Una matrioshka urbana

Moscú: desmontando la gran capital rusa

Una ciudad gigantesca que representa al país más extenso de la Tierra no puede dejar indiferente a nadie: estos son sus escenarios principales.

Al contrario que la europea San Petersburgo, Moscú es un crisol de culturas y razas. Esencias provenientes de los confines asiáticos y europeos del imperio zarista confluyen en esta capital. Saqueada, invadida, incendiada y renacida de sus cenizas como ninguna otra urbe rusa, la lucha contra mongoles, tártaros, lituanos, polacos, franceses y alemanes templó el carácter de los moscovitas, capaces de resistir a las iras de Stalin y al desgobierno de Yeltsin, a la brutal miseria que trajo la desintegración de la Unión Soviética y a las sanciones impuestas por Occidente a Putin tras absorber Crimea.

 
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Epicentro de pasiones

Los rusos sueñan con Moscú desde que nacen, como un viaje iniciático al paraíso y al infierno; a la gloria de sus literatos y a los vapores etílicos de sus vagabundos; al desenfreno y a la represión de la Lubianka, la céntrica plaza en que se instalaron los verdugos de la Cheka, el NKVD, el KGB y ahora el FSB.  Moscú es la ciudad de las pasiones, de los contrastes, de los creyentes y del zapói, esa borrachera interminable que tan bien describe Emmanuel Carrère en su novela de no ficción Limónov (2011): «Zapói es pasar varios días borracho, vagar de un lugar a otro, subir a trenes sin saber adónde van, confiar los secretos más íntimos a desconocidos casuales, olvidar todo lo que has dicho y hecho». Moscú lo tiene todo y los rusos que han bebido su embrujo no se sobreponen a la nostalgia de su ausencia, ni siquiera el premio Nobel Alexandr Solzhenitsyn (1918-2008), que fue capaz de renunciar al sexo para que no le distrajera de sus escritos antiestalinistas, pero no pudo disfrutar del exilio dorado y lo dejó todo para regresar a Moscú en 1994.  

 
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Una ciudad pegada a un río

La capital discurre por las orillas del Moscova, que le da su nombre ruso, Moskva, e impone la configuración urbana, empezando por el Kremlin cuyas murallas se yerguen imponentes sobre las turbias aguas del río. Durante los más de cuatro años que viví en Rusia, en los días despejados, uno de mis paseos favoritos era contemplar desde la margen izquierda cómo el ocaso derramaba las últimas llamaradas del mortecino sol sobre los rojos ladrillos del cercado del Kremlin y hacía refulgir los dorados de sus palacios y de sus cúpulas de cebolla. Moscú requiere generosos paseos a pie, pero también un recorrido en barco.

 

 
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Capital del arte y del hedonismo

Moscú es una capital tan cara como hedonista, en la que también se encuentran los mejores restaurantes de la cocina centroasiática. Historia y futuro se dan la mano en esta trepidante ciudad, que de noche se viste de lujo para bailar en sus espectaculares discotecas o para deleitarse con exóticos cócteles en sus bares de diseño. Cuenta con extraordinarios museos como el Pushkin, la Galería Tretiakov y la nueva Galería Tretiakov, que entre ambas guardan obras maestras del arte ruso desde el famoso icono de la Trinidad de Andréi Rubliov a las pinturas de Chagal, Kandinsky y Malévich, pasando por las grandes obras del realismo socialista. 

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El palacio del pueblo

El metro es el mayor y más espléndido ejemplo del arte soviético. En sus estaciones se encuentran enormes esculturas de obreros en la Plóshchad Revolutsii (Plaza de la Revolución). Bellos mosaicos que conmemoran la unión entre Rusia y Ucrania en la Kievkaya, y entre Rusia y Bielorrusia en la Belorrúskaya; pinturas que celebran las victorias sobre Napoleón (1812) y sobre la Gran Guerra Patria, como los rusos llaman a la Segunda Guerra Mundial, en la Park Pobedy (Parque de la Victoria), la estación más profunda de Moscú y la tercera del mundo, a 84 m bajo tierra. Las hay también palaciegas, como la Komsomólskaya, y vanguardistas, como la Mayakóvskaya. En todas ellas, además de la decoración de paredes y techos, destacan las lámparas.   

