Con 121 km2, seis veces menos que Nueva York, San Francisco tiene un magnetismo equivalente a aquella y superior a su vecina más potente, Los Angeles, diez veces más extensa. Faro de movimientos contestatarios, de la contracultura, de la revolución sexual, de la alta gastronomía y, en las últimas décadas, de la industria digital, San Francisco ejerce una atracción difícil de hallar en otra parte de América o del mundo.
Golden Gate: un fetiche visual
El Golden Gate Bridge es, desde su inauguración en 1937, el gran pórtico a una ciudad que ha sido –y aún lo es– un punto de encuentro para gentes llegadas de todo el país y de todas las orillas del Pacífico. Pintado con ese «naranja internacional» inventado en exclusiva para él, este puente de hierro bermellón de 227 m de largo cruza la entrada de la Bahía de San Francisco como un magnífico arco de triunfo en honor a una urbe que ha superado modas y épocas.
Sea como sea, esta pasarela colgante es lo primero que se busca con la mirada antes incluso de aterrizar. A pesar de la niebla que a menudo lo envuelve, el Golden Gate no defrauda. Después de contemplarlo –y fotografiarlo mil y una veces– desde los muelles de Fisherman’s Wharf o desde los miradores del parque Presidio, hay que cruzarlo a pie o en bicicleta para acabar de enamorarse por completo: las vistas producen vértigo, tanto si se mira arriba hacia los gruesos cables que unen las torres, como si se contemplan abajo las aguas arremolinadas, inquietas y a menudo grises.

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Dentro de la bahía emergen el islote de Alcatraz y la isla Angel, prisión de leyenda el primero y reserva de naturaleza la segunda. En la orilla norte se divisa Sausalito con los barcos de vela y los barcos de línea que comunican las poblaciones de la bahía; en la orilla sur se intuyen los ajetreados muelles de San Francisco y, al fondo, el imponente Bay Bridge, que se estira hasta tocar la ciudad de Oakland.
El barrio marítimo
Cumplido el primer deseo, los viajeros suelen lanzarse en busca de otros mitos –los tranvías, las casas victorianas, las calles en cuesta, el legado hippy…–, pero San Francisco los sorprende con sus nuevos iconos del siglo XXI. Embarcadero es un buen punto de partida para descubrirlos. El barrio marítimo ha ido recuperando espacio en las últimas dos décadas con la restauración del histórico Ferry Building, la eliminación de la autopista que lo separaba del Distrito Financiero, la ampliación del paseo hacia el Bay Bridge y su continuación hasta el estadio de béisbol de los Giants. Hoteles recién inaugurados, cafeterías con terrazas y esculturas «instagrameables» como Cupid’s Span (un arco y una flecha gigantes hincados en el suelo, de Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen) se asoman a una kilométrica fachada marítima tomada a todas horas por corredores, paseantes y turistas.

Sandra Martín
El Ferry Building, la central de ferries construida en 1898 con una torre inspirada en la Giralda, es el punto de referencia de esta zona desde su restauración en 2003, cuando fue transformada en un espacio gastronómico de día, con tiendas de productos gourmet, cafés, chocolaterías, restaurantes con vistas a la bahía y puestos de comida que ofrecen desde empanadas argentinas hasta cocina asiática. La estrella gastronómica aquí es el marisco y los muelles son el mejor lugar donde probarlo, sobre todo el buey del Pacífico, un cangrejo que puede alcanzar los 20 cm de ancho y al que la ciudad le dedica un festival en febrero.
Si se camina hacia el oeste, rumbo a Fisherman’s Wharf (muelle de los pescadores), se pasa por Pier 39, un largo embarcadero reconvertido en centro comercial a cielo abierto, con restaurantes, tiendas de recuerdos, un pequeño parque de atracciones y un acuario. Desde aquí zarpan las embarcaciones turísticas que recorren la bahía, visitan la isla de Alcatraz o conectan con Sausalito.
Lo que más llama la atención, sin embargo, son las plataformas sobre las que casi un centenar de lobos de mar hembra se estiran perezosos. Llegaron en los años 90, vieron que el lugar era perfecto para su rutina de pescar-dormir-criar-pelearse y ahora constituyen un atractivo turístico más; incluso hay un equipo que se cuida de su alimentación y bienestar.

