La montaña sagrada

Los mitos y leyendas que dieron forma a los Pirineos

Una multitud de dioses ancestrales y seres mitológicos poblaron la cordillera mucho antes que las personas se asentaran en las laderas de las montañas, dando origen y forma a los Pirineos.

Desde Irún (País Vasco) hasta Portbou (Cataluña), los Pirineos recorren casi 500 kilómetros entre ríos helados, valles que laten a un ritmo que hace tiempo desapareció, laderas escarpadas, tarteras de infarto y cimas que miran a Europa altivas, orgullosas de su magnifiiencia. Durante siglos, mantuvo captiva a la Península. Hoy, es la puerta de acceso al resto del continente.

Sin embargo, la cordillera sigue manteniendo un aura mística, casi mágica. Los campanarios románicos se alzan sobre los pequeños pueblos, desperdigados de punta a punta de la cordillera, como sirenas esperando atraer al viajero, pero sus cantos –incluso en la actualidad- se oyen lejanos, difíciles de encontrar. Gracias a ello, aún perduran tradiciones de origen prerrománico, cuando los Pirineos estaban gobernados por dioses, ninfas, monstruos, brujas y seres mágicos. La montaña se convirtió entonces en un mundo propio, todo comenzaba y acababa allí, y los mitos servían para explicar una realidad imposible de explicar hasta el momento.

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Un amor imposible

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Un amor imposible

El origen de la palabra Pirineo proviene del griego; ‘Pyros’, que significa fuego y ‘Neo’, nuevo. ¿Y por qué alguien iba a llamar fuego-nuevo a una montaña en que la nieve y el hielo dominan el paisaje? Pues bien, antes de que estas se formaran y ascendieran a las alturas, una inmensa llanura cubría el paso entre lo que hoy es España y Francia. En el valle se encontraba Pyrene, una ninfa del bosque, hija del rey Tubal. Allí compartía espacio con otros seres mitológicos como Gerión, un gigante al que rechazó, pues su corazón era de un único hombre, Hércules.

Al no ser correspondido, Gerión entró en cólera e incendió el valle, matando de esa manera a Pyrene. Los gritos de auxilio de esta no sirvieron de mucho, puesto que cuando Hércules acudió en su ayuda era demasiado tarde. Sin embargo, el héroe griego quiso darle sepultura en algún punto entre el valle de Benasque y el Valle de Aran. Piedra a piedra, el hijo de Zeus construyó un mausoleo gigante hasta crear la cordillera que hoy se conoce como Pirineos.   

La flecha de Atland

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La flecha de Atland

Justo debajo de la tumba de Pyrene se ubica el Aneto, el pico más alto de los Pirineos, con más de 3.000 metros de altitud. Existen muchas versiones de su origen, algunos lo sitúan como el dios supremo debido a su imponente morfología, aunque una de las versiones más populares es muy distinta. Cuenta la leyenda que tras la muerte de la ninfa, las nieves se apoderaron del valle, el agua empezó a correr y el verde se extendió por cada rincón. En ese momento, cientos de personas comenzaron a poblar los Pirineos, al igual que los gigantes que vieron en aquella ubicación, una morada irresistible. Uno de ellos fue Netú, un gigante cruel y malhumorado.

Un día, Netú, con la ayuda de una flecha asesinó a Atland, descendiente de los antiguos atlantes quienes sostenían la tierra sobre sus hombros. Los dioses, al presenciar aquella escena decidieron someter al gigante y le lanzaron un rayo. Al instante, Netú, se desplomó sobre el valle, siendo sepultado por miles de rocas hasta crear el Aneto.

El Monte Perdido

Foto: Rutas de los Pirineos

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El Monte Perdido

Tradicionalmente, la montaña es un lugar de fraternidad y solidaridad. De hecho, es uno de los únicos puntos en lo que se sigue manteniendo el saludo a los desconocidos. Por ese motivo, los dioses se encargan de castigar al que no siga esas directrices y algo así le ocurrió a un pastor, que era arisco, egoísta y solitario. Un día, un mendigo llegó hasta él y le pidió un trozo de pan. El hombre llevaba días sin comer y estaba a punto de desfallecer allí mismo. Sin embargo, el pastor, haciendo gala de su mala educación, le ignoró hasta que este se marchó. Una vez que la figura del mendigo se desvaneció en el horizonte, una intensa niebla cubrió el valle rodeando al pastor, el viento azotaba fuerte y comenzó a caer nieve intensamente. El ganado del pastor desapareció y en su lugar, emergió una impresionante montaña. Tras el suceso, el pastor había perdido todo, su casa y su rebaño. Lo que antes era prado ahora era roca desnuda y nieve y hielo. Acababa de nacer el Monte Perdido, situado en el valle de Ordesa (Huesca).

El guarián de la montaña

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El guardián de la montaña

En los Pirineos no solo vivían dioses y gigantes, sino que la mitología pirenaica reúne todo un conjunto de seres mágicos como Bosnerau, el inventor de la agricultura y la ganadería. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelo, el cabello se confundía con la barba y esta, a su vez, ocultaba el resto de su cuerpo. Vivía en cuevas, alejado de la sociedad, aunque era tremendamente bueno con los pastores de los pueblos cercanos. De hecho, cada día salía a pasear por los bosques y cuando se avecinaba una tormenta o una manada de lobos se dirigía a los establos, Bosnerau silbaba tan fuerte que su reclamo era capaz de oírse a cientos de kilómetros. De esa manera, los pastores sabían que debían resguardarse.

La estrella pirenaica

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La estrella pirenaica

En lo alto de los Pirineos se encuentra una de las flores más bellas del mundo: la flor de las nieves, también conocidas como ‘garra de león’. Los pétalos aterciopelados coronan un tallo larguísimo y como no podía ser de otra manera, existe una leyenda que cuenta su origen. La historia dice que una noche, una estrella le confesó a la Luna que tenía envidia de la Tierra y las personas y animales que vivían en ella. Al escucharlo, la Luna enfureció y decidió cumplir el deseo de la estrella aunque le tenía preparado un destino algo diferente a lo que ella deseaba. La convirtió en una flor, aunque mantenía su forma estrellada y la plantó sobre las cimas de los Pirineos. Pronto, la estrella se dio cuenta de error, pues era bella como ninguna pero estaba atada a la tierra y sus únicos acompañantes eran las rocas y el hielo.