Mar y montaña

Montenegro, viaje al país balcánico de alma mediterránea

Su ubicación aún es una nebulosa para muchos viajeros de Europa occidental, pero el pequeño país es una de las gemas del litoral Adriático.

Encajado entre el mar y la montaña en el enigmático puzle de los Balcanes, Montenegro es un país que engaña. Probablemente porque pasa desapercibido junto a vecinos de más extensión y fama como Albania o Croacia, o de otros con reminiscencias de un pasado trágico, como Bosnia o Kosovo. Tiene el tamaño de Asturias y menos de 700.000 habitantes, pero está salpicado de paisajes de ensueño, como un diminuto país de cuento: un trocito de Alpes, una pizca de Adriático y el esplendor añejo de pueblos medievales que alzaban sus murallas sobre el mar.

Si se arriba en uno de los ferris que zarpan de Italia o a bordo de alguno de los cruceros que bordean sus costas, se entiende su denominación. Montenegro (Crna Gora en idioma montenegrino) debe su nombre al oscuro tono con que los boscosos Alpes Dináricos se ven desde el Adriático

Montenegro

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Herceg Novi

Montenegro: Nuevo y viejo a la vez

Montenegro es un país nuevo y viejo a un tiempo, pues su ambicionada posición le ha hecho tener varios dueños a través de los siglos. Formó parte de Iliria, el pueblo que combatió a los romanos mediante la piratería en el siglo III a.C.; fue la Dalmacia que se originó tras la posterior conquista, y perteneció al área de influencia de Bizancio tras la división del Imperio romano. En una sorprendente dualidad, estuvo integrado en la Albania veneciana, aunque su interior estuviese controlado por príncipes eslavos. Y, más tarde, se convirtió en un estado tributario del Imperio otomano, aunque conservó la religión ortodoxa.

Durante el último siglo y medio, Montenegro fue un reino independiente, luego un aliado serbio y después, parte del Imperio austrohúngaro. En la Segunda Guerra Mundial fue conquistado por Italia y ocupado por la Alemania nazi, y después pasó a integrar la federación de estados que componían la Yugoslavia socialista de Tito. Tras la disgregación yugoslava, Montenegro reivindicó su identidad y la hizo propia en 2006 con un referéndum ajustado y el beneplácito de Serbia, el estado con quien comparte lazos históricos y similitud lingüística. Hoy, pese a los vientos de caos que los desembarcos extranjeros han llevado a sus orillas, los montenegrinos siguen acogiendo a los visitantes con alma mediterránea, encantados de compartir la sorpresa de sus playas y sus montañas casi inexploradas.

Cómo llegar a Montenegro

Para llegar en avión a Montenegro hay que aterrizar en Titva o bien en Podgorica. Desde España todavía no hay vuelo directo, aunque se puede volar a Dubrovnik, en la vecina Croacia, alquilar allí un coche y atravesar una frontera que se encuentra a solo 20 km. Si se opta por entrar en el país a través de la capital montenegrina, quizá la impresión inicial sea que Podgorica es una ciudad de paso, con edificios a medio terminar y mezquitas de corte otomano junto a grises construcciones levantadas en la época comunista.

El plan perfecto de viaje a Montenegro: una semana en el norte, en la montaña y otra semana en la costa, rumbo al mar. Obviar una de las dos zonas sería perder el 50% de la identidad montenegrina, una tierra fronteriza desde siempre, forjada entre el mar y la montaña, entre el mundo mediterráneo y el eslavo, entre el islam y el cristianismo, entre Oriente y Occidente. 

puente Djurdjevica sobre el río Tara
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Echarse a la carretera en Montenegro resulta fácil. Las infraestructuras son lo suficientemente dignas y el paisaje invita a ello. Solo hay que disponer de un carnet internacional de conducir y asumir que la duración de los trayectos no se corresponde con las distancias sobre el mapa. La vía que conduce desde Podgorica hacia el norte compensa ampliamente la lentitud de la conducción con un entorno espectacular: un cañón horadado por un río de color esmeralda. Es el Moraca, que da nombre al valle y a un monasterio serbio ortodoxo fundado en 1252 por Estefan, monarca del principado de Zeta, una de las identidades históricas de Montenegro. Su interior todavía alberga pinturas del siglo XIII, auténticas supervivientes de los saqueos otomanos. 

