En el Parque Sultanahmet, junto a la ribera occidental del Bósforo, una cascada de bóvedas y minaretes concentra la atención de un gran número de personas. Los muros rosados no son los de un arquitectura estilizada (al menos, nada que ver con la vecina Mezquita Azul), pero su interior sí es excepcional: el espacio hecho construcción, una luz flotante, una cúpula que parece levitar pese a sus dimensiones y unos mosaicos excepcionales.
El Museo de Santa Sofía resume la historia de Estambul desde hace más de 1.500 años. Primero, construida como la mayor catedral del Imperio Bizantino; después, convertida en mezquita con la conquista otomana de Constantinopla; declarada museo por Mustafá Kemal Atatürk, tras la declaración de la República de Turquía en 1935; en 1985, reconocida como Patrimonio de la Humanidad junto al resto de zonas históricas de Estambul por ser “testigo excepcional de los intercambios entre Europa y Asia a lo largo de los siglos”. Ahora, ese diálogo entre culturas parece peligrar.
El Gobierno turco, liderado por el presidente islamista Recep Tayyip Erdogan, anuncia el cambio de uso del Museo de Santa Sofía: pasa a ser de nuevo mezquita, pese a que desde su apertura como museo, es una de las atracciones turísticas más visitadas de Turquía.