interior, Menorca es una gran reserva natural, muy fácil de recorrer.

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Desde la capital, Mahón, instalada al abrigo de un puerto natural, se accede fácilmente a la costa norte, vertical y sufrida, que acoge calas bien resguardadas y al Parque Natural de s’Albufera des Grau, núcleo del patrimonio natural de esta isla declarada Reserva de la Biosfera. El parque acoge una gran diversidad de ambientes: desde humedales a bosques, islotes, acantilados y una de las playas más largas del norte de Menorca, de aguas transparentes y tranquilas, protegidas por la Isla d’en Colom.

En la reserva vale la pena llegar al cabo de Favàritx, con un solitario faro que se eleva sobre un acantilado de pizarra negra, que confiere al paisaje una belleza cruda e inhóspita, propia de latitudes más frías.

Más el norte, el litoral escarpado esconde rincones apacibles como Port d’Addaia, una ensenada con casas encaladas dispersas, o Fornells, en el extremo de una bahía de 4 km, un buen lugar para saborear la famosa caldereta de llagosta. Hacia el oeste surge el cabo de Cavalleria, el punto más septentrional de la isla, donde reinan el viento de tramontana y un faro que se yergue en un litoral abrupto y vertical. A medida que se avanza por esta costa aparecen suaves colinas que acaban en playas sugerentes, como Cala Pregonda o La Vall de Algaiarens, entre dunas, marjales y rincones de arenas ocres que contrastan con el azul del mar.

Las bellas calas del norte

En el litoral norte también llama la atención Cala Morell, con un brazo rocoso que cierra su bocana y cuevas que estuvieron habitadas en la Edad de Hierro. El extremo noroeste de Menorca está dominado por la Punta Nati, un paraje agreste que se desploma en acantilados y que ofrece puestas de sol inolvidables.

Cerca queda Ciutadella, una ciudad serena que, tras ceder la capitalidad en 1713 cuando los británicos la trasladaron a Mahón, parece dormir una apacible siesta. La villa solo despierta de su letargo para los festejos de Sant Joan. Antes de poner rumbo a las playas del sur, desde Ciutadella vale la pena visitar los vestigios de la cultura talayótica, la civilización que pobló la isla a partir del año 1400 a.C. y que aún es un misterio por desentrañar. Destaca la Naveta des Tudons, un monumento funerario de 3.500 años, construido con bloques de piedra en forma de barca volcada, o la cercana Son Catlar, restos de una ciudad prehistórica amurallada.

La Naveta des Tudons es una de las joyas prehistóricas de la isla, con unos 3.500 años de antigüedad

El sur de Menorca es una plataforma calcárea atravesada por estrechos barrancos que conducen a bellas calas, muchas enmarcadas por formaciones rocosas y pinares que besan el mar. Las primeras que surgen viniendo de Ciutadella son las playas de Son Saura, un grupo de pequeños arenales que van enlazando con salientes rocosos. A partir de aquí la lista es inacabable, con la paradisiaca Cala en Turqueta protegida por rocas y pinos; las idílicas Macarella y Macarelleta; Santa Galdana, cala con infraestructura hotelera que no ha conseguido borrar su belleza; y siguen Cala Mitjana, Trebalúguer, Escorxada o Binigaus, recomendadas por los «expertos» para el verano, cuando los bañistas invaden las calas de más renombre.

Los visitantes interesados en recorrer el Camí de Cavalls, un antiguo trazado que rodea la isla (180 km divididos en 20 etapas), escogen esta zona de playas y pinares para combinar la caminata con el chapuzón en calas de ensueño.

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Mirando al interior de la isla desde la costa meridional, se puede aprovechar la proximidad de Ferreries para comprar una abarcas, las tradicionales sandalias de cuero y suelas de neumático, aunque en las tiendas del pueblo también se venden de diseño más sofisticado.

Continuando por el interior, la carretera principal atraviesa Es Mercadal, villa situada a la sombra del monte Toro, la montaña más alta de la isla (358 m), para llegar a Alaior, famosa por sus fábricas de quesos con denominación de origen Mahón. Alaior es, además, un punto de partida para explorar las calas del sudeste, como Son Bou, la más larga de Menorca; Cales Coves, con un centenar de viviendas trogloditas excavadas en la roca; y Cova d’en Xoroi, una cueva natural suspendida sobre un acantilado, donde se puede acabar el día disfrutando de uno de los atardeceres más bellos de la isla.