Un destino de invierno y de naturaleza

A unos 30 km, Kolasin, una pequeña ciudad de montaña ubicada en el macizo de Bjelasica, es el centro turístico de las actividades de invierno. Pistas de esquí, baños de aguas termales y una amplia infraestructura hotelera la hacen merecedora de este título. Sus inmediaciones albergan, además, una intrincada red de senderos de montaña listos para ser explorados en cualquier época del año.

Hasta llegar al Parque Nacional de Biogradska Gora, la carretera discurre paralela al cañón del río Tara, que conduce a un mundo de verdor y silencio con espesos bosques de árboles centenarios, cumbres con más de 2000 m de altitud y un rosario de lagos glaciares entre los que destaca, por su belleza y accesibilidad, el lago Biograd. Su supervivencia es obra del rey Nikola, que en 1878 quedó tan impresionado por la belleza del lago que ordenó preservar su entorno. 

Con poco más de 50 km2, el parque Biogradska Gora tiene un aire solitario e intacto, y las pasarelas de madera que se adentran por él ocultan la promesa de un viaje en el tiempo. La ruta más accesible y cómoda circunvala el lago a lo largo de unos cuatro kilómetros, pero, con tiempo y buena forma física, el parque ofrece alternativas mucho más exigentes.

Durmitor, la montaña Durmiente, es un objetivo de altura. Se localiza a 80 km de Biograd y  forma parte de los Alpes Dináricos. Sus imponentes cumbres oscuras se reflejan en 18 lagos glaciares, denominados gorske oci (ojos de la montaña), y alberga cumbres como la del Bobotov Kuk, con más de 2500 m de altitud. No en vano el Parque Nacional Durmitor se incluye en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1980.

lagos de Montenegro
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Repleto de altísimos picos, profundos desfiladeros y numerosos lagos rodeados de bosques, el parque da cobijo a gran cantidad de fauna, desde el águila real al rebeco, el lobo e incluso el oso pardo. Su gran atracción es el Lago Negro o Crno Jezero, que se recorre en una ruta circular de 3,5 km, pero hay una posibilidad más larga, de 15 km, que conduce hasta los bellos lagos Zminje y Barno, adentrándose en sus espectaculares paisajes. 

Entre los vertiginosos barrancos del parque de Durmitor destaca el cañón de Tara, que con 1300 m de caída es uno de los más profundos del mundo, además del más largo de Europa. Sus 82 km constituyen una frontera natural entre Montenegro y Bosnia. Merece la pena ascender hasta la cima del Curovac (1625 m) para deleitarse con las vistas. Sin embargo, desde donde de verdad se aprecia la magnitud del cañón es desde abajo, desde el agua, sorteando sus rápidos en un descenso de rafting, actividad que le ha otorgado fama.

Rafting en Montenegro en el río Tara
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Monasterios vertiginosos y mundos anfibios

El monasterio de Ostrog se alza, tras una vertiginosa sucesión de curvas, como un refugio eremita encastrado en la montaña. Erigido sobre el valle del Zeta y lugar de peregrinaje para devotos, Ostrog es uno de los puntos más visitados del país, un espacio impresionante al que las fotos apenas hacen justicia. Fue fundado en el siglo XVII por Vasilije, el obispo de Zahumlje en Hercegovina. Si sus responsables consideran que viste con la modestia suficiente, el viajero tendrá el privilegio de entrar a disfrutar de la visión de sus centenarios frescos

Se rodea Podgorica sin entrar en la ciudad para tomar rumbo hacia el Parque Nacional de Skadar, siguiente etapa de esta ruta por Montenegro. Ubicado en la frontera con Albania, es el parque más extenso de los Balcanes. Recibe su nombre del lago Skadar, un mundo anfibio, rodeado de viñedos y salpicado de islotes que acogen templos ortodoxos.

