Murcia, un idilio con la Costa Cálida

La ciudad del Segura es el luminoso prólogo de una ruta por enclaves históricos, aldeas marineras y un litoral intacto.

Murcia es una capital que engaña. Es grande sin llegar a agobiar, pequeña sin ser provinciana, una urbe con el tamaño justo para disfrutarla a pie. Vista desde los miradores que se elevan sobre el valle del Segura –como el poliédrico Monteagudo, el santuario de la Fuensanta o los castillos que los árabes dejaron por la sierra– se la ve soleada, apacible. Un paisaje que se pierde entre casas blancas, naranjos y limoneros, como una cinta verde encajada entre eriales ocres. Pero una vez dentro de la tramoya urbana el pulso se anima, como corresponde a la séptima ciudad española en número de habitantes.

 

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Marinera. Tapeo

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Lo primero es lo primero

En Murcia se come muy bien, eso es de sobra sabido. Por esta y otras razones fue declarada Capital Gastronómica Española 2020, celebración suspendida por la crisis del Covid-19 que el Ayuntamiento intenta trasladar a 2021. Con o sin programa oficial, vale la pena deambular por las calles y plazas del centro histórico en busca de los lugares tradicionales de tapeo. La tapa en Murcia es algo sacrosanto. Un rito elevado a la más alta esfera social. 

Plazas

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¡A comer!

A mediodía el lugar más recomendable para dejarse ver y ser visto es la plaza de las Flores y sus contiguas de San Pedro y Santa Catalina. Ambiente joven en las soleadas terrazas a las que se asoman tabernas míticas, algunas centenarias: La Tapa, El Fénix, Rhin, Pepico del Tío Ginés, la Taberna de Las Mulas o la pastelería Bonache, famosa por sus pasteles de carne. Por la noche la animación se traslada a la plaza de San Juan, un espacio peatonal al pie de la iglesia homónima, con bares y restaurantes que son el reino de tapas huertanas como la ensalada murciana o las verduras a la plancha. Los murcianos son aficionados a frecuentar los mesones que abundan en los cercanos carriles de la huerta, locales sencillos donde apetece disfrutar de una comida al suave sol invernal o una cena veraniega, a base de arroces, patatas con ajo, michirones o cordero a la brasa. 

 

Cartagena

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Los vestigios de Cartagena

Murcia está a unos 50 km de Cartagena, la ciudad portuaria e histórica en la que una ingente inversión ha sacado a la luz sus restos púnicos, romanos, bizantinos y árabes. Es un buen lugar para dar un paseo, probar un «asiático» (café tradicional del campo de Cartagena) en la calle Mayor y emprender viaje por la costa de la Región de Murcia. 

 

Cala Cortina. Calas

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La costa murciana tiene mucho carácter

A lado y lado de la rada de Cartagena y los castillos que la circundan se ven acantilados. Exceptuando la estrecha cinta de arena de La Manga y las riberas de esa enorme piscina de agua salada que es el Mar Menor, la costa murciana muestra un perfil quebrado, cuyas escarpaduras terminan por morir en un mar casi siempre dócil y transparente.

Un litoral intacto y aún sin construir que se puede visitar si desde Cartagena se toma la antigua carretera a Mazarrón por Canteras e Isla Plana hasta el desvío al cabo Tiñoso, un espolón con acantilados de más de 200 m de alto que se interna en el Mediterráneo entre las bahías de Cartagena y Mazarrón. Buena parte de sus valores paisajísticos y medioambientales se deben a que durante años fue zona militar y no se pudo acceder a él. 

 

La Azohía. Pueblos de pescadores y calas remotas

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Pueblos de pescadores y calas remotas

Siguiendo hacia el oeste se llega a La Azohía, un encantador y tranquilo pueblecito de pescadores y veraneantes que parece sacado de otro tiempo y donde aún se instala cada año una almadraba de atún.

Más allá está Puerto de Mazarrón, que empezó siendo una rada de pescadores y se ha convertido en un enclave más grande que la capital municipal, Mazarrón, 7 km tierra adentro. Puerto de Mazarrón, junto con Águilas, son los principales núcleos turísticos de la abrupta costa sur de Murcia, ambos con excelentes playas urbanas. Pero lo más atractivo para el viajero es el tramo de litoral que hay entre ambas poblaciones. De nuevo, rompiendo tópicos: Bolnuevo, Puntas de Calnegre, Cabo Cope… quizá sean la porción más pura y virginal que queda en el Mediterráneo español. Su remota ubicación y las malas comunicaciones obraron el milagro para que aún hoy haya kilómetros de litoral con playas de cantos rodados, calas roqueras y ninguna construcción humana, más allá de los invernaderos.

Calblanque

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Un capricho de la naturaleza

Volvamos a Cartagena y tomemos ahora dirección este hacia Cabo de Palos. Lo primero que aparece es Calblanque, la joya del litoral murciano, con sierras áridas, dunas fósiles, largas y doradas playas y un mar azul intenso. La popularidad de Calblanque es tal que en verano se prohíbe el acceso en coche y hay que llegar en unos buses lanzadera que salen del aparcamiento junto a la salida 10 de la autovía de La Manga, la misma que da acceso a buena parte del Mar Menor, el otro elemento significativo de la costa murciana. Un capricho de la naturaleza creó esta gigantesca piscina de agua salada de 170 km2 de superficie, separada del Mediterráneo por una estrecha manga de arena donde el sol brilla casi tanto como la ausencia de oleaje. Por desgracia, una catástrofe medioambiental se cierne sobre él por el exceso de nitratos que llegan de los cultivos circundantes. 

Cabo de Palos. El imprescindible

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El imprescindible

La autovía de La Manga muere en Cabo de Palos, para mí, la localidad con más encanto de la costa murciana y la única que tiene vida todo el año. Sentarse en una de las terrazas del puerto y pedir un caldero (arroz caldoso) es la mejor manera de saborear la vida tranquila y pausada de este tramo de la Costa Cálida, tan desconocida.