Por paradójico que resulte en una ciudad de tan grandes dimensiones, nada como caminar para conocer más y mejor todos sus atractivos. Solo la Plaza Roja, con el Kremlin y sus míticos tesoros –históricos, bélicos, arquitectónicos y artísticos–, la icónica Catedral de San Basilio, los centenarios grandes almacenes GUM, el Manezh (picadero) construido en 1817 por el español Agustín de Betancourt, el Mausoleo de Lenin, el Museo Estatal de Historia, el vecino Teatro Bolshoi o el nuevo parque Zariadie con su puente flotante, son razón suficiente para dejarse llevar por el magnetismo del cogollito del viejo Moscú.