Al contrario que la europea San Petersburgo, Moscú es un crisol de culturas y razas. Esencias provenientes de los confines asiáticos y europeos del imperio zarista confluyen en esta capital. Saqueada, invadida, incendiada y renacida de sus cenizas como ninguna otra urbe rusa, la lucha contra mongoles, tártaros, lituanos, polacos, franceses y alemanes templó el carácter de los moscovitas, capaces de resistir a las iras de Stalin y al desgobierno de Yeltsin, a la brutal miseria que trajo la desintegración de la Unión Soviética y a las sanciones impuestas por Occidente a Putin tras absorber Crimea.