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El distrito financiero
Tranvías de entre los años 20 y 50 y llegados de distintos países circulan por la avenida que separa el paseo marítimo de los modernos edificios del Distrito Financiero. Las calles Market y Mission suben en línea recta hacia la plaza Union Square a través del corazón de este barrio de torres de vidrio y acero. Muchas compañías tecnológicas ubicaron sus sedes en esta zona antes de que la pandemia del covid-19 instaurara el teletrabajo.
Aquí no hay hippies, sino jóvenes en vaqueros y zapatillas deportivas, conectados a sus móviles, hablando mientras escriben en ordenadores pórtatiles, sentados en una cafetería o en un banco del Salesforce Park. Este parque elevado recorre la cubierta de la Central de Transporte Metropolitano y se abre paso entre los rascacielos de Mission Street.
Uno de los primeros en ocupar la zona fue la Millennium Tower, de 58 plantas y 197 metros. Este hito de 2009 cayó en desgracia poco después, cuando se descubrió que cada año se hundía unos 5 cm y se inclinaba unos 4 cm. Después de múltiples estudios y varias intervenciones, aún no se ha hallado la solución definitiva para este edificio de pisos de lujo cada vez más devaluados.

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Los Jardines Yerbabuena ofrecen otro oasis de verdor en el moderno cogollo del SOMA (South of Market St). Lugar de conciertos y ferias al aire libre, aquí se levanta un complejo de artes escénicas de igual nombre y, a poca distancia, el imprescindible museo de arte moderno SFMoMA –siempre sorprendiendo con exposiciones internacionales–, el de la Diáspora Africana y el Judío de Arte Contemporáneo. El edificio de vidrio negro de este último se encuentra camino de Union Square, epicentro de San Francisco en los años 30, 40 y 50.
Tras el devastador terremoto e incendio de 1906, la zona se reconstruyó con edificios que recuerdan los de Chicago y Nueva York, rascacielos con esculturas art déco en la fachada y vestíbulos con escaleras y ornamentos dorados. De esa época data el hotel Beacon Grand, en Powell Street y denominado Sir Francis Drake hasta su reapertura en 2022; o el aún más antiguo y ostentoso hotel Fairmont, fundado en 1903 y reconstruido en 1907, un año después del terremoto que llegó a alcanzar la colina de Nob Hill en que se emplaza.
Estas son las calles en que se desarrolla El halcón maltés, la novela más conocida del escritor Dashiel Hammet, hijo ilustre de San Francisco. Las costillas que se zampa Sam Spade, el investigador poco ortodoxo que protagoniza la historia –Bogart en la versión cinematográfica–, se pueden pedir en John’s Grill, el mismo restaurante que aparece en la novela y por el que se diría que no ha pasado el tiempo.

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calles de vértigo
Existe una gran diferencia entre subir Powell Street a pie o cómodamente a bordo del cable car, un funicular de vagones de madera y sin puertas que recuerdan los viejos tranvías de nuestras ciudades. El desnivel es considerable y, si se ha previsto dedicar el día a andar, habría que tenerlo presente.
Aunque, puestos a comparar desniveles, nada como asomarse a Lombard Street, la reina de las calles en pendiente de San Francisco. Resulta divertido detenerse a ver cómo los coches descienden con cautela por el zigzag de eses cerradas que traza el asfalto, con pequeños jardines a los lados y una acera escalonada para los viandantes.
Ciudad de múltiples cuestas, los buscadores de imágenes se fotografían también en las escaleras de peldaños decorados con mosaicos de 16th Avenue-Moraga, del pasaje Kenny Alley o del parque Lincoln, que dibujan motivos marinos, vegetales o arcoíris. Llegar hasta lo alto, peldaño a peldaño, recompensa con vistas increíbles.
castro y mission
San Francisco es también conocida por sus barrios multiculturales, focos de la lucha por los derechos sociales. Castro cuenta con un Paseo del Honor Arcoíris (calles Castro y Market) que rinde homenaje a 36 iconos del movimiento LGBTQ, desde Alan Turing o Federico García Lorca hasta Freddy Mercury; curiosamente el pionero Harvey Milk no tiene placa, al parecer porque ya acumula reconocimientos en otras calles y plazas.
En Mission, el barrio más latino, se levantó en 1776 el primer edificio de la ciudad: la Misión de San Francisco de Asís. Popularmente llamada Misión Dolores, es una iglesia sencilla, encalada, con un cementerio en el que yacen monjes, nativos que ayudaron a levantar el templo y alguna personalidad política de aquella época. Junto a ella se alza una basílica de altas torres y aspecto más suntuoso.
Otro atractivo de este barrio consiste en contemplar los murales reivindicativos de los pasajes Balmy y Clarion,probar las taquerías mexicanas, sentarse en un café veggie o curiosear entre las tiendas de ropa y de viejos vinilos.

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Esta parte de la ciudad nada tiene que ver con los elegantes y tranquilos barrios de Russian Hill, Pacific Heights o Nob Hill. Como en la mayoría de grandes ciudades del mundo, los habitantes de San Francisco han visto triplicar el precio de las viviendas en los últimos años. Así que es fácil adivinar que esas bonitas casas victorianas, con sus escaleras a la puerta de calles en pendiente, no están al alcance de cualquier bolsillo. Las Painted Ladies, por cierto, con sus coloridas fachadas alineadas frente al parque de Alamo Square, no son las únicas: las hay por toda la ciudad y sobre todo se descubren andando.

