Su imagen recortada en el horizonte es de una belleza absoluta. Se puede ir contemplando en la aproximación por carretera hasta la zona de estacionamiento previa. Absolutamente nada en kilómetros a la redonda. En medio de una extensa bahía que se creyó mágica y habitada por bestias legendarias en la Edad Media, la abadía se yergue sobre los afloramientos rocosos y sobre los tejados del pueblo medieval que la rodea en su base.
Contemplando el poderío que desprende el conjunto, se entiende que el Mont Saint-Michel sea uno de los lugares más icónicos de Francia. La Unesco le dio el espaldarazo definitivo al declarar el lugar Patrimonio de la Humanidad en 1979. Pero definitivamente, cuando la marea sube y el agua rodea todo el islote de 960 metros de circunferencia, la imagen deja atrás el calificativo de bello para abrazar el de sublime: convertida la abadía gótica en una isla por efecto de la marea.
Hoy en día, el conjunto es una extraña combinación de encanto medieval y espectáculo turístico. Sin embargo, no hay que dejarse llevar por desazón alguna. Sin ser descubridores de nada, vale mucho la pena invertir las tres o cuatro horas necesarias para visitar el lugar, dependiendo siempre del tiempo que cada cual prefiera dedicar a las vistas desde arriba, claro.

Ruta básica por el Mont Saint-Michel
La aventura comienza por la puerta de Bavole, en la misma muralla que rodea al peñasco. Inmediatamente, se comienza a caminar cuesta arriba por la Grand Rue, la vía principal, flanqueada a lado y lado por una infinita ristra de tiendas de recuerdos, restaurantes y algunos pequeños museos. Conforme se van dejando atrás, se llega a la pequeña Iglesia Parroquial. Más arriba, se pasa por delante de la casa de Logis Tiphaine y por la Casa del peregrino, figura clave en este conjunto histórico.
Al poco, llegan las primeras vistas a la bahía, que puede ser un infinito de arena o una superficie que refleja el cielo dependiendo del momento del día y de lo crecida que esté la marea. La Torre Norte regala algunas de las mejores panorámicas. Si se mira hacia arriba ya solo queda la propia abadía y la escultura dorada del Arcángel San Miguel rematando la torre.
La visita a la Abadía comienza en la Terraza del Oeste, donde se puede descansar de las cuestas y escaleras dejadas atrás. A un paso, el interior de la fabulosa Iglesia Abacial, todo un éxtasis gótico, y el Claustro, que no recibe el sobrenombre de “La Maravilla” gratuitamente. Luego se va descendiendo dejando atrás diferentes salones y capillas. ¿Lo mejor de todo? Que el Mont Saint-Michel puede ser el inicio de una ruta a través de los enclaves históricos de Normandía y Bretaña, dos de las regiones francesas más fabulosas.