 
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Collage urbano

Entre la Plaza Roja y las torres de acero y cristal del flamante distrito financiero se encuentra el Moscú soviético, defendido por las Siete Hermanas, siete rascacielos que Stalin mandó levantar como baluartes del poder proletario, a finales de la década de los 30 aunque la construcción terminó en la de los 50. Los edificios, de una especie de estilo barroco y gótico, de entre 133 y 240 m de altura, acogen entre otros la Universidad de Moscú, el Ministerio de Exteriores y los hoteles Ucrania y Leningrádskaya. El Kotelnichestaya Naberezhnaya, que se encuentra sobre el muelle fluvial del mismo nombre, dedicó toda la mole de su ala lateral a viviendas plurifamiliares, las populares kommunalka, uno de los símbolos del comunismo. 

 
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El orgullo de los multimillonarios

No hay mayor representación de los avatares de Rusia que la Plaza Roja, en la que pujan los símbolos del poder –el Kremlin–, la gloria –la catedral de San Basilio– y el dinero –los almacenes GUM–. En una de las ciudades del mundo con más millonarios, la hermosa galería abovedada que en tiempos soviéticos era la tienda destinada a los turistas, pese a lo cual sorprendía por la monotonía y escasez de lo que se vendía, alberga hoy famosas firmas de joyería, moda o decoración, justo enfrente del mausoleo que guarda la momia de Lenin y hasta 1961, también la de Stalin, enterrada ahora en la muralla del Kremlin. 

 
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Universo Kremlin

Residencia de los zares y ahora del presidente Putin, reconstruida y ampliada numerosas veces desde la fortaleza que dio origen a la ciudad en el siglo xii, el Kremlin contiene cuatro palacios y cuatro catedrales levantadas en torno a una plaza, que lo destacan como núcleo religioso y cultural del país. También incluye uno de los museos más importantes de Rusia, la Armería, donde entre otras joyas pueden contemplarse 10 de los 52 huevos que la familia imperial encargó entre 1885 y 1917 al orfebre Fabergé. Además, el fondo de diamantes es el único lugar del mundo donde se observan cubos repletos de estas piedras preciosas.

 
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El templo más pop

Nunca una victoria había generado tal explosión de colores como la catedral de San Basilio, mandada construir por Iván el Terrible después de arrebatar a los tártaros Kazán. Sus cúpulas de cebolla, sus torres y sus muros parecen obra de un sueño infantil. San Basilio es una fábula en ladrillo que ilumina la Plaza Roja, Moscú y el mundo. 

 
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La experiencia artística definitiva

El paseo continúa por delante de la Duma (Cámara baja del Parlamento) hasta la plaza Teatrálnaya en la que se levanta el Bolshói, que acoge el templo del ballet ruso, una fabulosa experiencia para los afortunados que consigan entradas. 

 
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Art Nouveua con historia

Muy cerca se encuentra la famosa calle Tverskaya, ruta de la procesión de los zares en su camino hacia el Kremlin, con sus mansiones de estilo neoclásico y Art Nouveau, que Stalin movió una a una en bloque con las personas en su interior para ampliar las aceras. En su esquina sur se alza el lujoso Hotel Nacional, que abrió sus puertas en 1903 y en 1918 fue sede del primer gobierno de los soviets. Lenin y su esposa se hospedaron en la habitación 107 durante siete días y al año siguiente el hotel fue rebautizado como Primera Casa de los Soviets. En 1932, con motivo del regreso del exilio, a invitación de Stalin, de Maxim Gorki, la Tverskaya recibió el nombre del escritor y solo recuperó el suyo original en 1990.

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El pulmón verde

Los moscovitas lo llaman parque Kulturi y es su gran reserva verde: 100 hectáreas con lagos, fuentes escultóricas, senderos y espacios para jugar a ajedrez. El ambiente durante los fines de semana de buen tiempo es totalmente festivo.