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museos de arte y librerías beat
También se pueden ver casas victorianas desde el autobús que sube hasta el Golden Gate Park. En este extenso rectángulo verde tienen cabida campos de béisbol, bosques, un escenario exterior, el museo de arte antiguo De Young y la Academia de las Ciencias de California, el uno frente al otro.
Tras deambular entre las salas de arte africano o polinesio delmuseo De Young y saltar después a la selva tropical de la Academia de Ciencias, resulta refrescante dar un paseo por el apacible Jardín de Té Japonés. Creado para la Exposición Internacional de California en 1894, este rincón surcado por arroyos, senderos y pagodas fue embellecido por el arquitecto paisajista Makoto Hagiwara, uno de los muchos japoneses que hicieron de esta ciudad su hogar… hasta que la Segunda Guerra Mundial los convirtió en parias durante años.
Moverse a pie es también la mejor manera de adentrarse en Chinatown, uno de los barrios chinos más extensos y densamente poblados del mundo. Hay dos fiestas en las que vale la pena visitarlo, durante las llamativas celebraciones del Año Nuevo Chino, en el mes de febrero, y los dos días del Festival de la Luna de Otoño, a primeros de septiembre.
No hay que desviarse demasiado para dar con la librería City Lights (261 Columbus Avenue),fundada en 1953 por el poeta Lawrence Ferlinghetti, quien junto con Allen Ginsberg y Jack Kerouak representaron un movimiento literario que rompería con las convenciones de su época y abogaría por descubrir los Estados Unidos a golpe de dedo. Al doblar la esquina de Broadway, el Museo Beat explica la filosofía y la vida de aquel peculiar grupo de intelectuales.
de copas
Después de atracarse de libros y poesía beat, no está de más acercarse al Café Buena Vista
(2765 Hyde St), casi tocando a Fisherman’s Wharf. Este local es un punto de encuentro de los habitantes de San Francisco desde su fundación en 1916, y devotos parroquianos como el escritor Matt Ragghianti afirman que aquí se inventó el café irlandés. Para demostrarlo, el barman sirve en menos de un minuto y de una sola vez media docena de copas con sus correspondientes capas de café, whisky y nata. Aquí también se aprende que a los siempre afables y conversadores lugareños no les gusta nada el apodo de Frisco para denominar a su ciudad. Conviene tomar buena nota si se pretende seguir explorando bares y coctelerías.

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San Francisco también sorprende por sus numerosas zonas verdes. Como Alamo Square, el parque Mission Dolores o el bosquecillo de la colina en que se yergue la Coit Tower, un monumento homenaje a los bomberos que lucharon por salvar la ciudad durante el devastador incendio que siguió al terremoto de 1906.
Para recuperar el ánimo y el impulso económico, se organizó una gran feria en 1915 que conmemoraba la apertura del Canal de Panamá. El grecorromano Palacio de Bellas Artes, rodeado por un estanque, es el vestigio de aquella escenificación internacional y, de hecho, lo único que queda. Al finalizar la exposición, los pabellones derrumbados sirvieron de cimientos a las bonitas casas que ahora ocupan este elegante barrio. Uno de los mejores momentos para contemplarlo es de noche, cuando la iluminación arranca destellos dorados a la piedra de las columnas.
con vistas al Golden Gate
El extenso parque Presidio cierra San Francisco por el oeste, como un último aviso de que la ciudad acaba ahí, al borde de acantilados que parecen medirse en altura con el Golden Gate. Esta gran reserva abarca desde bosques de eucaliptos y playas de dunas, hasta un antiguo complejo militar con elegantes residencias y un cementerio de cruces blancas con vistas a la bahía. En el último año se han inaugurado Tunnel Tops y Battery Bluff, dos zonas recuperadas para disfrute de locales y foráneos con explanadas de césped, circuitos para ciclistas y juegos infantiles. Desde cualquiera de estos rincones se divisa la montañosa costa de Marin Headlands, cuyos miradores ofrecen una perspectiva sin igual del icónico puente, sobre todo de noche, enmarcado por las luces de los coches y de la ciudad.
En la orilla del condado de Marin el paisaje cambia y la temperatura sube hasta 10 ºC. Al poco de cruzar el puente, la niebla de San Francisco –con nombre propio y cuenta de Instagram: Karl the Fog– desaparece y deja que el sol inunde de luz las casas sobre pilotes de Sausalito, las secuoyas rojas de hasta 100 m de alto de Muir Woods y los viñedos que se deslizan por los valles de Sonoma y Napa.