Parque Nacional de Skadar
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Skadar es famoso también por ser el hábitat de miles de aves que pasan aquí el invierno, incluyendo el pelícano rizado o el pato malvasía o cabeciblanco, en peligro de extinción. La mejor forma de recorrerlo consiste en conducir por las estrechas carreteras que bordean su perímetro. Si se dispone de tiempo, vale la pena contratar un barco desde Virpazar para acceder a las zonas donde se concentran las grandes colonias de pelícanos. 

Al encuentro del Adriático

Desde Skadar hay varias opciones para lanzarse al descubrimiento del Adriático. Se puede optar por hacerlo pasando por Cetinje, atravesando la tranquila población pescadora de Rijeka y nos dirigimos hacia la ciudad que fue capital del país hasta 1918. El casco de Cetinje aún alberga el Museo Nacional de Montenegro, además de dos galerías, un monasterio, la iglesia de Vlaška y decadentes palacios con siglos de historia a la espalda. 

A 20 km de Cetinje y encaramado a más de 1600 m de altitud, se encuentra el mausoleo de Pedro II de Montenegro (Petar II Petrovic-Njegoš), un príncipe, obispo y pensador del siglo XIX que eligió como lugar de descanso eterno el corazón de los montes Lovcen. Los 461 escalones que suben a él resultan disuasorios, pero las vistas del entorno merecen la pena.

La Cueva de Lipa, a poca distancia de Cetinje,  puede ser una buena alternativa tanto para viajeros en busca de experiencias más tranquilas como para quienes gustan de las emociones fuertes. Con sus 2,5 km de galerías visitables, esta cueva kárstica es una de las mayores de Montenegro y la única abierta al público. Ofrece dos opciones, ambas con guía; la más cara dura más horas y se realiza en compañía de un espeleólogo y con el equipo completo. Además de generar grandes dosis de adrenalina, la visita espeleológica requiere de buena forma física y cero claustrofobia.

Kotor-pueblo
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Adrenalina es también lo que hace falta para encarar el descenso a la bahía de Kotor. La carretera es un mirador natural con más de 32 curvas cerradas que ofrecen vistas del que está considerado «el fiordo más meridional de Europa». La Bahía de Kotor es en realidad el cañón sumergido del río Bokelj, una entrada de mar encajonada entre los Alpes Dináricos. Kotor, la ciudad que le da nombre, es Patrimonio Mundial desde 1979 y compone una urbe del siglo XIV mágicamente anclada en el tiempo. Dentro de su laberinto amurallado hay museos, iglesias, picotas, palacios venecianos y plazas con múltiples cafés. Y gatos. Los gatos son tan comunes que la ciudad tiene un museo dedicado a ellos. 

300 km de costa 

El Adriático y su centenar de playas componen un litoral aún desconocido por el turismo. Junto a minúsculas calas de aguas transparentes, se alzan urbes medievales asomadas al mar que albergan edificios monumentales. Como Perast, a 15 minutos en coche de Kotor, una villa marinera llena de palacios barrocos. Lo mejor, sin embargo, está fuera de la ciudad.

Frente a Perast, en mitad del mar se levanta la sorprendente Iglesia de Nuestra Señora de las Rocas, un templo católico erigido sobre un islote artificial compuesto de rocas y restos de barcos hundidos. Gospa od Skrpjela, Nuestra Señora de las Rocas, recibe cada 22 de julio una procesión de barcos que la nutren de nuevas rocas para asegurar que el templo se mantenga en pie. 

