Este grupo de islas peinadas por el meltemi –el viento del norte hace que incluso en verano las noches sean frescas– se arrebaña entre el Peloponeso y el Ática, al oeste, y Creta, al sur. Al norte, una extensión más ancha de mar abierto las separa de las Espóradas y de las islas del Egeo septentrional. Al este, otro brazo de mar mucho menos extenso, lo distingue del Dodecaneso, pegado a Asia Menor.
La geografía se refleja en la cultura: las Cícladas presentan un carácter propio, bastante diferente del de los territorios de alrededor. Por un lado, en contraste con el Dodecaneso y otras islas del Egeo, la influencia turca es casi ausente. Por otro, ni sus pueblos, ni sus tradiciones recuerdan la herencia balcánica de Grecia, al contrario de lo que ocurre en el continente. Se nota, en cambio, una importante huella italiana, tanto en la onomástica como en la existencia de comunidades cátolicas, especialmente en Siros. Aun así, el carácter cicládico conserva su independencia, como se ve sobre todo en la arquitectura y la música. Santorini es la puerta más imponente para entrar en este mundo.