Herceg Novi
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Herceg Novi es otro de esos lugares emblemáticos en una bahía que cuenta con más de 100 km de carreteras sinuosas y vistas que quitan el aliento. Quien vaya en busca de sol y mar lo encontrará a lo largo de sus 25 km de playa, pero quien además busque historia, incluida una breve incursión española en el siglo XVI, descubrirá un casco antiguo entrelazado de escaleras con una autenticidad que enamora irremediablemente. 

Sus plazas, iglesias y fortalezas como la Espanjola o la Fortemare, suman siglos de antigüedad, pero la vida real, hoy como ayer, sigue latiendo en la calle y en las terrazas de los cafés. El paseo peatonal marítimo conduce a Igalo, un pueblo que se ha hecho famoso por los barros terapéuticos de su playa

Siguiendo hacia el sur con el mar a la izquierda, se alcanza Budva, la Miami montenegrina. Centro turístico por excelencia, es una ciudad que conjuga la estética medieval con más de 25 playas y una increíble oferta de ocio nocturno. Dicen que Budva nunca duerme. Quizá eso explique una longevidad que la ha mantenido viva durante 2500 años. Stari Grad, el casco antiguo, se vio profundamente afectado por dos terremotos en el año 1979, pero una ardua labor de reconstrucción ha permitido recuperar sus calles de mármol y las murallas donde aún lucen los emblemas venecianos.

Una isla fortificada para contemplar

Muy cerca, apenas 10 km al sur, se encuentra Sveti Stefan, la imagen que todo el que aterriza en Montenegro va buscando. Este lugar de cuento es una ciudad fortificada del siglo XV, situada en una isla y conectada al continente por una estrecha franja de tierra.

Sveti Stefan
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La mala noticia es que, salvo que se disponga de un presupuesto más que holgado, habrá que contentarse con mirarla sin acceder a ella. Se trata de una propiedad privada del lujoso resort Aman. Eso sí, sus vistas son públicas, al igual que sus playas encajadas al pie de las montañas, como Kamenovo, perfecta para tomar un cóctel al atardecer. 

Más al sur, la nueva Bar no tiene mucho más que ofrecer aparte de su puerto deportivo, pero cuatro kilómetros hacia el interior se halla la ciudad vieja, Stari Bar. Ocupada por una docena de civilizaciones a lo largo de 2300 años, quedó definitivamente abandonada tras el bombardeo que la destruyó en 1878. Sus ruinas se alzan aún sobre una colina, rodeadas de olivos, en un paisaje que traslada a épocas pasadas. 

Final de viaje

La última etapa del viaje es la ciudad de Ulcinj, en la frontera con Albania. Su población es mayoritariamente albanesa y musulmana, y eso le otorga un vago aire oriental. Al caer la tarde, la animación de su paseo marítimo se diluye con el elegante relieve de sus mezquitas, la llamada a la oración y la música turca de los puestos de kebabs.

Ulcinj, en Montenegro
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La remota Ulcinj esconde uno de los cascos viejos más atractivos del litoral adriático. Además, hay que destacar el extenso arenal de Velika Plaza (Playa Grande), que con 13 km se posiciona como una de las playas más largas de la Europa mediterránea. Gracias a una privilegiada ubicación, Velika Plaza se ha convertido en un foco de practicantes de deportes acuáticos que requieren de viento, como el kitesurf o el windsurf.

Para cerrar el viaje por Montenegro conviene regresar a Podgorica, denominada Titograd en el periodo de la Yugoslavia de Tito. Tras el largo viaje por Montenegro se entiende su estética inacabada, hecha de todos los sueños y los pueblos que han ido pasando por aquí tratando de borrar del mapa el influjo del anterior. La conclusión llega sola: no importa la identidad con que la revistiera cada uno de sus ocupantes, porque Montenegro es sobre todo «mediterráneo». Un territorio hecho de sol, de pinos, de vida en la calle, de risas, de embutido, de vino y de aceite de oliva. Quizá por eso, en la despedida, el país despierta la nostalgia que se siente al abandonar un sitio familiar.